Hay un verso que cantan o recitan algunos campesinos en Montes de María que dice: “Si guacharaca supiera/ lo duro que pega un tiro/, no durmiera ni comiera/ ni saliera de su nido”.
La guacharaca es como una gallineta silvestre, esbelta y estilizada, de color marrón claro, cuya carne blanda y blanca es apetecida en la región. Anda en pequeños grupos, trepando las copas de los árboles, en busca de semillas, frutas y cogollos para alimentarse. Emite un ruido muy parecido al producido por las guacharacas de latón de corozo, usadas en la interpretación de la música de acordeón, razón de su onomatopéyico nombre.
Mariano, quien habita en La Peña, corregimiento de Ovejas, Sucre, cuenta que la sequía ha cambiando la forma de comportarse de la guacharaca. “Ahora las sinvergüenzas —narra Mariano— andan por los patios de las casas en busca de comida. Buscándose una mala hora, un hondazo de algún pelao (niño) malcria’o… es que mire, no hay nada en los montes. ¿Y qué van a comer? Ni hojas tienen los árboles, muchos menos van a dar frutos”.
Las primeras en huir por la sequía fueron las abejas. La ausencia de flora produjo una migración, que dejó las colmenas vacías.
Criar abejas era un negocio tan próspero como rentable. Una sola colmena producía en la semana entre cinco y siete kilos de miel, los que se vendían en el mercado a seis mil quinientos pesos cada uno.
Argemiro Capella tenía en la zona de El Bálsamo, vereda del Carmen de Bolívar, más de 10 colmenas. “Y uno ahora qué hace, cómo le digo a las abejas que no se vayan. Las intentamos aguantar con agua de azúcar, pero qué va, ellas necesitan el néctar de la flores… y de dónde saca uno flores si no ha llovido por ninguna parte”.
En una semana, Argemiro recogía más de cincuenta kilos de miel, hoy no alcanza a reunir ni medio. Las colmenas están vacías, los pozos de agua se han comenzado a secar. En esa tierra lodosa, Argemiro ha sembrado unas matas de yuca con la esperanza que la humedad, haga crecer sus plantas. Así también están haciendo en Capote, la ciénaga que rodea Soplaviento y en cercanías de Gambote, en donde las aguas del dique se han retirado de sus riberas.
En cercanías de Puerto Colombia en el Atlántico, las guacharacas han llegado a los patios de las casas buscando agua y alimento. Consuelo dice las guacharacas aparecieron hace unos meses y ante el extraño suceso, puso recipientes con agua, y otros con conchas de papaya, melón y mango. Desde aquel día, todas las tardes lleguen a su patio a proveerse de aquello que ya el campo no les da. Consuelo cuenta que también pasa con las iguanas, los caporos, los toches, los azulejos, los canarios y una variedad de aves canoras.
El patio de Consuelo se ha convertido en un espacio para reposar, resistir la emergencia, y darse cuenta que la sequía anunciada meses atrás, ha comenzado a enviar emisarios a la ciudad que son el reflejo de las penurias del campo.
Guacharaca, por supuesto, no sabe lo duro que pega un tiro… por eso se ha bajado de los copos de los árboles, ha puesto en riesgo su vida en las orillas de los caminos y en los patios de las casas, en busca de alimento.
Rafael Fuentes, un veterano campesino de la zona de Guamanga, contó meses antes de su muerte, que si la lluvia no llegaba habría que entonar un canto de vaquería para estos tiempo de escasez: “Cuandooo yo tenía mi ganaitooo, aheee… cuando yo tenía mi ganaitooo aheee/ me comía la mejor presa… aaaheeee/ y ahora que no tenga na… aheee… aheee/ ahora que no tengo na, aheee/ me como la mierda secaaa…a heee eeehaaa”.