Una ley universal dice que si en el mundo no ocurrieran cambios vendría por inercia el caos. La paradoja de dicha ley explica que si los cambios se dieran muy aprisa también vendría el caos. De lo anterior se deduce que los extremos en cualquier esfera de la vida siempre serán una grotesca calamidad. Por eso, las transformaciones tienen que darse paulatinamente como consecuencia de un proceso. Yo me atrevo a llamarla la ley de la progresión.
En efecto, en el mundo interior y en el mundo exterior, y en general en el universo, todo obedece a un proceso. El inmediatismo (síndrome de los tiempos modernos) puede conducirnos a la desesperación. Poco se habla hoy por hoy de la desesperación, pero ustedes mismos comprobarán muy pronto que es la gran protagonista en la actual coyuntura universal. El que no tenga la suficiente paciencia para trasegar las pruebas y desafíos que el mundo actual demanda no disfrutará el tiempo maravilloso que se aproxima. Bien dice el adagio chino: crisis es sinónimo de oportunidad.
En otras palabras: si no sabemos esperar arruinamos los procesos de cualquier orden. Además, la excesiva ambición, las expectativas, la ansiedad y manía por los resultados arruinan los proyectos más auspiciosos. En cambio, la naturaleza es sabia. Por ejemplo, el buen sembrador confía en la ley de la progresión: la practica por intuición, y en este sentido, tiene fe y confianza en el proceso. No se dedica a verificar compulsivamente, como queriendo controlar lo que sucede con la semilla plantada. Por el contrario, la obsesión por la verificación monitoreo o control destruye cualquier semilla. El sembrador es sabio: confía. Él duerme y vive tranquilo, y, en consecuencia, los frutos llegan en su debido momento.
Por otra parte, en la actualidad observamos que muchos no respetan los procesos: es como si quisieran recoger los frutos de inmediato. La vida no funciona así. Es más, el inmediatismo es una actitud autodestructiva, demente. Repito: el que no sabe esperar no recibirá la recompensa que corona todo esfuerzo. En este mundo las cosas suceden en el momento justo, no antes ni después. En el polo opuesto de la impaciencia, existen personas muy evolucionadas espiritualmente: ellas siembran la semilla y se desconectan del resultado. Incluso son conocedores de esta realidad: siembran conscientes de que otros se beneficiarán de su esfuerzo, porque ellos no verán los frutos de su labor. La verdad, no les importa mucho el yo individual, sino el colectivo. Por eso, son los mejores seres humanos: superaron el egoísmo, la egolatría y la avaricia.
¿Y cómo se relaciona esta lección del progreso con el tema de la paz? La respuesta es clara y sencilla: la paz es progreso. La guerra es retroceso. La paz es el futuro; la guerra, la violencia representan el pasado. Tal vez persistan todavía por un breve tiempo. Quizás ese breve tiempo sea el más sanguinario de la historia, pero está escrito que el amor fraternal y la paz triunfarán. Ojo-cuidado-peligro: los hombres anclados en lo primitivo, querrán imponer el garrote en los estertores de esta especie de prehistoria en la que estamos aún inmersos. La ley del amor (progreso) demostrará su poder sobre la ley del Talión. Será la victoria total del perdón (comprensión) sobre la venganza (ignorancia).
Amables y pacientes lectores míos: se aproxima una rutilante aurora, y con ella un hermoso escenario donde la razón, la lógica, los argumentos y el amor serán la base de la nueva civilización. Hasta la fecha ha reinado la ley del más fuerte, no la del más humano, sabio, tolerante y sensato. Es por eso que la paz está en la misma línea del progreso, y el ser humano, a su vez, está inmerso en un proceso constante de evolución. Es urgente dar el salto cuántico: de la jungla a la civilización, de las tinieblas a la luz, de la piedra a la pluma, de las jaulas a las aulas, de la injuria a los argumentos, de las posturas intransigentes a la concertación, del odio y del miedo al amor, del cerebro reptil al neocórtex, del desespero a la esperanza, de la división a la unidad; es decir, de la guerra a la paz.
En detrimento de toda la humanidad, hoy somos testigos de una guerra subrepticia: el conflicto de los que quieren retornar al pasado (a un orden preestablecido o estructura psicorrígida) en contraposición a los que pretenden un cambio inmediato y radical, como queriendo cortar de un solo tajo la tradición y las normas que precisamente ayudaron en el progreso. Las posturas radicales, ustedes bien saben, generan tragedias, holocaustos. Es por todo lo anterior que afirmo que estamos viviendo una guerra mundial de los extremos. Muy al contrario, sostengo (aunque suene redundante) que el progreso ha de ser una progresión pacífica, sin necesidad de vientos de guerra o alzamientos armados. Vientos de cambio, sí; vientos de guerra, no.
La ley del progreso (en cuanto progresión) yo la enunciaría en términos matemáticos: si A + B, entonces C (A+B=C). Verbigracia: “hoy somos lo que ayer éramos mañana”, y mañana seremos lo que soñemos, pensemos y hagamos o dejemos de hacer hoy. Fue en esa línea progresiva que Heráclito expuso el principio: todo cambia todo fluye… No nos bañamos dos veces en el mismo río. Oponerse a esta verdad no sólo es tozudez arcaica, sino también locura.
Para terminar: lo nuevo despierta la inteligencia. En este sentido, Jean Piaget aporta esta magnífica idea: es inteligente aquella persona que se adapta a circunstancias nuevas con base en experiencias pasadas. Así las cosas, démosle la bienvenida a lo nuevo y desconocido. En la incertidumbre de lo novedoso está la oportunidad, es ahí donde podemos crecer, aprender y progresar. Si pensamos lo mismo y hacemos lo mismo y tratamos con las mismas personas, seguiremos siendo los mismos y obtendremos los mismos resultados, o cosas peores. El cambio es posibilidad y crecimiento.
Para aclarar todo lo anterior, nos podría servir el concepto conversión tal como lo entiende el cristianismo. Hace referencia al proceso mediante el cual una persona que estaba atada a la esclavitud (vicio, oscuridad, pecado) poco a poco es liberada o iluminada. Una conversión no se da (salvo un caso excepcional) en un instante ni de un momento a otro. Sucederán recaídas, retrocesos, pero también habrá conquistas y recuperaciones: hay progreso, siempre en espiral ascendente, hacia arriba.
En esencia: la progresión siempre será positiva si corresponde a un proceso gradual, lento y seguro, sin precipitaciones. No hay por qué acudir a lo virulento, violento o lesivo. Así deviene un progreso sano, pues el progreso acelerado ya quedó dicho conduce a ese infierno denominado caos.
Posdata: próxima lección… La humildad.