Durante el pasado mes de noviembre, en diferentes canales de televisión del país se transmitió un documental creado por la Asociación de Bancos de Alimentos (ABACO) en donde se expuso cómo, en nuestro país, el hambre es tan frecuente como son nuestros paisajes naturales. Así como tenemos Caño Cristales, Barichara, Cabo de la Vela, Islas del Rosario y San Andrés, también tenemos mas de 20 millones de colombianos sin la posibilidad de comer tres veces al día.
Se dice que Colombia es el segundo país mas biodiverso del mundo y que además cuenta con cuarenta millones de hectáreas de tierra para producir alimentos, sin olvidar a los océanos Pacífico y Atlántico, ni los numerosos ríos, lagos, humedales, acuíferos subterráneos y caídas de agua que lo ubican entre los países con mayores recursos hídricos por persona.
Semejante potencial para la producción de alimentos no se refleja en la realidad y manejamos índices de pobreza, hambre y desnutrición que dan ganas de llorar ante tan triste realidad. Hay gran contradicción entre lo que tenemos para producir y lo que producimos. Somos ineficientes de cabo a rabo y no existen políticas claras para llevar el hambre a mínimos.
El documental gráfico elaborado por ABACO, denominado Los paisajes del hambre, pretende acabar con la indiferencia buscando la solidaridad de todos los sectores sociales, evitando o minimizando el desperdicio de alimentos; destaca la labor desempeñada por los bancos de alimentos y la población que, debido a esa gestión, pueden reducir la inseguridad alimentaria.
Reconoce la prevalencia de una grave situación socioeconómica pero no cuestiona las políticas públicas para acabar con el flagelo ni plantea salidas distintas a la solidaridad y máximo aprovechamiento con cero desperdicios de alimentos. No apunta al corazón de la problemática, sino que se queda en los paños tibios. Se conforma con los síntomas sin llegar a la estructura.
La realidad es que mientras los gobernantes nacionales o territoriales sigan impulsando políticas neoliberales defensoras del gran capital, mientras no tengan un claro objetivo social para el bienestar de la mayoría poblacional, los esfuerzos serán aislados e insuficientes para atacar el hambre y la pobreza estructural. Necesitamos un cambio de modelo.
En La Guajira, por ejemplo, el hambre no es de ahora, es tan vieja como su historia. A pesar de las regalías que genera tanto para la región como para el país, sigue mostrando las necesidades básicas insatisfechas más altas y su gente se sigue muriendo no solo de hambre, sino también de sed y de indiferencia.
Pero tiene agua en sus entrañas. Y ahí está uno de los elefantes blancos mas grandes de Colombia, la represa del río Ranchería que los gobiernos no han sido capaces de poner en funcionamiento. Esta obra mejoraría sustancialmente la vida de los habitantes de nueve municipios guajiros y podría haber agua para la agricultura, para la ganadería, para la producción de alimentos, para la vida de miles de ciudadanos.
El líquido vital, tan necesario para alimentar a la gente, sigue siendo un artículo de lujo en casi todo el territorio guajiro. Falta voluntad política o determinación gubernamental, o las dos cosas.
Ni la Corte Constitucional, haciéndole seguimiento a su Sentencia T-302 de 2017, ha logrado que el gobierno nacional y departamental establezcan un Plan de Acción para sacar a los niños de los municipios de Riohacha, Manaure, Uribia y Maicao del estado de cosas inconstitucionales que declaró la sentencia mencionada. Ese plan de acción, no elaborado aún, es una clara muestra de que lo que falta es voluntad política y determinación gubernamental de mejorar las condiciones de vida de los mas vulnerables.
Habrá que cambiar los actores políticos, incluyendo a los integrantes del poder legislativo para que cambie la manera de gobernar al país. Habrá que darle paso a nuevos actores con mayor compromiso social. Habrá que cambiar el modelo. Mientras eso no suceda, el hambre seguirá siendo parte del paisaje.