Si hay algo rescatable de nuestro país que ha soportado incluso la terrible violencia que vivimos desde tiempos inmemorables, es la solidez de las instituciones democráticas, un activo que nos diferencia para bien de nuestros vecinos latinoamericanos.
En nuestra historia reciente solo hemos tenido que soportar una sola y corta dictadura militar (de derecha) mientras que nuestros vecinos sufrieron varias épocas de ruptura democrática y ni una sola destitución de presidentes, a diferencia de países como Ecuador o Perú donde son contados los mandatarios que han podido terminar su periodo presidencial.
Pero la terrible persecución actual de los medios de comunicación de propiedad de los grandes grupos económicos contra la institución presidencial están poniendo en riesgo esa valiosa estabilidad democrática que ha permitido al país sobrevivir económicamente a pesar de la guerra permanente que vivimos.
No soy un fanático de Gustavo Petro, estoy decepcionado de su forma de gobernar y sus ideales tan ceñidos por el dogmatismo, pero la tremenda arremetida de los grupos económicos (privilegiados por los anteriores gobiernos) radicalizan mi defensa de su persona y me hacen olvidar sus defectos y bobas obsesiones como administrador de nuestro país.
La exagerada codicia de estos multimillonarios, que han estado acostumbrados durante siglos a tratar al pueblo como una ficha de ajedrez, les impide tener la paciencia de esperar tres añitos para retomar el poder en las próximas elecciones, donde seguramente y sin mayor esfuerzo saldrían victoriosos con cualquier títere que pongan como candidato, puesto que la persona en la que pusimos nuestras esperanzas sencillamente no dio la talla y en condiciones normales perdería nuestro apoyo.
Pero no, estos impacientes señores, corruptos hasta los tuétanos y untados de sangre de miles de inocentes, toman la vocería de la oposición pidiendo la cabeza presidencial, poniendo como excusa y rasgándose las vestiduras por pecados veniales que estaban acostumbrados a cometer presidentes anteriores y que cuando ellos cometieron, callaron de forma cómplice.
Es cierto que logran torcer el apoyo popular de una parte del pueblo colombiano, pero como efecto colateral también están logrando la radicalización del apoyo de la fanaticada petrista y de paso obligarnos a los moderados que no tragamos entero a unirnos a ese apoyo irrestricto a Gustavo Petro con tal de evitar que otra vez más triunfen los señores de la guerra con su juego sucio.
Es doloroso mirar cómo se repite la historia vivida por países como Cuba y Venezuela. En estos países las mafias huérfanas de poder atacaron desde un principio y sin piedad a los regímenes alternativos a punta de juego sucio, mala propaganda, difusión de mentiras y exagerando los males cotidianos; arrinconando al tigre hasta que no le queda otra alternativa que atacar y en su defensa arrasar con todo lo que se encuentre a su paso, incluso la economía, la prensa, los derechos civiles y la democracia.
El desenlace es bien conocido, los autores intelectuales de la arremetida terminan exiliados con sus fortunas en Miami, mientras el régimen inepto de izquierda se eterniza en nuestros a países, aprovechando y poniendo como excusa el golpe mortal que los grupos económicos le dan a la democracia.