Seremos tomados como ejemplo... pero de lo que no hay que hacer

Seremos tomados como ejemplo... pero de lo que no hay que hacer

"Ojalá hagan una serie sobre la historia colombiana reciente, donde haya tanto realismo que se despierten conciencias contra el arribismo y parroquialismo nuestro"

Por: Juan Correa
junio 18, 2019
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Seremos tomados como ejemplo... pero de lo que no hay que hacer

“¡Pues ahora el que manda soy yo!”, exclamó, y acto seguido, brindó por los obreros del mundo, ahora líderes de la nación más grande sobre la tierra.

Tal es el recurrente exordio en el ejercicio de la autoridad, que no deja de ser paradójico en la boca de una zapatero, elevado luego por estratagemas políticas a la condición de subsecretario del partido comunista, y por ende jefe de gobierno de la entonces república socialista soviética de Bielorrusia. Así es como HBO y Sky cuentan la historia de Chernóbil, nombre común dado a la famosa planta nuclear V.I. Lenin, en la cual uno de los reactores sufrió un accidente en la madrugada del 26 de abril de 1986. El realismo de la producción televisiva raya con la vulgaridad de lo que en realidad sucedió.

Tal vez alguien quisiera preguntar sobre la fidelidad de la historia contada en la serie con respecto a la historia vivida en las cercanías de Prípiat, Ucrania, en aquel año 86. Para responder en parte a tal cuestionamiento, vale la pena leer lo que ha registrado la historia, sobre todo aquella que es contada por las víctimas de la radiación que se produjo luego del accidente. Baste citar la obra de Svetlana Alexievich, nobel de literatura en 2015 por la recuperación de testimonios de quienes sufrieron, ya la pérdida de un ser querido, ya la enfermedad, ya el engaño. Sin embargo, lo más sensato sería preguntar por las narrativas de poder que se construyeron alrededor de dicha tragedia. De hecho, en los primeros días que siguieron al accidente, el gobierno de la extinta URSS se dedicó a negar la trascendencia y gravedad del evento. Mentiras tras mentiras que acabaron por dejar irreconocible toda verdad. La poderosa URSS fundaba su poder en la imagen que se proyectaba del mismo, según dice el personaje que representa a Gorbachov en el segundo episodio de la miniserie. Es decir, la autoridad del gobierno no se validaba en la rectitud de sus principios, sino en la impresión que se proyectaba de que había principios, pero, ¿cuáles? El arribismo y el parroquialismo –como dijera hace poco Rafael Orduz–, si lo definimos a partir de nuestro registro lingüístico propio. Más que principios, normas discursivas de una narrativa cuyo fin no es la defensa de unas banderas o ideales programáticos, sino el usufructo y dominio del aparato burocrático y económico de los estados.

El “¡pues ahora el que manda soy yo!” en boca del dirigente comunista ficticio de la serie es homologable al “¿usted no sabe quién soy yo?” del adinerado defensor de la economía de mercado; o del obstinado “Igual lo volvería a hacer” de quien defiende hasta la irracionalidad los mandatos de un plan con segundas intenciones; o el “Él es un completo perdedor”, pronunciado por el dirigente blanco y rubio, para descalificar a su crítico que además es moreno y extranjero… Ni comunistas, ni capitalistas, ni ninguno de los adeptos a las derivaciones de dichos sistemas económicos se libran del arribismo y el parroquialismo cuando saborean algo de poder. No es nuevo. Hasta en el relato bíblico de Moisés los advenedizos producen la cólera de Dios, pues la liberación de la esclavitud que sufrían bajo los egipcios no había sido suficiente para saciar las aspiraciones de sus egos.

La insensatez de dichas narrativas, fundadas sobre la dupla arribismo / parroquialismo, terminan conduciendo, en distintas medidas, a la disyuntiva entre la vida y la muerte. El caso de Chernóbil, como dan fe los testimonios de sus sobrevivientes, enfrentó a las víctimas con la muerte: rápida si era el fruto de una exposición prolongada a una alta acción radiactiva, un poco más lenta pero igual de ineludible a causa de las malformaciones o de los cánceres producidos por una exposición menos intensa pero no menos dañina. Ocultar dicha verdad costó cientos de vidas, y sigue contando víctimas en la actualidad, 33 años después del incidente. Según la narrativa del poder, más valía decir que no era nada grave, con tal de no erosionar la imagen del gigante soviético, así se tuviera que pagar un alto costo traducido en vidas humanas.

Ojalá, en el futuro, hagan una serie sobre la historia colombiana reciente. Ojalá haya tanto realismo en dicha serie para que logre despertar conciencias en contra del arribismo y del parroquialismo que no conducen sino a la muerte. A pesar de que los espectadores futuros de esa hipotética serie nos llamen ridículos y faltos de razón, por lo menos seremos tomados como ejemplo de algo que no hay que dejar repetir en la historia. La cuota de vergüenza que nos diferenciará con las víctimas de Chernóbil, es que nosotros sí tuvimos algunos que nos cantaran las verdades, pero no les quisimos oír.

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