Serie '33 lecciones para construir la paz'. Capítulo 6: la lección de la humildad

Serie '33 lecciones para construir la paz'. Capítulo 6: la lección de la humildad

“Los conflictos surgen siempre de un ego aquejado de megalomanía: los que se creen dictadorzuelos, reyezuelos o emperadorcitos del mundo...”

Por: Juan Mario Sánchez Cuervo
mayo 20, 2023
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Serie '33 lecciones para construir la paz'. Capítulo 6: la lección de la humildad

“Los conflictos surgen siempre de un ego aquejado de megalomanía: los que se creen dictadorzuelos, reyezuelos o emperadorcitos del mundo”

La gran escritora del siglo de oro en España, Teresa de Jesús, solía decir: la humildad es la verdad. Hacía referencia, obviamente, a la verdad última sobre nosotros mismos. De hecho, somos simples mortales: vulnerables, pasajeros, imperfectos, falibles… además, estamos habitados por luces y sombras, aunque sobreabundan más las sombras. Por eso no sobra acudir al principio de la realidad: la muerte debería ser nuestra maestra y sabía consejera

De todos nosotros, incluso de los que se sienten importantes y famosos, no quedará ni un sólo vestigio en la infinitud del espacio y del tiempo. Es más: usted, aquel, aquellos y yo somos algo así como la nada o el vacío mismo. Pero el ego es un personaje empeliculado que suele experimentarse a sí mismo como un ser necesario, importante, incluso el centro y razón de ser de todas las cosas. Por otra parte, ese mismo ego tiene la fastidiosa costumbre de victimizarse, como si todo el universo (hasta Dios) estuviera obligado a rendirle pleitesía… o lo que es peor aún: los ególatras creen que la vida y los demás están en su contra. Por este motivo se quejan, se lamentan y lloran a cántaros sobre la leche derramada. En todo caso, lo especificado hasta el momento son rasgos de un aprecio desmedido por nosotros mismos. Al respecto, un brillante escritor y antropólogo (Carlos Castaneda) anota con maravillosa lucidez: lo más difícil en este mundo es adoptar el ánimo del guerrero. De nada vale estar triste y quejarse y sentirse justificado de hacerlo creyendo que alguien nos está siempre haciendo algo. Nadie le está haciendo nada a nadie, y mucho menos a un guerrero. Castaneda insiste, en lo extenso de su obra, en la necesidad de que perdamos la  importancia personal. Es en este sentido que la humildad es la verdad. El resto son quimeras, rasgos de soberbia y vanidad.

En otro punto del análisis medular de esta lección hay que aclarar: por principio, todos los seres humanos tenemos los mismos derechos. Nadie tendría por qué sentirse menos que nadie ni superior a nadie. No obstante, el mundo está lleno de prepotentes; es decir, de aquellos especímenes que en algún punto del camino se tragaron el cuento de que son indispensables. Así, están convencidos que sin ellos la sincronía perfecta del universo se va a detener. En fin, son los amigos de pisotear a sus congéneres. Además, tienen ínfulas de reyezuelos, dictadorzuelos o emperadorcitos. No vaya a suponer el lector mal pensado que lo que acabo de escribir es una sátira política atribuible a X o Y personaje de la vida pública de aquí, de allá o de acullá. La sátira política es un género que abandoné hace ya algún tiempo, precisamente por los riesgos que entraña en un entorno de susceptibilidad ególatra, como el actual. Por el contrario, sólo fíjese en los simples personajes de su parroquia y podrá contemplar a su gusto variopintos ejemplares de esa condición megalómana. Dígales por ejemplo: “esta boca es mía”… y comprobará que se la callan, por las buenas o por las malas, pero se la callan. Sí señores, atrévanse a confrontar un ego subido en su pedestal de humo y escuchará el resoplar de los vientos de guerra. No es necesario que vaya a Ucrania ni a ningún paraje azaroso de la tierra para que vea con sus propios ojos los berrinches de un ego dispuesto a matar y comer del muerto. Los Gengis Kan, los Calígula, los Hitler o los Stalin no hay que buscarlos en los libros de historia. Hágale un menosprecio, desplante o burla a un ego herido de muerte (los ególatras no tienen sentido del humor) y el muy energúmeno le desenvainará la espada o le exhibirá el garrote, la piedra, el machete, la escopeta, el revólver, el fusil, la metralleta; y si es un ego poderoso, lanzará una ojiva nuclear o la bomba de hidrógeno. A mí particularmente me da risa cuando mencionan al diablo: qué más demonio que un ego frustrado.

En otro orden de ideas, los conflictos domésticos se parecen mucho a los conflictos a gran escala (un principio universal explica: como es arriba es abajo), al fin y al cabo el ser humano a veces cae en las garras de la involución, y entonces recuerda al primate recién bajado de los árboles. Si el hombre camina en dos pies y no en cuatro patas es para que demuestre su dignidad, y, de paso, para que en él brillen la razón, los argumentos, el cerebro más sofisticado y no el impulso o el instinto salvaje. Lamentablemente estamos llegando a un punto en el que parecen más lógicos y razonables los animales que muchos seres humanos.

Atención: no vayan a confundir humildad con estupidez. Las personas humildes son más inteligentes pues poseen sabiduría: saben quiénes son, dónde están, de dónde vienen, hacia dónde van y qué es lo que quieren. Pueden ver. En términos espirituales son más evolucionados. En cambio, en la otra esquina encontramos a los soberbios o ególatras los cuales tienen la intolerancia a flor de piel. Aunque presuman puestos, títulos, diplomas… así vistan de frac y ostenten su poder no dejan de ser unos pobres personajillos dignos de lástima. En efecto, en su ridiculez una persona de semejante calaña tiende a creerse un-dios-todopoderoso-y-eterno al que todos deberían adorar. Por suerte, contamos con una justiciera implacable que no respeta cetros, coronas ni pedestales: la señora muerte que pone las cosas en orden, de tal forma que llegada la hora de la podredumbre (es decir, cuando el polvo de la nada termine por igualarnos a todos) ella nos mostrará la verdad. Porque  una cosa es cierta: no le hacemos ni cosquillas al mundo. ¿Qué es entonces el ego? Un eco de ecos surgido de otros ecos y condenado al silencio de la nada.

En conclusión: la humildad es hermana de la paz, pues sólo los humildes pueden ser felices y hacer felices a los demás. Los humildes son pacificadores y se convierten en la misma paz. La humildad no es tampoco pobreza. Se puede ser pobre y soberbio, o rico y humilde. La verdad, desconfío más de un rico advenedizo que olvidó sus orígenes, que de un rico humilde que sabe compartir sus bienes espontáneamente. El camino no es quitarle al que tiene, sino convencerlo de la felicidad que genera el dar. Dar es recibir, y comprender y actuar así es también humildad.

Posdata: próxima lección…. La Justicia.

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