Aunque finalmente ganó el pleito con sus empleados quedó un mal sabor del conflicto laborar. Las quejas las ventilaron la gente de confianza que ella había llevado desde Colombia a vivir a Barcelona con ella en el 2011. Un madrugada Shakira llamó a Maritza de Ávila, la empleada barranquillera que conocía desde que tenía 9 años, y a su esposo Didier Hernández para que le llevaran algo de comer a su cuarto. El empleado, que hacía las veces de chofer y de cocinero cuando así lo requería la cantante, le llevó un sándwich. La diva se lo devolvió con furia porque su antojo pasaba por un bistec o un pollo sudado. Didier estaba cansado de una larga jornada para cocinar a la 1 de la mañana y se negó. La amenaza de despido no se hizo esperar. Seis días después la hizo realidad. Este hecho desencadenó una serie de conflictos laborales que terminaron en demanda a la que el abogado español de la cantante Ezequiel Camerini respondió con una orden a la pareja de empleados de abandonar el apartamento y los tiquetes de regreso a Colombia.
Los empleados nunca se fueron. Buscaron a Antonio De La Rua, quien recién había terminado su relación con la colombiana, para que los ayudara. El argentino los relacionó con el reconocido bufete de abogados Fabregas Associates para que buscaran al menos una indemnización por el tiempo de trabajo al servicio de Shakira. La pretensión superaba los $ 150 mil euros. De la Rua también rumiaba su propio resentimiento por la ruptura abrupta de su compañera de diez años ante la entrada de Gerard Piqué a su vida.
Él también tenía caminando su propia demanda contra ella. Además de afecto habían construido un emporio comercial alrededor de la cantante colombiana, por lo cual reclamaba también sus derechos. Al concluir la relación solo recibió USD$10 mil y estaba más que insatisfecho porque además conocía de primera mano los números en ingresos y ganancias que manejaba Shakira
Un año después, el 19 de abril del 2013, el juzgado español que llevaba el caso declaró que la cantante no tenía que pagar un solo euro más a sus empleados. Aunque ganó en los tribunales Shakira salió mal trecha dentro de la opinión pública y empezaron a aparecer denuncias de plagio de otros cantantes que minaron su credibilidad.
En pleno mundial de Brasil el cantante Woodkid elevó sus protestas en Facebook por qué le pareció –como a otras miles de personas- que la barranquillera se había copiado de su canción Iron para hacer La La La, uno de los temas más pegajosos del 2014. Jerry Rivera arrasó a principios de los noventa. Su cara de niño y voz azucarada hasta al hartazgo causaron sensación entre las quinceañeras entre las que se contaba Shakira. Rezagos de esa devoción pasada se vieron en el obvio “homenaje” que le hizo en Hip’s don’t lie. Cuando le llegó la demanda, Shakira argumentó que el fragmentado aludido formaba parte de un hip-hop ochentero. La demanda de Jerry Rivera nunca prosperó. El cantante Luis Diaz también se quejó de que el estribillo de la canción Baila la calle de noche, baila la calle de día era suyo.
Otro ídolo de su niñez, Wilfrido Vargas, la demandó por USD $ 11 millones cuando escuchó que el coro Waka, compuesto para las Chicas del Can en la canción El negro no puede, era usado por Skakira sin darle un solo crédito. La cantante se defendió diciendo que Waka Waka formaba parte de una canción folclórica africana.
En diciembre del año pasado Shakira enloquecía a sus fanáticos cantando al lado de Maluma. Las descargas y las visitas al video en Youtube alcanzaron las 70 millones a las dos semanas de publicado. El estruendo era tan ruidoso que nadie se percató de la furia de los fans de Rihana que gritaban que el video de Chantaje era igual a What’s name. El 3 de febrero del 2017 el juzgado número 12 de Madrid, España, admitió una demanda del cantante cubano Livam contra Carlos Vives, Shakira y Sony Music por supuestamente haber plagiado su canción Yo te quiero tanto de 1997 para hacer su tema La bicicleta, una de las mejores del 2016.
La aparición de su nombre en los Paradise Papers, en donde se le acusa de mover 31.6 millones de euros en Malta y Luxemburgo, paraísos fiscales, es un lío más entre su ya extensa lista de faltas. Otro frente que deberá sumir legalmente y responder ante las autoritarias tributarias y que mal que bien le mina su prestigio, hasta hace un tiempo intocable como si se tratara de una diva sagrada.
