Un vagabundo –sin proponérselo– genera una fantasía en una joven ciega. Ella imagina que él es un hombre rico y generoso. La muchacha vende rosas en la calle para sobrevivir. Dulce e ingenuamente el vagabundo se enamora de ella. No solo hace el esfuerzo de comprarle de vez en cuando una rosa sino que roba dinero para pagar la operación de la invidente.
El hombre paga varios años de cárcel por su delito y la joven recobra la vista. Un día, después de recuperar su libertad, el vagabundo la encuentra administrando una elegante floristería. Desde afuera del almacén, a través de un ventanal, la observa con amor y complacencia. La doncella vive esperando a su ‘príncipe encantado’ que la ayudó en el pasado; no imagina que ese pobretón pudiera ser su benefactor. Dada su anterior ceguera, solo podría reconocerlo por la voz y el contacto físico.
Al final de la película, ella le da una moneda al vagabundo. En ese preciso momento, cuando sus manos se encuentran, lo reconoce por el contacto. Se pone nerviosa pero de inmediato se controla y le pregunta: ‘¿Tú?’ El vagabundo afirma con un gesto y señalando sus propios ojos le pregunta: ‘¿Puedes ver ahora?’ La muchacha contesta: ‘Sí, ahora puedo ver’. Entonces, inmediatamente la cámara muestra la cara del vagabundo, sus ojos llenos de temor y esperanza, sonriendo con timidez esperando la reacción de la joven. Está a la expectativa, satisfecho y, al mismo tiempo, inseguro al encontrarse totalmente expuesto ante la muchacha. Allí termina la película. (“Luces de la ciudad”, película de Charles Chaplin).
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En Colombia, al terminar el conflicto armado con las FARC, tanto la guerrilla como los guerreristas, los corruptos, los políticos de todos los colores y siglas, y todos, vamos a quedar expuestos frente a nuestra realidad, sin nubarrones que obnubilen la visión.
¿Seremos capaces de “ver”, ¿podremos quitarnos las caretas y/o superar nuestras cegueras?
Algunos tratarán de mantener la ilusión y la fantasía. Otros intentarán sostener la imagen de poder propio (o del “enemigo”) para meter miedo o mantener la ilusión. Unos más, no podrán quitarse las máscaras y querrán usar el engaño.
Todo dependerá de la capacidad que tengamos de “ver”. He ahí el verdadero reto.