En la primera lección les hablé del dolor, hoy convoco a la verdad. Para empezar es preciso aclarar que las profundas heridas y los enormes sufrimientos que a su paso deja la guerra, no desaparecerán como por arte de magia si los victimarios tienen el coraje suficiente para relatar la verdad. Sin embargo, la verdad tiene tanta fuerza y un poder tan luminoso que trasciende lo ético, lo político, incluso lo humano hasta alcanzar una dimensión espiritual.
En mi humilde opinión, el componente de la verdad es un imperativo categórico si se quieren superar situaciones de violencia. Es más, la verdad es el pilar fundamental para garantizar una paz estable y duradera, si bien relativa. Paz total nunca ha existido, y ese concepto parece más una utopía dada la complejidad de la naturaleza humana, proclive siempre a la beligerancia y a un instinto atávico de lucha y territorialidad. Más aún, desde que el primer hombre dijo: “esto es mío y con nadie lo comparto y nadie me lo toca”, en ese mismo instante comenzaron todos los conflictos interpersonales y sociales. El denominado homo sapiens también se volvió esclavo de una ridícula obsesión de asumir siempre una relación de poder y supremacía frente a algo o alguien. En este sentido, la humanidad todavía no da el salto cuántico que lo separe definitivamente del reptil y que le permita acceder a una renovada naturaleza: la de un verdadero ser humano, esa criatura invitada desde el principio a la fraternidad, al amor y la empatía.
En otro orden de ideas, el lenguaje poco ha ayudado a la humanidad a resolver sus conflictos. Más bien el carácter elusivo y equivoco de las palabras contribuye muchas veces a propiciar desencuentros y escenarios de divergencia. Las palabras conforman una amalgama confusa donde confluye lo denotativo, connotativo y simbólico. Es así como la interpretación errada de un determinado mensaje eventualmente puede generar desencuentros y conflictos. En este sentido, las guerras siempre comienzan en el lenguaje y culminan en los campos sangrientos de batalla. En cambio, una actitud silente y moderada, y la apropiación de un lenguaje asertivo evitarían muchas muertes violentas. Lamentablemente desde hace algunos años el mundo es testigo de una grotesca confrontación verbal desde plataformas virtuales y reales: las redes sociales han empeorado al ser humano.
Ahora bien, la gran mayoría de las personas hacen buen uso de la capa más inferior del cerebro, esa que los prepara para la lucha y la supervivencia. Así mismo, en los escenarios públicos cada vez más se ausentan las facultades y virtudes que propician la sana convivencia y tolerancia: reflexión, autocontrol, contrastación de la información, autoobservación, autonomía, paciencia, pensamiento crítico, mesura, prudencia, altruismo, empatía y capacidad de tomar distancia frente a los problemas. A condición de que una persona conozca la existencia del neocórtex y se instruya al respecto y se apropie de él, se comportará y se expresará conforme a los anteriores ítems. En efecto, la humanidad es un hacerse. El ser humano como tal está en proceso de evolución.
Volviendo al tema que nos ocupa, una de las frases más profundas y significativas sobre la verdad la pronunció el Divino Maestro. Y no tiene nada que ver con religión ni misticismo. Jesús después de dos mil años sigue un desconocido en cuanto que quizás sea el personaje más malinterpretado de la historia. La frase que nos dejó se relaciona con la ética y un conocimiento ulterior: “la verdad os hará libres”. En efecto, nada ata tanto como la mentira. Por ejemplo, para intentar ocultar o darle apariencia de verdad a una mentira se necesita una cadena de mentiras. Al final los eslabones de esa secuencia falsa aumentan la gravedad de los hechos, porque ese lugar común que es la mentira en el marco de los conflictos armados conduce a los hombres a la peor degradación moral. En tanto que la verdad libera, esclarece, ilumina, sana, y en general, propicia una atmósfera clara que permite la resolución de los conflictos. Decir la verdad es simultáneamente un acto de coraje, valentía y nobleza que las víctimas sabrán apreciar. En consecuencia, viene el perdón, puesto que si los victimarios han sido sinceros, esto supone un ejercicio previo de autoexamen, propósito de enmienda y conciencia del daño causado. Solo de esta manera es factible romper la cadena de la mentira, y en consecuencia, el eslabón común que une toda clase delitos y crímenes. La verdad en últimas, es un acto de humildad.
A manera de conclusión: la verdad posibilita la claridad sobre los orígenes, modos y circunstancias. La mala noticia es que la claridad, o esa virtud de “ver” desde un nivel de consciencia enteramente humano, es un paso muy difícil de dar, entre otras cosas porque implica nobleza, recta intención y buena voluntad. De hecho en un entorno de violencia generalizada donde sobreabunda el fanatismo, los odios descontrolados, los ánimos exacerbados, y en fin, las posturas intransigentes de los sectarios y extremistas… en un entorno así, pocos tienen la capacidad de “ver”. La ceguera moral y espiritual son males enquistados en el corazón del hombre, y de verdad, muy difíciles de desarraigar. Por eso sin un compromiso personal, sin una reflexión desprovista de pasiones enfermas y encarnizadas no es posible tener una visión que abra las puertas a la verdadera paz. La visión correcta convoca cualidades como: sensatez, inteligencia, claridad, sentido común, flexibilidad, imparcialidad, y uso de razón… Quien lo creyera, pero parece que la capacidad de razonar se estuviera extinguiendo en la mayoría de las personas. Y es precisamente desde el uso de razón, desde la sensatez, desde la lógica como se pueden resolver las guerras, y en general los problemas que aquejan a la humanidad.
Posdata: próxima lección… la Unidad.