Cuando tenía 25 años, fui a esperar a un familiar muy cercano -- que hace poco falleció en Santa Marta-- al aeropuerto internacional El Dorado. 12 años atrás había emigrado a Norteamérica y prácticamente había vuelto a recoger sus pasos. En la salida internacional, vi llegar a una persona mayor, de barba blanca y contextura más gruesa. Le hacía señas, lo miraba, le grité: "¡Acá estoy, vine por ti!" y no me reconoció. Desde esa época no nos veíamos. Caímos en cuenta, luego de un fuerte abrazo, ojos aguados y sonrisas, que cuando se había ido éramos otras personas. Después, en medio de la conversación de anécdotas de “la misma vaina” --como decía Gabriel García Márquez-- coincidimos en que el país, nuestra ciudad, nuestra gente, también había cambiado.
Para las estimaciones de población de las Naciones Unidas, somos más de 48 millones de nacionales, de los cuales 4.7 millones habitan en el exterior. Una de cada 10 colombianos vive en otro país. 80 mil de ellos emigran al año en busca de oportunidades laborales, según Fedesarrollo. Ellos, nos envían, con mayor proporción al eje cafetero, Antioquia, Bogotá D. C. y Valle del Cauca, según el Banco de la República, remesas que superaron en 2015 los US$4.638 millones, creciendo un 13.3% las remesas en 2015 frente al año anterior, constituyéndose en uno de los principales renglones de nuestra economía. Quizá el renglón que ha contribuido a salvarnos de la caída de los precios del petróleo, de los efectos del fenómeno de la niña y de la revaluación del dólar. El choque de las siete plagas, más duro que nos cayó como baldado de agua fría, en toda la historia de nuestra economía.
Es importante señalar que no son sólo cifras planas, el fenómeno social de los colombianos en el exterior, además, son familias que han tenido que separarse por estabilidad económica o por razones del conflicto: padres y madres que han dejado a sus hijos e hijas al cuidado de sus familias, hijos que muy poco o casi nunca han podido volver a ver a sus padres, fugas de cerebros, gente en las cárceles extranjeras esperando ser repatriados, estudiantes, trabajadores, en el exilio, algunos en la legalidad o también migrantes irregulares, haciendo los que otros no quieren hacer, en fin, así existan políticas públicas e inversión pertinente en la materia, la diáspora colombiana ha impactado en la cohesión social y en la construcción colectiva de nuestra nación.
El Centro de Memoria Histórica nos afirma que cerca de medio millón de colombianos se encuentran exiliados por razones del conflicto armado. Algunos han vuelto, otros añoran regresar. La Paz es volver a recibir a los que se fueron y quieran retornar. Es la oportunidad histórica para incluir a nuestra gente en el exterior.
El país ha cambiado en las últimas décadas, se ha urbanizado, crecido, modernizado, sufrido los efectos perversos de la guerra, de la economía subterránea, pero también ha contado con momentos de esperanza como la expedición y desarrollo de la Constitución de 1991, como el actual inminente acontecimiento histórico de la firma del Acuerdo de Paz, en Cartagena de Indias el próximo 26 de septiembre y la refrendación ciudadana en el Plebiscito del 2 de octubre.
Muchos tuvieron que salir huyendo del conflicto armado, como diría el desaparecido poeta Mario Benedetti han padecido el exilio, es decir, el aprendizaje de la vergüenza y los que han vuelto, vivido en carne propia el desexilio, esa provincia de la melancolía. Desde esa perspectiva, Benedetti menciona en un viejo artículo que lo más importante para el retorno de los connacionales es la comprensión tanto con quien retorna como entre los que vuelven por distintos motivos, como por afecto, cansancio, sueños, nostalgias, y, entre otras cosas, por oportunidades.
Como nación, en la construcción colectiva de la Paz y la reconciliación, éste será un escenario de diálogo social, de deliberación pública y de decisión política. El escenario de la Paz, es el de la solidaridad. Es el momento de pensar en nuestra gente en el exterior, no sólo en el número de votos a favor o en contra de la Paz o en los altos guarismos de abstención o que a pesar de que algunos tendrían dificultades para participar por falta de inscripciones, según la Registraduría, se instalarán 1372 mesas de votación en 138 ciudades de 64 países para poco más de 500 mil ciudadanos migrantes; o en la esperanza en los resultados de los posibles planes de retorno acompañado y asistido en el marco de la reparación colectiva a víctimas del conflicto en el exterior como se manifiesta en los Acuerdos de La Habana; sino ir más allá, a decirles que sí estamos con ellos y que han sido actores claves de nuestro desarrollo.
El Sí a la Paz es el Sí a los colombianos en el exterior. Es el sí a avanzar en reconocerlos como sujetos de derechos y actores políticos que inciden en nuestra realidad. Es el Sí a generarles igualdad de oportunidades para que, quienes así lo decidan, puedan retornar con tranquilidad.
Bogotá, D. C. 9 de septiembre de 2016