En este momento cabe preguntarse algo que hace algunos días hubiera parecido inverosímil. ¿Es más famosa Shakira que el superbowl? Lo siguiente es evidente y se ha vuelto viral: se comenta hoy más el superbowl por el baile de Shakira que por las jugadas del deporte.
Es el momento en que América Latina lance una trompada directo al mentón de Donald Trump, consignado por Shakira; y un jab de izquierda cruzado al hígado, propinado por J. López, cada cual por su fiero y sensual baile en la fiesta más grande del deporte, o por lo menos, la más publicitada y la de mayor factura puntual del orbe.
Y así debería ser pues este señor clown, recientemente declarado culpable de negarse a aceptar testigos en su juicio político de destitución coludido con su congreso republicano proclive, lleva algo de tres años despotricando contra los latinos, intentando construir un oprobioso muro que otrora fue el filtro natural para colar la selección natural de las especies aborígenes de América, cuando todavía no se llamaba así. Y aquí en América, cuando ya se llama así, ningún gobierno, que se sepa, ni siquiera México que es vecino, ha dicho una bendita hostia para oponerse. ¡Cuánta vergüenza! ¡Demasiado oprobio!
Y vienen dos mujeres latinas, hacen doce minutos de danza y provocaciones esculturales de la mejor estirpe de las Venus griegas y ponen en pie, enderezan toda la conciencia dormida de América.
Pero eso hay que dimensionarlo mejor. Si la pregunta formulada tuviera una respuesta positiva, entonces América Latina debería inventar su propio superbowl, es decir, montar un espectáculo paralelo y simultáneo a cada fecha de ese evento para lanzar nuestra conciencia y significación continental por el mundo. América Latina debería construir de manera mancomunada en Estados Unidos su propio estadio, igual de monumental o más grande, que le hiciera competencia a la OEA, para que las mujeres latinas bailen, por ahora, como bailan Shakira y J. Lo´s. Que esos bailes evolucionen en las barbas de los Estados Unidos de América, para escarnio de Donald Trump y sus anquilosados huesos de caverna.
Y a esto hay que ponerle toda la atención, si se quiere, la más sofisticada del caso. Es que así como se mueve Shakira no se mueven las cinturas del mundo y eso es un espectáculo suficiente, sobre todo para la siguiente era del robot que ya casi inauguramos de manera global. Cuando la robótica domine el mundo, auguramos, las robots deberán moverse como Shakira para que sean mediática y operativamente admisibles. Si no es el presente el que reivindicamos, nos pertenece también el futuro.
Así de sencillo. Shakira habría inaugurado entonces la primera imagen emergente de la Era Robótica con perspectiva de género de la historia.
Si nos atenemos a que el 54% de la población del mundo son mujeres y todas ellas sin excepción quisieran moverse como Shakira tendríamos el ejército mediático mejor dotado del mundo y el más representativo.
Es necesario recuperar la conciencia y significación subversiva del baile. De cómo los disimulados movimientos contornan una interpretación de nuestra pretendida y ansiada libertad de movimiento por todo el continente americano, otrora aborigen, que quiere hurtarnos el supremacismo blanco y el fetichismo de las barreras geográficas que un Trump teutónico pretende.
Shakira de rojo hasta los pies vestida mostró la densidad de una mujer libertaria en el escenario. Esa hendidura en su falda sobre el flanco derecho y los movimientos peristálticos de su cadera son una incitación a un nuevo devenir histórico de América, un continente que se atreva a bailar la mejor música del mundo. Shakira, Loba en Celo de América.
Pero qué hace nuestro gobierno: nombrar pobres ministros que no saben siquiera mover un dedo, ahora van a mover un país. ¿Y un continente? ¡Bah!
Que no se crea que esto es simple exageración folclórica. Shakira tiene las piernas y el baile. Eso es irrefutable. No hay sino que mirar qué tan lejos pudo haber quedado la mismísima JLo´s cuando pretendió mover las caderas.