Se pregunta Nicolás Morales (escribe delicioso ese señor) en su columna Sopor i Piropos, de la última edición de Arcadia, que qué pasaría si todas las revistas decidieran incluir tetas en cada una de sus ediciones. No me lo podía creer. Choque esos cinco, Morales, le dije al de al lado, porque al señor no lo conozco. ¡Siempre me he preguntado lo mismo! Y nunca he sabido expresar esa inquietud tan bien como lo hizo él en “Colombia, un país que sí lee (basura)”. Qué rabiecita con el susodicho que me haya tomado la delantera, pero qué dicha que me haya facilitado el esfuerzo. Pienso lo mismo que él —en este tema concreto— de la primera a la última frase. Nada mejor para vender, desde una tuerca hasta una causa cualquiera, que unas tetas desenvueltas o a medio envolver. Y como para anunciar las tuercas y para posicionar las causas están los medios y, entre los medios, las revistas, nada mejor para vender revistas que portadas a teta voliada.
En el texto referido, N.M. revela y comenta un estudio de Ibope (2012-2013) con un ranking de revistas colombianas que nos hace sentir ninguneados a quienes gustamos de la lectura. No porque subestimemos el periodismo light —igual puede hacerse con seriedad y profesionalismo—, tan refrescante en momentos en que las neuronas y el estado de ánimo sacan la mano, sino porque creemos que bajo el paraguas de esa denominación se guarecen la farándula y sus sosías: el famoseo, el manoseo, el chismorreo, el arribismo, el cameo, el teteo... “Como era de esperarse, la revista TV y Novelas, estandarte de la colombianidad, ocupa el primer lugar del conteo y de lejos. Es la publicación insigne e imbatible, la obra de arte total, la pastilla de Ricostilla de esa construcción primaria a la que llamamos identidad nacional”. Clapclap. Cuánto me hubiera gustado ser yo quien escribiera estas palabras.
El caso es —para dejar descansar a Morales— que, con una que otra excepción, el orden de preferencias en el listado va inversamente proporcional al orden de contenidos de las publicaciones que lo componen. Es decir: a mayor contenido (información que contribuya a la formación del conocimiento), menor circulación y, por supuesto, menor publicidad. Y al revés: mientras menor contenido (morbo a manos llenas), mayor circulación y publicidad; mayor éxito comercial, que es lo mismo. Es la ley de la oferta y la demanda, made in Colombia.
La ley de la teta.
Pilar no tiene bicicleta/, pero tiene un buen par de tetas/. Que nos las enseñe/, que nos las enseñe…, cantaban Los Toreros Muertos en plena década de contracultura, años 80 en la movida madrileña. Con una música tan pegajosa que, incluso quienes veíamos muy niños a los adolescentes que se extasiaban escuchándola —pasábamos de los 20— también la entonábamos a voz en cuello. Aunque tuviéramos bicicleta (de lo otro, la constancia). Todavía la palabra teta, por castiza que fuera, sonaba a pura grosería ibérica, lo cual, en un país experto en no llamar las cosas por su nombre, caía de perlas para escandalizar mojigatos. Y mosquitas muertas que sí que las ha habido y las habrá. Zumbadoras y venenosas como abejas africanas. Pero más hipócritas.
Estamos hasta las tetas de las tetas. De las que aparecen fuera de contexto, como si el cuerpo de las mujeres se redujera al volumen y a la exhibición de las mismas; con piernas, sí, y con una cabeza que… ¿Con cabeza? No siempre. A los viejos verdes de los medios, que promocionan estas publicaciones, poco parece importarles si las tetas de la semana forman parte de un cuerpo que también tiene cabeza. Se les chorrea la baba de manera vergonzosa. Y las protagonistas, las dueñas de esas tetas codiciadas, con el cuentico de mi-cuerpo-es-mío-y-hago-con-él-lo-que-me-dé-la-gana, al mismo tiempo que consiguen lo que quieren en un santiamén —ingresar al mundillo aquel, por ejemplo—, refuerzan el machismo del macho nacional. Con la ropita puesta, pasan desapercibidas, pero si se empelotan reinarán. (Una de esas chicas teticlonadas que todos los días tocan aquí a las puertas de la celebridad, manifestó en una entrevista reciente: desde chiquita le dije a una amiga que mis máximas ambiciones en la vida eran ser reina de belleza y salir en Soho.)
¿Qué dirían, entretanto, tantas tetas, en caso de que tuvieran voz y voto? Algunas, tan cocas como sus dueñas, seguro que aplaudirían la atención mediática a la que son expuestas. Pero otras, muchas, reclamarían el lugar que les corresponde en la anatomía y la esencia femeninas, más allá de ser accesorios codiciados. Imagino que las tetas asustadas —recordar la dolorosa y bella película de la directora peruana Claudia Llosa— explicarían cuál es su significado en quechua: tener la leche materna con rabia, sufrimiento y tristeza; las tetas sufridas nos hablarían de abusos y malos tratos, sobre todo en conflictos armados; las tetas heroicas relatarían la entereza con la que se han ido para llevarse consigo el temible cáncer de mama —el pasado 19 de octubre, día del lazo rosa, refrescamos con nombres y apellidos la valentía de miles de mujeres que se han tropezado de frente con la enfermedad—; las tetas maternales compartirían el amor incondicional con el que han soportado la crianza de montones de recién nacidos; las tetas solidarias nos harían partícipes de los abrazos oportunos que han brindado a quienes los han necesitado; las tetas artísticas celebrarían su aporte a la inspiración de grandes obras de la humanidad; las tetas coquetas confirmarían su poder seductor en el ejercicio de la sexualidad humana; las tetas encorsetadas pedirían aire a borbotones; las tetas libres darían testimonio de lo que han gozado; las tetas recientes aclamarían el porvenir; las tetas marchitas confesarían cuánto han vivido. Y así. Lástima que sean afónicas.
COPETE DE CREMA: ¿Saben en qué puesto está El Malpensante, en el ranking al que se refiere el señor Morales? ¡En el 62! Como no usa tetas de carnada…, no participa de la subienda.