El mundo se está volviendo más individualista, según múltiples estudios realizados por la psicóloga Patricia Greenfield (Ph.D) de la Universidad de California. Rasgos como el egoísmo y la ambición, se han camuflado en discursos de actitud positiva, emprendimiento, si lo quiero lo consigo a cualquier precio y que cada quien resuelva sus problemas. Aunque este auge del individualismo está ligado a la innovación, tiene un inocultable vínculo con la escalofriante y creciente desigualdad económica.
Según Oxfam, 75 millones de personas acumulan el doble de riqueza que el 92 % del total de la población. La desigualdad también está relacionada con la discriminación de género y racismo, entre otros, pues 22 hombres poseen más riqueza que todas las mujeres de África y un hombre blanco con antecedentes tiene más posibilidades de ser contratado en EE.UU. que un hombre negro sin antecedentes.
Permitir que la desigualdad avance es una decisión política deliberada. Es una visión del mundo que predomina entre quienes piensan que es a punta de espíritu de superación individual que la humanidad ha logrado atravesar el “laberinto evolutivo” y establecerse como la especie dominante. Sin embargo, prácticamente todos los estudios antropológicos (serios), comenzando por los de Edward Wilson, plantean que nuestra existencia depende fundamentalmente de la cooperación y el altruismo. De los 200.000 años desde la aparición del homo sapiens, al menos el 95 % de ese tiempo lo que ha prevalecido son estos valores. Solo a partir del descubrimiento de la agricultura, hace unos 10.000 años, hubo un punto de quiebre y es en los últimos 50 años de predominio de la cultura neoliberal que se piensa como deseable y exitoso -y sin sanción social- que una persona viva estrambóticamente en la opulencia, en medio de una comunidad en donde abundan las necesidades.
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La cultura neoliberal piensa como deseable y exitoso -sin sanción social- que una persona viva estrambóticamente en la opulencia, en medio de una comunidad llena de necesidades
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Esta situación no es inevitable y es corregible. Si se cree que es mejor una comunidad en donde los valores de la cooperación y la solidaridad prevalezcan, con el propósito de construir riqueza colectiva y bienestar para las mayorías, existen -al menos- dos herramientas económicas que distribuirían la riqueza. Primero, tasas de impuestos marginales muy altas para el 1 % y el 0,1 % más rico de la población. También, impuestos al patrimonio. Segundo, salarios altos. Joseph Stiglitz describe una “dislocación estructural” en EE.UU. como resultado de la relocalización de puestos de trabajo productivos y bien remunerados, que resintieron los salarios manufactureros en favor de la intermediación financiera, aumentando la desigualdad.
Ambas medidas implican una fuerte inversión en ciencias básicas para aumentar conocimiento y aplicadas a desarrollos tecnológicos, para que crezca la producción de valor agregado, creando más riqueza. Asimismo, gobiernos que no estén cooptados por megarricos individualistas. Estas condiciones, ausentes en Colombia, son logrables en la medida en que seamos capaces de implementar estrategias ganadoras sobre los corruptos hoy en el poder político y económico.
Twitter: @mariovalencia01