Si de grandes exponentes de la literatura colombiana hablamos, posiblemente a varios de nosotros se nos venga a la mente el ganador del Nobel que una vez dijo: “La literatura no se aprende en la universidad, sino leyendo y leyendo a otros escritores”.
Las atmósferas serán distintas: a algunos, el olor de las almendras amargas nos recordará el destino de los amores contrariados, otros, podrán llegar a confundir el hielo con el diamante más grande del mundo, unos más rememorarán el día que iban a matar a Santiago Nasar o sentirán empatía con un viejo coronel y su esperanza en un gallo de pelea.
He ahí la magia de las letras, de la extraordinaria capacidad que tienen los escritores entrañables para hacernos espectadores de historias que, a través de las páginas, dejan de ser ajenas para volverse parte de nosotros.
Para Bayron Araújo Campo eso representó Gabriel García Márquez. Gabo, como le gusta llamarlo. Él es uno de los autores con los que más se ha sentido identificado desde que, a temprana edad, sintió el llamado de las letras. Quizás es porque su relación va más allá de la literatura y la tierra donde nacieron; los une el caribe colombiano, sus manifestaciones culturales, el vallenato y la parranda.
Pero el camino literario de Bayron también estuvo marcado por nombres como Jorge Isaacs, José Asunción Silva, Raúl Gómez Jattin, Rubén Darío, Mario Vargas Llosa, Charles Pierre Baudelaire, Edgar Allan Poe, José Saramago, Pablo Neruda y Juan Rulfo. Y es aquí donde la frase de Gabo cobra magia.
Con cada lectura, Bayron fue descubriéndose a sí mismo. Hoy, él nos invita a ser partícipes de su historia…y de sus historias. Para un autor, publicar su primera obra puede despertar muchas emociones, pero sobre todo, representa la apertura de su corazón a los lectores.
Si le preguntamos a Bayron cómo fue su acercamiento a la literatura, él nos dirá que lleva en su memoria los días en que su mamá, Yania Campo, le leía la novela María, de Jorge Isaacs, a la edad de nueve años. Recordará a Jorge Mantilla Rojas, el coordinador de la escuela de San José de Oriente donde cursó su primaria y sus pláticas sobre Escalona y los grandes compositores de la música vallenata.
Pensará en su primo Emiro Luis Campo y cómo le heredó el gusto por la lectura, y en las horas que pasaba conversando con su tío Luis Alberto Campo, “el licenciado en matemáticas y especialista en cachacas”, quien más que familia, fue su amigo de parranda.
En ese entorno, Bayron comenzó a escribir a la edad de 13 años. Tan solo un año después, ganó su primer concurso con el cuento El Soplo de la muerte. A los 16, con el vivo deseo de “tener el brazo puesto en la escritura”, se inclinó también por el periodismo. Su primera oportunidad fue en el diario El Pilón, justo después de ganar el Premio Departamental de Cuento del Cesar.
A partir de ese momento nunca se separó de las letras. Los 26 cuentos que conforman Serpientes de humo fueron escritos a lo largo de estos años. En ellos, Bayron recrea sus memorias, algunas marcadas por el conflicto armado en Colombia, otras por personajes y crudas visiones.
Si le preguntamos por qué el libro lleva ese título, él nos dirá que es por la recreación constante de atmósferas donde el café y el cigarrillo se vuelven esenciales, algo muy característico de sus escritos. Sin embargo, después de haberlo leído, puedo decir que el nombre también posee un significado profundo basado en el carácter volátil del humo, la rapidez con la que nos envuelven sus historias, la fluidez de sus textos y la manera en que nos recuerdan que todo es efímero.
Y quién mejor para interpretar y expresar esa esencia que Jorge Estrada, cuyo talento también hace parte de este libro, desde el diseño de portada hasta las ilustraciones que acompañan atinadamente cada cuento.