Serie '33 lecciones para construir la paz'. Capítulo 20: el otoño de la democracia

Serie '33 lecciones para construir la paz'. Capítulo 20: el otoño de la democracia

Los enemigos de la delicada e irremplazable democracia: demagogia, populismo, autoritarismo, abuso de poder, corrupción, narcotráfico, extremismo...

Por: Juan Mario Sánchez Cuervo
agosto 24, 2023
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Serie '33 lecciones para construir la paz'. Capítulo 20: el otoño de la democracia

No hubo ni hay ni habrá un mejor sistema político que la democracia. Como dijo alguna vez el filósofo enciclopedista Jean Jacques Rousseau: si hubiera una nación de dioses, éstos se gobernarían democráticamente.

Sin embargo, la noticia que les comunico no es alentadora: la democracia agoniza. Ante lo incierto y complejo del panorama la peor actitud que podemos asumir es la del avestruz; es decir, esconder la cabeza cuando el peligro acecha. En todo caso, el negacionismo y la indiferencia no son buenas alternativas.

A propósito, conviene repasar las posibles causas de la actual crisis. En primer lugar (aunque suene un poco fuerte a pesar de lo metafórico), la democracia se parece a una bella y elegante dama que ha sido manoseada, usurpada, usufructuada y socavada como si se tratara de una ramera.

En efecto, la demagogia, el populismo, el autoritarismo, el abuso de poder, la corrupción, el narcotráfico, la polarización, el extremismo, el sectarismo y la egolatría de los que detentan el poder la están llevando (nos están llevando) hacia el abismo.

Por eso, las instituciones (hijas precisamente de la democracia) están atravesando también una profunda crisis. Y si alguien cree que exagero, entonces no ve ni lee las últimas noticias; o si las ve, las lee y las escucha entonces no sabe interpretar la realidad.

Por otra parte, genera malestar ser testigos de la  actitud de la mayoría de los políticos, los cuales gracias a su comportamiento mezquino van convirtiendo al mayor invento político de la humanidad en una vieja mamarracha y ridícula. Deberían respetar esa “democracia” de la cual les gusta presumir y la que citan con deleite en sus discursos populistas.

Hay otros factores que determinan lo que hay y lo que se ve venir: el caos administrativo, la violencia fuera de control, la desconfianza del pueblo en sus gobernantes, la crisis energética en el mundo y las amenazas de hambrunas que se ciernen sobre un futuro igualmente incierto. Claro está que hay otras causas de menor relieve, pero que sumadas a las anteriores ameritan una urgente consideración por parte de las Naciones Unidas.

Para colmo de males, la guerra entre Rusia y Ucrania, los rezagos que dejó la pandemia del Covid-19 y los conatos de nuevas pandemias en el marco de una desigualdad social creciente aumentan el nivel de la incertidumbre política. Por eso, si los grandes líderes del mundo no toman medidas ecuánimes, sensatas y prudentes la caída de la democracia será inminente.

La pregunta obligada ante semejante diagnóstico es la siguiente: ¿qué sistema político emergería si la democracia eventualmente desapareciera del orbe? La respuesta resulta tan obvia como lamentable: no veríamos nada nuevo bajo el sol de la política. Viviríamos un retorno de los viejos modelos que no sólo fracasaron, sino que además dejaron una estela sangrienta de genocidios, hecatombes y holocaustos. En otras palabras, constituiría la  exhibición de los totalitarismos de toda índole: dictaduras de izquierda y de derecha, despotismo, fundamentalismo religioso desde el poder político (teocracia) y todas las formas de autoritarismo.

En otro orden de ideas, los protagonistas de la política contemporánea no deberían lavarse las manos a la manera hipócrita de Poncio Pilato. Definitivamente los susodichos tienen mucha responsabilidad. Por ejemplo, se han dedicado a perseguirse y calumniarse mutuamente, y, por ende, a no dejar gobernar al mandatario de turno independientemente de su ideología o partido político. Así las cosas, han propiciado el terreno abonado para la tormenta perfecta en una de las peores coyunturas en la historia de la humanidad. Al mismo tiempo, los que ejercen el poder muchas veces se dedican a victimizarse y a azuzar irresponsablemente a la fanaticada o turbamulta. También suelen reprimir la libertad de prensa y expresión y, a veces, se obsesionan con un paso peligroso: debilitar el poder judicial, esa antesala al autoritarismo.

Atención: la crisis humanitaria global que se aproxima, aún es posible evitarla si los que pueden quieren. El caso es que yo no sé hasta que punto estén interesados en evitarla. Los genios de la política que eviten semejante tragedia no sólo salvarían la democracia:  a lo mejor también salvarían a la humanidad del autoexterminio.

Desde otra óptica del presente análisis: en lo extenso de la historia de la humanidad, notables e ilustres seres humanos se convirtieron en verdaderos mártires de la democracia: Abraham Lincoln, Gandhi, Martin Luther King, Salvador Allende, Alexandros Panagoulis, Aldo Moro, Jorge Eliécer Gaitán, Rodrigo Lara Bonilla, Guillermo Cano, Luis Carlos Galán, y un extenso etcétera… y recientemente Fernando Villavicencio. Estos excelentes seres humanos, desde lo que fue su noble lucha por la libertad y la justicia, nos dicen  las mismas palabras que usó el poeta Guillermo Valencia durante las exequias de otro inmolado por la democracia: ¡bendita seas, democracia, así nos mates!

Termino esta reflexión sobre la paz, exhortando a los auténticos dolientes de la democracia a asumir un papel propositivo y honestamente crítico en la actual coyuntura. Los dejo con tres frases memorables que inspiran, y, de paso, invitan a valorar lo que todavía no hemos perdido, al menos totalmente:

“Mi ideal político es el democrático: cada uno debe ser respetado como persona y nadie debe ser divinizado” (Albert Einstein).

“Todos los males de la democracia pueden curarse con más democracia” (Alfred Emanuel Smith).

“Para los que no tenemos creencias, la democracia es nuestra religión” (Paul Auster).

Posdata: próxima lección… el principio de la no contradicción.

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