"Que me secuestren ya!", podría ser el grito de muchas mujeres buenas, de esas que sobran en el mundo, que llevan años aguantándose al hombre que quieren, esperando que tome la decisión de conformar un hogar. Ese a quien ya ni siquiera le piden matrimonio formal sino una responsabilidad compartida. La causa de ese grito viene de lo que acaba de suceder con los españoles secuestrados en la Guajira y liberados recientemente, porque después de siete años de relación, finalmente y a raíz del secuestro, Ángel Sánchez se dio cuenta de que María Concepción era la mujer con la que quería compartir el resto de su vida, con matrimonio oficial, papeles y todo lo demás. Su razón para tomar la decisión es muy sencilla: "Yo estoy vivo gracias a ella, quiero que todo el mundo lo sepa", fueron las palabras de Ángel a su llegada a Madrid, sano y salvo.
Pero lo más interesante fueron sus siguientes declaraciones porque reflejan cómo funciona la mente de los hombres, tanto desarrollados como no tan desarrollados: "Voy a hacer algo que creí que no iba a hacer nunca, y menos en estas circunstancias, que es pedirle matrimonio. Espero que me diga que sí." Y María Concepción, como lo harían todas las mujeres enamoradas del mundo, tanto desarrolladas como subdesarrolladas, en vez de ponerlo a esperar por tenerla parqueada durante siete largos años, se apresuró a darle el sí.
Quien mantuvo la serenidad, la paciencia, y el buen ánimo durante el secuestro fue ella, lo reconoció él. Y eso, es exactamente lo que siempre hacen las mujeres, obviamente con algunas excepciones. El mundo entero acepta que la mujer buena, que ama profundamente, que no quiere dar tumbos por el mundo, y que espera formar una familia, es la regla y no la excepción. Aún hoy, ese sueño sigue vigente en la mente de muchas. Con seguridad, en muchos episodios que esta pareja ha vivido en siete años de noviazgo, obviamente no tan dramáticos ni tan duros, ella demostró plenamente lo que Ángel solo vino a descubrir ahora.
Las conclusiones interesantes que se desprenden de este secuestro, que afortunadamente tuvo un final feliz, son muchas. Primero, como Ángel, ningún hombre, ni viejo ni joven ni maduro, logra aceptar que encontró a la mujer de su vida y debe casarse sino cuando ya se ve con la soga al cuello. Segundo, las mujeres tienen que pasar todo tipo de pruebas de lealtad, mostrar hasta el cansancio sus innumerables virtudes y su superioridad frente a su pareja en situaciones de crisis, para que él se dé cuenta que ella es la mujer con la que quiere formalizar una relación. Tercero, y esta es una conclusión a la que probablemente se llega demasiado tarde, las mujeres nos enamoramos demasiado rápido, vemos en nuestra pareja al futuro padre de nuestros hijos mucho antes de que la relación sea suficientemente seria, y a estas alturas del siglo XXI, a pesar de las muchas pruebas de fuego que nuestro hombre nos hace pasar, estamos prestas a darles el sí, cuando por fin nos hacen la petición por la que se ha esperado mucho tiempo.
Por suerte las nuevas generaciones de mujeres ya no tragan entero, y muchas tampoco se dejan poner innumerables pruebas dolorosas. Sin duda, porque con razón, rechazan esta forma de relación desequilibrada entre hombres y mujeres. De hecho, algunas mujeres ya ponen a sus hombres a saltar matones y a sufrir, yéndose a los extremos. Pero llegará pronto un equilibrio, el deseado, el natural, en el que la vida sea mucho más que el amor para las mujeres y donde el trabajo no sea la prioridad de los hombres, entre otras, una de las razones por las cuales miran a las mujeres como seres si no inferiores, sí sujetas a sus decisiones. Ojalá llegue pronto el día en que sean los hombres los que pidan que los secuestren ya, para que sus mujeres quieran formalizar su relación con ellos.
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