La paz es un anhelo de la mayoría de los seres humanos; sin embargo, ese sueño sólo se hará realidad el día que el mundo civilizado haga una seria autoevaluación respecto al trato que le da a los menores de edad. Por consiguiente, constituye una verdadera vergüenza universal constatar que pocos gobiernos se preocupan por defender efectivamente los derechos de los inocentes. Tal empresa debería ser la prioridad Uno-A de cualquier Estado que presuma de su legalidad.
Pero genera mucha tristeza corroborar que las hipócritas leyes humanas suelen permanecer como un simple adorno sobre el papel. Es más, pareciera que en el actual contexto (donde prima lo absurdo, lo ilógico) tuvieran más derechos los criminales que las víctimas.
En este sentido, jamás pensé que llegaríamos a ser testigos de la terrible tergiversación de los valores: la oscuridad dizque es la luz, lo bueno dizque es malo, y los hombres de bien padecen persecución… mientras se premia a quienes actúan desde la delincuencia. En suma: un mundo loco y al revés. Me atrevo a decir que ni el más pesimista de los profetas pintó un panorama tan desolador.
Por otra parte, instituciones estatales y religiosas, las familias, dirigentes, emporios económicos y líderes de todos los ámbitos y latitudes tienen una gran responsabilidad en el marco del deterioro y menoscabo de los derechos de los niños y niñas. Es decir, tienen una descomunal deuda en ese tema. En un mea culpa sincero y honesto deberían admitir que en algunos casos han cohonestado, alcahueteado u omitido cuando estaban obligados a reaccionar a tiempo.
En efecto, brillan por su ausencia políticas severas para evitar los abusos sexuales en contra de la niñez. Sobre todo genera náuseas que algunas autoridades no hagan lo suficiente para evitar uno de los delitos más tenebrosos de la especie humana… En cambio, guardan silencio. Atención: para defender lo más importante y hermoso del género humano se requiere coraje, dignidad… incluso heroísmo, si es del caso. Lamentablemente la cobardía y la falta de coherencia sobreabundan en los corazones de ciertos hombres… hombres, que la verdad sea dicha, perdieron la sensatez y el carácter. Ése es el resumen de noticias de la actual generación sumergida en el antro de estos tiempos de oscuridad.
Desde la perspectiva de las ideas precedentes, la totalidad de los grupos al margen de la ley han cometido acciones aberradas y monstruosas… y frente a lo “imperdonable” (que la justicia de Dios caiga sobre ellos) los gobiernos de manga ancha y ridículamente generosos, van concediendo indultos ante el grito inaudible de los inocentes.
A continuación, les expongo con cruda sinceridad una fuertísima revelación surgida del corazón (es de público conocimiento la situación que padecí en mi niñez): el que abusa de una criatura es como si la matara una y mil veces. Le destruye el cuerpo, le deja herido de muerte el corazón y el área afectiva, la psiquis, el alma, la autoestima y mil cosas maravillosas de ese pequeño ser.
Es urgente aclarar que sólo un milagro del Cielo podrá rescatarlo de la máxima humillación a la que puede ser sometido un ser humano. No obstante (por experiencia propia lo sé también), los hombres o las mujeres que logran superar esa prueba tan inmensamente difícil, se convierten en invencibles guerreros o guerreras de la luz. Un hombre así (una mujer así) es capaz de librar la buena lucha espiritual y estaría dispuesto a arriesgar la propia vida para hacer valer los derechos universales de nuestros pequeños.
A mí particularmente me da risa sarcástica cuando ciertos personajes se victimizan en público. No señores, aquí las verdaderas víctimas son nuestros niños y tenemos que hacer algo al respecto… o los ciclos de violencia jamás tendrán fin.
Por otra parte, si una nación contara con una Justicia incorruptible, imparcial y luminosa, con toda seguridad la cadena perpetua (y por qué no la misma pena de muerte para delitos atroces) sería tema de discusión. Lamentablemente, parece un sueño imposible: las instituciones que imparten justicia han perdido credibilidad en todo el mundo. Y es que la Justicia no debería convertirse en instrumento de venganza; es decir, oportunidad redonda para castigar a los opositores o enemigos políticos.
Por último, el futuro de una república o nación se construye desde sus más tiernos capullos. Ah, y no faltara el cínico que se burle de mi discurso. Nada raro, pues gracias a la ingente labor de la oscuridad, estamos a sólo un pasito de ver hecha realidad una pesadilla anunciada: la normalización del crimen. La coyuntura actual demanda líderes políticos comprometidos con nuestros niños y niñas. Líderes con autoridad moral. Líderes valientes a los que no les tiemble la mano para hacer valer los derechos de quienes gritan desde el silencio.
Posdata: próxima lección… El arte de conquistar enemigos.