Ante la imposibilidad de encontrar un tema con el que me sintiera lo suficientemente cómodo para escribir la columna de esta semana, recordé un texto de hace algunos años que se refería justo a eso: a los períodos de baja productividad creativa. Lo comparto con ustedes.
¿Serán los años?
Mi oficio es escribir canciones y hace más de seis meses no escribo una sola.
Sí. He estado trabajando: un encargo por allí, un concierto por allá, una musicalización por acullá. Sin embargo una canción, lo que se dice una canción, ¡ni pío!
Pero lo que me sorprende no es la ausencia de canciones sino la tranquilidad ante la sequía. ¿Serán los años?
En tiempos no muy lejanos, un período como este estaría acompañado de depresión constante, angustia profesional, regreso a la malparidez adolescente y estado de ánimo alterado. Pero hoy no.
Nunca he creído que la creación sea resultado de la bendición inspiradora de las musas (si fuera así carecería de todo mérito) y estoy convencido de que solo el trabajo constante permite conseguir un producto artístico más o menos respetable.
Por eso, precisamente, es que estoy tranquilo: no he terminado una sola canción pero tengo un cesto de basura lleno de papeles con textos inconclusos y conscientemente repudiados, una carpeta en mi computador con melodías iniciadas, una cantidad de canciones descartadas luego de haber sido concluidas y otro tanto apenas bosquejadas pero desde ya miradas con recelo porque no parecen ir hacia ningún lugar que me haga feliz.
Para quien esté acostumbrado a evaluar su trabajo de acuerdo al saldo de su cuenta de ahorros, esta lógica debe resultar aberrante. A mí, lo confieso, se me hace tranquilizadora y necesaria. He hablado con muchos de mis amigos compositores y la angustia del resultado parece abrazarnos a todos en algún momento. Yo mismo no podría pronosticar la duración de este período optimista, por eso creo que debo aventurarme a decirlo cuanto antes.
Nosotros no administramos un supermercado. Nosotros no manejamos un autobús.
Nosotros no construimos carreteras. Nada de lo que hacemos es mejor o peor que lo que hacen los comerciantes, los conductores o los ingenieros; sólo es diferente. Por eso mismo, a la hora de evaluarnos debemos hacerlo de otra manera.
Propongo que salga con la frente en alto
quien al final de la jornada solo escribió un compás
pero es capaz de repetirlo por horas sin dejar de sentirse satisfecho
Propongo que se sienta bien evaluado quien se enfrenta a la canción o al poema o al libro por escribir, con la misma responsabilidad del piloto en su cabina, aunque al final de la jornada solo haya avanzado dos centímetros.
Propongo que se sienta reconfortado quien sea capaz de desechar el trabajo de un día porque no consiguió decir exactamente lo que deseaba.
Propongo que salga con la frente en alto quien solo escribió un compás pero es capaz de repetirlo por horas sin dejar de sentirse satisfecho.
¿Serán los años los que me han hecho perder por un momento la angustia de no producir grandes volúmenes de cualquier cosa?. Si son ellos, ¡entonces bienvenidos!
Yo prefiero evaluarme por el placer que me produce lo que declaro terminado, y punto.
"Ya vendrán nuestras canciones" dice el cantautor Andrés Correa y coincido plenamente con él; lo esencial del día a día es terminar la jornada con la certeza de haber intentado estar a la altura de nuestro oficio. Puede ser un consuelo tonto pero me parece una mecánica de evaluación justa y necesaria.
¡Eso sí: hay que mantener llena la papelera!
