Si la obesidad es considerada una enfermedad debe cambiar nuestra relación personal, familiar y social ante ella. También la relación de todo el sistema de salud con esta compleja y cada vez más frecuente condición humana debe ser reevaluada. A mediados del mes pasado (The New York Times, junio 18, 2013) la Asociación Americana de Medicina (AMA) escogió denominar enfermedad la obesidad. No fue una decisión simple. El comité de expertos de la AMA recomendó no hacerlo pero el pleno de delegados en Chicago votó afirmativamente y desde ese momento la sociedad científica mencionada con un gran poder político en EE. UU. define el sobrepeso y obesidad como enfermedades. Desde esa perspectiva una tercera parte de los adultos norteamericanos y un 17% de sus menores de edad sufren esta enfermedad con necesidad de costoso tratamiento médico y hasta quirúrgico en algunos casos. Cae de su peso (y no es juego de palabras) que el considerar la obesidad como enfermedad tiene grandes implicaciones económicas.
En estos momentos cuando discutimos en Colombia cambios a nuestro sistema de salud estos problemas deben ser pensados. Y pensados por todos los ciudadanos aunque no nos guste gastarle tiempo a esos pesados dilemas. Y de nuevo no es un juego de palabras porque habitualmente consideramos un poco aburridas estas discusiones. Aunque todos queremos ser más delgados incluyendo este columnista. Nadie es nunca demasiado flaco ni rico se decía en aquellos narcisistas años setenta del siglo pasado. Pero gastémosle un momento al problema casi filosófico de la obesidad como enfermedad.
El hombre es un ser que sufre. Es la primera de las Grandes Verdades del budismo y el reconocimiento de esta condición humana fundamenta gran parte del pensamiento filosófico y religioso universal. Aunque la mayoría de los hombres nos neguemos a contemplar esa realidad. Todas las culturas han anatomizado a su manera el sufrimiento humano y a un subconjunto de él lo han llamado enfermedad. Es evidente que no todo sufrimiento humano es enfermedad. A qué sufrimiento llamamos enfermedad es el gran problema de todos los sistemas de salud. Entonces las enfermedades son en gran parte un constructo social. Si la sociedad decide ver la obesidad como enfermedad no hay nada que hacer: es una enfermedad para efectos prácticos. Pero nuestra relación con esos procesos que decidimos denominar enfermedad es distinta a la que tenemos con otras complejidades de la condición humana.
Primero pensamos, tercamente, que todas las enfermedades tienen tratamiento. Mas ninguna ley de la naturaleza, nueva diosa de nuestra postmoderna cultura, obliga a la existencia de un tratamiento para todas las enfermedades. Nuestros abuelos repetían “Dios aprieta pero no ahoga”, hoy sabemos que la naturaleza aprieta y ahoga con intervención humana o sin ella. De todas formas gastamos grandes cantidades de dinero en buscar tratamiento médico para todas las inconveniencias o desgracias que llamamos enfermedad. Y no deja de ser curioso que se dé esta categoría de enfermedad a la obesidad cuando están a punto de entrar al mercado dos o tres fármacos diseñados para combatirla.
Otra consideración importante es que si denominamos algo enfermedad el profesional de la salud podría estar obligado, ética y legalmente, a diagnosticarla tras la consulta médica. Y los médicos somos francamente malos para llamar la atención del paciente a su figura física. Un estudio reciente (Arch Intern Med. 2011;171(4):316-321) encontró que a más de la mitad de pacientes con obesidad severa en una consulta de atención primaria no se les hablaba de su problema de peso. Recuerde y verá que su médico probablemente no lo pesó ni le midió la cintura abdominal en su última consulta. Pida que lo haga cuando lo visite la próxima vez y solicite explicación sobre el índice de masa corporal (BMI) y la medición de la cintura. Estos son datos que deben ser parte de la historia clínica y exigen una cuidadosa explicación de su médico personal. No confíe en la talla de ropa ni en el espejo o fotos recientes (el cerebro se engaña) para evaluar su grado de obesidad y llame a las cosas como son pues la vergüenza no adelgaza ni es saludable. Tampoco se eche toda la culpa de su exceso de peso pues es una situación compleja con múltiples causas.
Por último lo peor que puede hacer un profesional de la salud es avergonzar o culpabilizar un paciente que acude a él. Recuerdo hace muchos años una buena mujer afrodescendiente, Leonelia, quien acudió a un hospital de nuestra ciudad pues tenía la secreta y angustiante sensación de sentirse algo en el pecho. El médico la avergonzó sobre su gordura y el tamaño de sus senos. No volvió a consulta y murió con adenocarcinoma de mama en un hospicio dos años después. Ojalá el llamar enfermedad a la obesidad evite casos como este.