“Jamás contemplé tanta contradicción: un fulano piensa como progresista, habla como populista pero actúa como déspota”
El principio de no contradicción en su versión ontológica plantea: nada puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido. En lenguaje coloquial diríamos: se es o no se es; estamos o no estamos; somos o no somos; todos en la cama o todos en el suelo. De hecho, no es posible estar en la cama y estar en el suelo simultáneamente.
Y dado que ésta es una serie sobre la paz, me atrevo a proponer una disyuntiva que no admite término medio: le apostamos a la paz, o le apostamos a la guerra. Ojalá, de todo corazón, elijamos esa paz verdadera que sólo puede surgir de nuestro interior para proyectarse efectivamente en el exterior.
Desde otro ángulo del presente análisis, conviene subrayar que no es lógico que en tiempos de “paz” aumente la violencia, y mucho menos que cuando se promete silenciar los fusiles éstos adquieran un mayor protagonismo, como tampoco es correcto que se publicite la “vida” y se venda la muerte. Mi abuelita, que era todo un personaje, diría con desparpajo: bueno mijito, gallo o gallina.
Por otra parte, usando un lenguaje tan sucinto como elevado el Divino Maestro explicó el principio de la no contradicción en términos de la coherencia: sea vuestro hablar: sí, sí; no, no; porque lo que va más de esto, procede del mal. Sin embargo, da tristeza comprobar que hoy escasea la coherencia y el respeto por la palabra empeñada… las personas que cumplen lo que prometen son cada vez más escasas.
Es más, la actual generación padece el síndrome de una inestabilidad crónica que va de la mano con una enorme incertidumbre. Por eso, no hay perseverancia en las determinaciones. Por decir algo, aquellos que asumen tal postura o que han tomado tal decisión, en unos minutos puede estar pensando o haciendo otra cosa. En la era del relativismo moral y ético, reina la inestabilidad en todas las esferas de la vida humana. Es la gran tragedia de nuestra época, y pocos lo admiten.
En esta misma línea, hoy por hoy sobreabundan las contradicciones, las incoherencias y las mentiras, sobre todo en algunos políticos que ni fu ni fa.
En efecto, hoy piensan una cosa y mañana otra, o dicen (prometen) algo y a la hora del té hacen todo lo contrario. Es decir, pretenden lo imposible y absurdo: pasar de largo ante el principio ya enunciado. Así las cosas, creen que pueden ser y no ser al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto. De modo que en últimas hacen poco… mejor dicho, proceden mal.
Como dice el adagio chino: una imagen dice más que mil palabras. Por eso a continuación daré un ejemplo bastante visual, con la esperanza de que el lector despierto capte la asociación o analogía. Se trata de un paradigma del principio de la no contradicción en su sentido inverso.
En efecto, jamás contemplé tanta contradicción: un fulano piensa como progresista, habla como populista, pero actúa como déspota. No obstante, y ya en sentido directo: qué maravilloso sería descubrir un paradigma de la coherencia política: un líder que piense como demócrata, que hable con moderación y actúe como todo un humanista. La verdad, creo que el mundo no estaría sumergido en este callejón sin salida: la crisis actual.
En otro orden de ideas, cabe resaltar la importancia de la coherencia, o lo fatal de la incoherencia a la hora de abordar el tema de la paz. En este sentido, la ciudadanía en general observará si los implicados en determinado conflicto cumplen o no lo acordado. Si siguen los protocolos, si respetan lo prometido.
Termino con una pregunta que ojalá contribuya en la construcción de esa coherencia que facilita toda reconciliación general: ¿qué sentido tiene que los labios hablen de paz si el corazón está armado, y en consecuencia, dispuesto para guerra?
Posdata: próxima lección… El oscuro deseo de matar.