Una vez Cioran tuvo la oportunidad de dar clases en una escuela de primaria, su primer día lo relata como algo frustrante, delante de los niños y con todos los compromisos laborales, este filósofo de la decadencia renunció inmediatamente. ¿Qué podía enseñarles Cioran a esos estudiantes si él no creía en el progreso? ¿Cómo podría ese promotor del suicidio formar el futuro de la sociedad? Serían las primeras objeciones para cualquiera que conociera sobre el pensamiento de dicho rumano.
Pero, ¿acaso esos interrogantes no se convierten en una bofetada para nosotros? Emil Cioran fue un promotor del suicidio, amargo, decadente, asesino de esperanzas y sobre todo descalificador de la especie humana. En sus libros encontramos heridas, bofetadas, no teorías y soluciones. En ese orden de ideas, imaginarse a Cioran en un aula es algo contradictorio, por lo tanto, el hecho de renunciar como docente fue lógico porque no compagina con la finalidad de la escuela: forjar las generaciones que lleven las riendas del avance social.
No obstante, ¿realmente la educación de ahora lleva una coherencia con tal finalidad? La respuesta sería un no, el ejercicio docente y la práctica educativa cada vez más se momifica en un compendio de papeles, diarios de campos, resultados ICFES, etc. El formalismo excesivo y la perspectiva de cumplir con estándares burocráticos, son males que imperan con agresividad. Un ejemplo de lo anterior, fue que en mi primera experiencia laboral la coordinadora académica, de ese tiempo, me dijo que mi laboral como docente de filosofía se reducía las orientaciones de las pruebas ICFES, y no tenía que centrarme en educar para el pensamiento crítico, ni motivarlos a forjar su autonomía, ni mucho menos “volverlos filósofos”. De esta forma, es posible encontrar casos semejantes y peores en muchas escuelas, ya sean privadas o públicas en Cartagena.
Entonces, ¿los problemas de la educación se reducen a una mala orientación administrativa? La cuestión no se agota allí, en cuanto a los docentes es común ver profesores que dan clases sobre áreas donde no tienen formación, igualmente, profesionales que reducen sus clases a la formula rutinaria: “fotocopias”, “lea usted”, “haga las actividades de la hoja”, “me entrega a final de clases”, “no hay debate sobre el tema porque usted debe estudiar 7 años mi carrera”, que matan la vida de la enseñanza. Sin contar, la sobrecarga laboral, además de dar clases tener que revisar observadores, preparar los diarios de campo, si es coordinador de grupo atender todos los casos del curso, apoyar las diferentes actividades escolares, organizar foros sin apoyo de la institución donde labora, todo lo anterior, bajo el mismo sueldo, se convierte en el desgarre energético y emocional de muchos, lo que se refleja, inclusive, en su vida privada.
Por otro lado, aunque el peso de la educación recae en gran parte sobre los hombros de los docentes, parece que eso no evita convertir nuestro gremio en una selva caníbal. Lo cual nos lleva a otro problema, la lucha entre profesores. Esta lucha se puede realizar de diferentes formas: interferir en el trabajo del otro, crear chismes que atente contra la imagen de un colega, desligarse del equipo de trabajo en momentos claves para que la otra persona quede mal, etc. Finalmente el resultado es el mismo, haber impregnado con un ambiente insano la labor educativa. Curiosamente, con la Ley 1620 que regula la convivencia escolar, es notable como los mismos docentes pregonan los buenos valores para convivir con los demás, pero en la faceta de compañero de trabajo y ciudadano se dedica a mostrar lo contrario. Pero todavía esperamos exigirle a Cioran coherencia.
Todo lo anterior, en resumidas cuentas, recrea los diferentes aspectos problemáticos de una educación a medias. Ahora bien, imaginemos a Emil Cioran haciendo una entrevista para un colegio privado en Cartagena, donde le van a preguntar si es ateo o creyente, si es comunista o uribista, le preguntarán sobre su experiencia laboral, no se fijarán detenidamente en otras titulaciones porque podría prestarse para discutir un cambio en el sueldo. Tiempo después le dicen que tiene que actualizar los planes de áreas (que no fueron actualizados el año anterior), le darán el cronograma de actividades (observando la cantidad de tiempo extra no pagado que invertirá), le exigirán los planeadores de clases, las descargas sobre si se adelantó o atrasó en un tema, entre otros compromiso. Digamos que ese Cioran, que arrancamos del pasado antes de que entrara a esa escuela en Rasinari, se da cuenta de los comentarios malintencionados de los otros docentes, de los chismes de pasillos, del saboteo laboral, en fin, de todas las cosas que fueron ya señaladas en párrafos anteriores. ¿Qué haría Emil Cioran en una escuela promedio cartagenera, delante de 60 niños de noveno grado? ¿Qué pensaría Cioran justamente en su primer encuentro, con un calor infernal y en un salón pequeño? Sobre este último interrogante, respondería seguramente que “el hombre no fue hecho para comprenderse con el otro, sino para partirse la cara con el prójimo”, entre tanto, ante la primera pregunta, simplemente, renunciaría. Pero lo haría no solamente porque no creyera en el progreso humano, sino también, por la incomodidad existencial de compartir un trabajo con muchas personas que dicen tener fe sobre el progreso de la educación, empero que se encargan de demostrar lo contrario con sus acciones.
Emil Cioran deja en claro algo con haber evadido la docencia, que si una persona, de acuerdo a su forma de ser, no puede seguir el sentido de una actividad, es mejor que se abstenga de ejercitarla. Crear un teatro sobre un sentido positivo de un qué hacer y negarlo con mentiras, ilusiones y pendejadas, causan más efectos devastadores que motivos para seguir manteniendo dicho sentido. En otras palabras, ¿para qué complicar esta vida que tiende al no ser, con hipocresías sobre la calidad, la exigencia, la educación en valor, cuando se miran desde una perspectiva egoísta? Tristemente, en Cartagena una gran cantidad de personas no lo entienden, y están atrapados en una mentira educativa. De la renuncia de Cioran a ser docente es posible sacar una utilidad negativa: deberían aquellos que no tiene vocación renunciar, al menos esa ausencia le haría la vida más fácil a esos locos que se paran en un salón a tratar de formar bien a sus estudiantes. Mientras tanto, en el momento en que fueron escritas estas palabras otro tipo de docentes lucha por cambiar el destino fatal de la educación colombiana, en el instante en que Cioran renunció en ese colegio, otro enfrentó a uñas el problema puesto que, de verdad, cree en un futuro próspero. A ellos no se les escribirán libros, se les harán películas, inclusive ni se les recordará, porque no actuar para llenar estándares. Por último, hace tiempo un amigo me reprochó que leer a autores como Cioran no es útil para la sociedad. Sin embargo, desde mi punto de vista la utilidad depende de nuestra creatividad para crear recursos, en ese sentido, lo provechoso de las lecturas de Cioran depende de una búsqueda autónoma del lector…Varios docentes, rectores y coordinadores deberían leer los aforismos de este filósofo rumano-francés, para ver si con unas cuantas bofetadas reaccionan.