Serie '33 lecciones para construir la paz'. Capítulo 19: el padre ausente

Serie '33 lecciones para construir la paz'. Capítulo 19: el padre ausente

Niños y jóvenes provenientes de hogares disfuncionales estarán inclinados a la búsqueda inconsciente de compensaciones en el marco de un desajuste emocional

Por: Juan Mario Sánchez Cuervo
agosto 15, 2023
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Serie '33 lecciones para construir la paz'. Capítulo 19: el padre ausente

En primer lugar aclaro: esta no es una lección de psicología, y mucho menos la aproximación a un análisis freudiano. Es tan sólo una pequeña reflexión que invita a considerar el papel preponderante de la figura paterna en la configuración psíquica del individuo, y, especialmente, en la manera en que éste se vincula a la sociedad.

Por eso, sólo me interesa abordar sucintamente la figura del padre en tanto símbolo y representación que sobrepasa los límites exclusivamente familiares, hasta alcanzar una vasta y complejísima incidencia en cualquier contexto socio-político.

Este aspecto del análisis se hace más relevante en la situación de violencia que vive gran parte del mundo. Algunas de las percepciones y conjeturas que compartiré surgen de experiencias personales, sobre todo desde el ejercicio de la docencia durante casi tres décadas en los niveles de básica primaria, básica secundaria, educación media y superior.

Conforme a los términos precedentes, parece una realidad innegable el lamentable rol que asume un padre ausente; o bien, un papá abusivo, irresponsable y represor. Todo parece indicar que esta situación anómala se convierte en factor  que propicia el surgimiento de sujetos desadaptados y resentidos socialmente.

De hecho, los niños y jóvenes provenientes de hogares disfuncionales estarán inclinados a la búsqueda inconsciente de compensaciones en el marco de un desajuste emocional. Un mecanismo de defensa podría ser, por ejemplo, la suplantación afectiva de la figura paterna a través de comportamientos patológicos, los cuales en algún momento podrían derivar en conductas antisociales (delincuenciales), incluso psicópatas.

El mundo no alcanza a vislumbrar la gravedad del asunto: vivimos en una sociedad enferma. La raíz de casi todas las frustraciones y amarguras es un corazón gestado, formado y criado en el desamor. Lo que entendemos por cultura o civilización moderna parece no tomar consciencia del cáncer que la consume. En este sentido, existe una rabia reprimida que se cierne como una peligrosa sombra socavando los cimientos del alma humana.

Por otra parte, una relación problemática con la figura que en la familia representa la autoridad, plantea un conflicto tan antiguo como reciente. Desde esta perspectiva, resulta apenas obvio afirmar que de la relación padre-hijo dependerá en gran medida la relación del individuo con otras figuras que representen la autoridad en un contexto ajeno a la familia.

Así las cosas, una relación afectiva fundamentada en la carencia (vacío afectivo) o en la violencia intrafamiliar garantiza per se una desadaptación del individuo en su entorno. El objeto del resentimiento y del odio se desplaza. En efecto, detrás de una persona llena de odio y con ansias de autodestruirse y de destruir a los demás, subyace muchas veces un niño o una niña que no contó con la confianza, el amor incondicional y esa sensación de seguridad y protección que sólo un buen padre puede ofrecer.

Repito: vivimos en una sociedad enferma. El patriarcado se ha impuesto desde la violencia y el machismo cohonestado  por mujeres machistas (y disculpen la redundancia). Salvo algunas excepciones, el patriarcado no se ganó un espacio desde la paternidad responsable y amorosa y comprensiva, sino desde la imposición, la severidad y el látigo.

Como teólogo afirmo: en ese contexto de patriarcado agresivo es muy difícil vender o transmitir la idea de un Dios bondadoso, misericordioso, tierno y dulce con la criatura humana. A mí me resulta más sencillo y agradable pensar en un ser supremo Madre que posea la dulzura y suavidad de lo femenino. Si Dios existe (y creo) me lo imagino como una mamá siempre amable e incondicional a imagen y semejanza de la madre que me dio a mamar de sus pechos.

A propósito de lo enfermo que está el mundo: quienes simpatizan con todo tipo de fundamentalismo y sectarismo pretenden replicar o verter los conflictos internos en las relaciones sociales. De ahí que insistan y persistan en vendernos un oscuro principio maquiavélico:  es mejor ser temido que amado. Esa apología del miedo se convierte en baluarte de todo régimen totalitarista. Como quien dice: si quieres ejercer una autoridad duradera  (con control casi absoluto), debes generar miedo, terror, incertidumbre e inestabilidad en tus dominios.

Pero yo afirmo: si el mundo carece de amor verdadero la solución no puede estar en propiciar más escenarios de odio, miedo e intolerancia. Por el contrario, creo que al mundo hay que llenarlo de amor. Mi escenario de autoridad está en las antípodas del miedo: si quieres que te respeten, respeta a todos; si quieres que te amen, envía amor en todas las direcciones.

Permítame el amable lector una pequeña digresión: en la Edad Media (cuando el honor, la dignidad y la palabra empeñada eran valores respetados) la mayor injuria consistía en tratar a un hombre de bastardo. Era una razón suficiente para batirse en duelo. Y hasta hace pocas décadas los denominados hijos naturales (fuera del matrimonio) sufrían segregación civil y religiosa. Lo anterior demuestra la gravedad de un asunto al que la sociedad actual no le da mucha importancia. Ese mal, gracias a la ignorancia y dureza de corazón de muchos “hombres”, ya hizo metástasis.

Desde otra perspectiva, que en los entornos de poder padres e hijos se traicionen y rivalicen no debería ser tema de escándalo. Esa relación patológica de amor-odio no constituye ninguna novedad. Desde tiempos de Homero (su tragedia Edipo Rey es arquetipo del conflicto entre padre e hijo) la literatura y la prensa amarillista está plagada de encuentros violentos como el de Edipo y su padre Layo en el camino hacia Tebas.

El parricidio real o metafórico todavía es un tema tabú. Así mismo, indaguen en las escabrosas historias de dinastías, regímenes y tiranías, porque en las altas esferas del poder político casi siempre huele a podrido. La corrupción y la avaricia no respetan ni a la propia parentela. Y conste que no estoy mencionando personas ni épocas ni lugares geográficos… aclaración necesaria para que los fanáticos paranoicos me dejen en paz (que así sea).

Termino con una escena conmovedora de la que fui testigo en las barriadas en mis tiempos de profesor de literatura en las comunas de Medellín: un hombre que  entre sollozos desgarrados golpea desesperado un ataúd, mientras exclama: ¡hijo mío, por qué nunca tuve el valor de decirte cuánto te amaba!

Posdata: próxima lección… El otoño de la democracia.

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