A comienzos de 1994, una emisora fundada el año anterior y de poca audiencia llamada Las Mil Colinas empezó a culpar a la oposición tutsi por los problemas que afrontaba Ruanda a causa del mal gobierno en cabeza de los hutus. Amparados en la libre expresión, escogieron el blanco perfecto para ocultar el desastre de gobierno que vivía ese país centroafricano. Dichos mensajes al inicio no levantaron mayores alarmas, pues, aunque Ruanda había tenido algunos problemas de violencia, en general nada hacía temer que ese discurso incendiario desde dicho medio de comunicación pasara a mayores.
No obstante, en la medida en que empeoraba la gestión del país por parte del gobierno en cabeza de Juvénal Habyarimana, más arreciaban los ataques a la oposición. Esto creó un ambiente en el cual entre peor estuviera el país, mejor le iría al gobierno, pues desde Las Mil Colinas se sembraba la sensación de que todo era culpa de la oposición; a quienes se señalaba de incendiarios e incluso se les vinculaba con ser guerrilleros vestidos de civil del debilitado y marginal Frente Patriótico Ruandés, a pesar de que tales civiles no tenían nada que ver con dicho grupo. Aun así, nadie esperaba que el odio de los partidarios del gobierno y de sus fuerzas armadas se tradujese en violencia contra inocentes, cuyo único “delito” era pertenecer a los tutsi, en oposición al gobierno.
En ese ambiente, lo inesperado llegó. El avión del presidente Juvénal Habyarimana se estrelló al cuando iba a aterrizar en Kigali, capital del país, el 6 de abril de 1994. Los tres meses de propaganda anti Tutsi, en un país con una profunda crisis económica y de corrupción, atribuida por Las Mil Colinas a la oposición, había calado en partidarios del gobierno y en civiles en general, pertenecientes a los hutus. Ese hecho llevó a que automáticamente se culpara a la guerrilla del Frente Patriótico Ruandés del derribo de la aeronave y con ello, a los civiles tutsi señalados desde la emisora Las Mil Colinas, de ser los culpables de ese acto y de “incendiar al país” y con ello, de ser los causantes de los problemas del pueblo ruandés. La reacción no se hizo esperar: civiles que hasta ese momento habían sido pacíficos, llenos de odio, se armaron con cuchillos, machetes, garrotes, piedras, y lo que encontraron y empezaron un baño de sangre en contra de los tutsi. A los pocos días, un millón de civiles del opositor Tutsi habían sido asesinados a manos de los que hasta unos meses antes habían sido sus vecinos y amigos.
A pesar de la crueldad del genocidio ruandés, pocas lecciones se han aprendido por parte de algunos medios de “comunicación” sobre la responsabilidad que tienen al informar. En el caso de Colombia, dado la amalgama entre el gran capital dueño de los medios de comunicación y el gobierno del uribismo, para nadie es un secreto que en los últimos meses, se ha desplegado una campaña mediática que busca tildar al candidato presidencial que perdió las elecciones y sus seguidores de los problemas habidos y por haber y de la mala gestión del actual presidente. Petro fue convertido por obra y gracia de esos medios, en el chivo expiatorio de todos los errores y desastres del actual gobierno. Estos señalamientos han ido subiendo de tono, siendo RCN y la Revista Semana los principales impulsores de esa campaña de odio contra la oposición. En el caso de Semana, desde que Vicky Dávila fue nombrada directora, no cesan los ataques y la estigmatización contra la oposición en cabeza de Petro. El clímax de esa campaña de odio es la portada de la revista Semana del 22 de mayo de 2021: un verdadero monumento al matoneo y a lo más rastrero de lo que se llama “periodismo".
Dicha portada, al culpar a Petro y a sus seguidores, simpatizantes y votantes de los graves problemas que hoy vive Colombia, no hace más que repetir la historia del papel que cumplió la emisora Las Mil Colinas en Ruanda. En un país con un historial tan violento como lo es Colombia y una degradación económica, política y social como la que se vive actualmente, Semana crea un blanco para exculpar al gobierno, y descarga toda su ira y sus calumnias en su contra. Ese blanco es Petro, sus votantes y quienes participan en el paro, a quienes independientemente de su postura política se les acusa de petristas. Para ello, no bastaba que Petro se haya mantenido al margen de esta movilización y sus escasos pronunciamientos hayan sido llamando al pacifismo y a la necesidad de concertar soluciones con el gobierno.
El asesinato del estudiante Lucas Villa en Pereira a manos de civiles anti paro, es una muestra de que esa campaña de odio de los medios de comunicación contra quienes disienten ya ha llegado muy lejos. En un ambiente tan caldeado como el colombiano, cualquier suceso fortuito podría encender la chispa que queme la pradera. Con tanto odio promovido por medios de “información” como Semana, cualquier incidente inesperado podría desatar un verdadero genocidio contra los seguidores de Petro y en general, contra quien ejerza oposición al uribismo, señalado por dichos medios de petrista.