Los números de Juan Guillermo Cuadrado en la Juventus no pueden ser más espectaculares. Son tan magníficos que en este momento el de Chigorodó ocupa el quinto lugar en la historia de asistidores del equipo más importante de Italia. El que más tiene, y parece inalcanzable, es Alessandro del Piero con 125, pero a partir de ahí empiezan a haber importantes figuras como el segundo que es Platini con 100, Baggio 56, Zidane 52 y Cuadrado con 51. Nunca antes un jugador colombiano había sido tan importante en un club de élite mundial, tan determinante. Y sin embargo en el país Cuadrado no importa demasiado.
Si, está bien, James fue goleador de un campeonato del mundo y en su momento, aunque no se hubiera destacado en el Monaco y fuera un desconocido hasta el Mundial de Brasil, el Real Madrid pagó 80 millones de euros en parte porque sabía que su carita de niño y su versión más refinada de Ronaldo podría vender más camisetas. Esos son los valores en el fútbol de nuestros días. Importa más el marketing que la calidad. Un negocio multimillonario que le ha quitado la alegría al juego. James, como un Orson Welles del fútbol, consiguió su máximo brillo antes de los 25 luego las lesiones y su propia irregularidad lo fueron apagando.
Pero Cuadrado es otro nivel. A sus 32 años puede decir que está en el punto máximo de su carrera. Sus desbordes son electrizantes y en la Juventus ha brillado durante seis temporadas consecutivas, se ha mantenido más arriba que cualquier otro de sus paisanos. Sin embargo las gambetas de Cuadrado no valen, no es tan bonito ni tan atractivo para los grandes medios, es sólo un negrito más y los negros en la Colombia profunda tienen dos opciones: o mueren jóvenes o surgen gracias a la música o al fútbol. En eso los ha enclaustrado una sociedad que no olvida sus raíces hispánicas.
En Italia no pueden creer que el que capte toda la atención sea James y que Cuadrado no reciba el status que se merece, el único que debería tener. James triunfó solo una temporada en el Real Madrid y en la primera en el Bayern.A veces todo es tan evidente. El talento no prima, la pinta es lo que manda.