Me invitaron a un foro sobre Simón Bolívar visto desde el marxismo y mientras preparaba mi exposición tuve la fortuna de encontrarme con una de las muchas joyas documentales que dejó el gran dirigente revolucionario Gilberto Vieira, por varias décadas secretario general del Partido Comunista Colombiano.
Este texto de Vieira fue publicado en 1942 por el periódico Tribuna Popular, órgano de difusión del Partido Comunista de Venezuela, y en él aborda un tema que siempre resultó espinoso para los bolivarianos de pura cepa (como yo): el famoso texto que escribió Marx en 1858 en el que se refiere al Libertador como “el canalla más cobarde, brutal y miserable”.
Sobre la etapa de Bolívar como gobernante, agregó Marx que “como la mayoría de sus compatriotas, era incapaz de todo esfuerzo de largo aliento y su dictadura degeneró pronto en una anarquía militar”. Duras palabras y fuertes adjetivos del gran pensador alemán —faro, luz y guía de los revolucionarios del mundo— hacia el hombre que logró la independencia de cinco naciones, poniendo fin al largo período colonial de España en América.
En su texto sobre las palabras de Marx hacia Bolívar, titulado La estela del Libertador, se pregunta Vieira “¿cómo es posible que el genio inconmensurable de Carlos Marx escribiera este artículo, donde no se encuentra un solo concepto profundo que recuerde al forjador de El Capital; donde no existe nada semejante al análisis anatómico del autor de La Miseria de la Filosofía; donde no hay una línea que evoque el brillante estilo del XVIII Brumario de Luis Bonaparte?”.
Según Vieira, se trata de un texto del joven Marx, escrito “cuando no estaba en condiciones de juzgar acertadamente al Libertador”. Relata el dirigente comunista colombiano que en la Europa de mediados del siglo XIX se tenía un concepto “confuso y equívoco sobre el gran héroe americano”. Por lo tanto, los documentos que pudo examinar Marx en la biblioteca del Museo Británico “eran fragmentarios y parciales”, derivados de libelos difamatorios contra Bolívar “escritos por algunos aventureros expulsados de la Legión Británica”. Según Vieira, el Marx que escribió sobre Bolívar no era marxista.
Y si hubiera habido internet en aquella época, Marx no la hubiera embarrado tan feo.
He traído la anécdota a estas líneas porque la relectura de este texto de Vieira me acercó a los entrañables recuerdos que guardo de la época en la que fui militante de la Juventud Comunista, esa organización aún viva que tantos valiosos hombres y mujeres ha aportado a las causas populares de nuestro país. En los mítines y asambleas de los comunistas, los jóvenes solíamos recibir la llegada de los “viejos” coreando: “¡¡Al Partido salud, aquí está la juventud!!” y luego escuchábamos con reverencial admiración sus discursos.
Esta evocación no es gratuita. En medio de las celebraciones por la victoria del Pacto Histórico y la posesión de Gustavo Petro como presidente de la República, y de Francia Márquez como vicepresidente, nos hemos olvidado de darle su lugar y sus méritos a los precursores del esperanzador momento histórico que hoy vive Colombia. En Cuba descubrí una frase que cae como anillo al dedo a mi anterior afirmación: “Con las glorias se olvidan las memorias”.
Sin el aporte de hombres como Gilberto Vieira o de mujeres como Yira Castro; sin las luces largas de pensadores como Orlando Fals Borda o Camilo Torres, Eduardo Umaña Luna o Ignacio Torres Giraldo; sin los brillantes textos de Gerardo Molina, Luis Carlos Pérez, Carlos Gaviria o Diego Montaña Cuéllar; sin el ímpetu de mujeres como María Cano y sus compañeros fundadores de las primeras organizaciones socialistas, a comienzos del siglo XX; sin los Bolcheviques de El Líbano (Tolima) y sin los heroicos huelguistas de las bananeras; sin la gesta de dirigentes sindicales como Teófilo Forero o Pastor Pérez; sin los aportes teóricos de revolucionarios como Teodosio Varela, hijo del gran dirigente campesino Juan de la Cruz Varela; sin la resolución de jefes comunistas como Manuel Cepeda, Álvaro Vázquez, Chucho Villegas, José Cardona o Álvaro Delgado; sin el aporte de tantos compatriotas que ganaron su lugar en el Olimpo de los pioneros no hubiera sido posible el formidable triunfo de la izquierda en los pasados comicios.
Unos fueron sembradores de las ideas socialistas en nuestro país en los años 20. Otros desafiaron —desde la clandestinidad— la dura represión de la hegemonía conservadora de los años 30 y estuvieron al lado de los republicanos en la guerra civil española, enfrentando a los entusiastas falangistas del laureanismo. Alentaron el espíritu reformista de los dos gobiernos de López Pumarejo y —a finales de los 40— varios de ellos estuvieron al lado de Jorge Eliécer Gaitán, el gran caudillo asesinado, cuya muerte anegó de sangre a Colombia por casi 70 años.
En un clima de extrema hostilidad, que se traducía en encarcelamientos, torturas, desapariciones y asesinatos, los precursores sostuvieron en alto las banderas de la justicia y la democracia plena que hoy se asoman en el horizonte. Publicaron periódicos y panfletos y libros y tratados y ensayos; fueron oradores brillantes y —como los hombres de la pre historia que guardaban el
fuego— nunca dejaron apagar la llama de la libertad.
Acepto desde ya todas las críticas que me lleguen por la omisión de decenas de nombres en mi lista de los precursores. Y les propongo a los investigadores del fascinante tema de la historia de la izquierda colombiana que organicemos foros, conversatorios y conferencias sobre los cien años y pico que llevamos los revolucionarios luchando al lado de nuestro pueblo para que la democracia y la justicia social y la sabrosura de la vida hagan parte permanente de nuestro paisaje.
Y —de paso— le lanzo a los nuevos directivos del sistema nacional de medios públicos la idea de que —tanto para radio como para
televisión— se realice una serie documental titulada como este artículo: Los Precursores.