Acabo de tener el privilegio de visitar a Barranquilla.
Desde luego, la conozco hace muchos años y siempre la he gozado, particularmente porque los barranquilleros hacen gala de un sentido de la amistad y del anfitionazgo muy excelsos.
He sido un ferviente de la caribeñidad. El Mar Caribe combina tres milagros que lo hacen único: un sol de 365 días, el idioma español y un sentido de la inteligencia necesariamente vinculado a la alegría.
Esto es muy interesante porque una de las mejores formas de caracterizar una cultura es descifrando el aspecto de la vida con el cual prefieren vincular su forma de sentirse inteligentes.
Hay culturas para quienes ser inteligentes consiste en saber comprar y vender, hay otras para quienes consiste en saber criticar y discutir, las ha habido, también, donde se trata de sentirse superiores a todos los demás. Es increíble, pero hay culturas en las que ser pesimistas es lo más inteligente y entre más excéntrico, ojiamargado y suicida sea el intelectual, más admirado termina siendo por la gente.
En la caribeñidad no. Aunque allí abundan los empresarios y los poetas, los científicos y los humanistas, lo cierto es que ellos priorizan vincular su forma de ser inteligentes a la alegría.
En Barranquilla, por ejemplo, es evidente que para ser inteligente es imprescindible saber reír.
Y esto es una maravilla. Reír es, tal vez, la forma más bella de ser inteligentes.
Llegué a Barranquilla después de algunos años de no ir. Desde antes de la pandemia no iba, y llegaba después de pasar por Cali y por Bogotá en estas fiestas navideñas.
Barranquilla es toda una sorpresa. Basta con aterrizar para comenzar a percibir un nuevo espíritu que palpita en el corazón de cada barranquillero. Cada barranquillero se siente parte de una nueva historia, de una nueva autoestima que surge de haber nacido en una ciudad provinciana e inviable y hoy vivir, a cabalidad, su ciudadanía, en una señora capital internacional, en una verdadera “ventana al mundo”.
El contraste fue muy duro porque, como les cuento, yo venía de Cali y de Bogotá. Dos ciudades que padecen un sentimiento exactamente contrario al de Barranquilla. En Bogotá y en Cali estamos atravesando una situación de depresión colectiva. Sabemos que, en vez de avanzar, estamos retrocediendo. La pobreza, la inseguridad, el vandalismo, la corrupción y el desgobierno ganan terreno todos los días ante la mirada impotente de la gente y ante la incapacidad y la degradación de sus gobernantes y sus políticos.
Me contaban los contertulios que el gran cambio de Barranquilla comenzó hace unos pocos años, cuando derrotaron un imposible. Hasta entonces, solucionar la tragedia de los arroyos era un imposible; hasta el punto que los barranquilleros se criaban y crecían con la sensación de habitar una ciudad inviable que tarde o temprano tendrían que evacuarla para intentarlo en otra parte.
Los arroyos eran algo tan terrible que doblegaba el espíritu de la gente. Era ver aparecer unas aguas iracundas que se metían por las calles, llevándose lo que encontraran enfrente. Era algo así como ver aparecer a una horda de soldados nazis, borrachos y con dolor de muela, pasando por la mitad del barrio.
Y lograron lo que no era posible. Realizaron las mejores hazañas de la ingeniería, desafiaron al extremo su creatividad y su voluntad. Lograron canalizar esas esas aguas malditas. Sencillamente las domesticaron y salvaron la ciudad.
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En la ribera del Magdalena, justo antes de su desembocadura, los barranquilleros acaban de inaugurar un malecón tanto o más bello que el malecón de La Habana
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Ahora que llegué, me encontré con otro milagro: el Malecón del Río. En la ribera del Magdalena, justo antes de su desembocadura, los barranquilleros acaban de inaugurar un malecón tanto o más bello que el malecón de La Habana. Una obra colosal urbanística y espiritualmente hablando, en el sentido de que ha transformado aún más el espíritu de los barranquilleros.
El Malecón del Río comienza con una magnífica escultura que dieron a bien en llamarla “Ventana al mundo” con la que elevaron a calidad de símbolo la reorientación de la mirada de los barranquilleros.
Por uno de esos absurdos del destino que nos pasan a todos, los barranquilleros habían vivido dándole la espalda al mar y al río que los bañan desde siempre. Vivían con el mar y el río que tenían allí, pero sin verlo.
Ahora que dieron la vuelta y volvieron a mirarlos, se reencontraron con que son ventana al mundo. Son ciudad y son Caribe, son Caribe y son Universo.
Ese es el tamaño de lo que está ocurriendo en Barranquilla.
Pero también, los barranquilleros saben que son Colombia. Y, sobre todo, los colombianos necesitamos saber que somos Barranquilla.
Necesitamos saberlo porque hoy Barranquilla es el mejor ejemplo para Colombia. Porque es ejemplo de que podemos derrotar los imposibles, de que somos nación grande y llena de futuro.
En Barranquilla están brillando su pueblo, su empresariado y sus gobernantes y eso tenemos que lograrlo en toda Colombia.
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Hay que montar las excursiones de todos los colegios de Colombia para llevar a nuestras niñas y nuestros niños a que conozcan Barranquilla
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Por eso tenemos que crear, con urgencia, la “Cátedra Barranquilla”. Hay que montar las excursiones de todos los colegios de Colombia para llevar a nuestras niñas y nuestros niños a que conozcan Barranquilla. Nuestros niños tienen que saber de lo que somos capaces, tienen que conocer lo que era Barranquilla hace unos pocos años y lo que es hoy. Nuestros niños de toda Colombia deben vivir la experiencia de jugar en el Malecón del Río y de comerse un helado y tomarse una foto en la Ventana al mundo.
Colombia tiene el deber de caminar el camino de Barranquilla.