Se piensa a veces que la literatura carece de sustento real y que las ideas que por ahí rebotan en los libros no son sino el resultado demencial de aquel que llaman escritor y que quién sabe qué se fumó.
Así suele ser, por fortuna, aunque no recuerdo cuántas veces las ideas locatas que aparecen en las novelas le dan tres vueltas a la misma realidad.
Aureliano veía a su suegro, Apolinar Moscote, con la autoridad propia de corregidor de Macondo, extraer de la urna boletas rojas para cambiarlas por azules volviendo a sellar la urna con una etiqueta nueva. Y la jugarreta propicia la ida a la guerra por parte del futuro coronel Aureliano Buendía.
Aunque para el caso objeto del artículo de esta semana que corre, cae como anillo al dedo la novela El Gatopardo de Giuseppe Tomasi de Lampedusa, cuando anota el príncipe Fabrizio di Salina como una verdad incómoda que si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie. Y tan acertada y precisa fue la frase, tan calcada de la realidad política, que hoy en día ya está catapultado el concepto del gatopardismo dentro de la ciencia política universal para identificar a todo ese gigantesco movimiento de hombres públicos que maquiavélicamente idean “revoluciones” para que todo siga en la misma dulce marea.
Y por lo anterior es que me asusta hasta la médula la posición adoptada por los honorables miembros de la Comisión Primera del Senado al castigar con el ausentismo un proyecto de ley que castigaba el ausentismo.
¿Es que no han leído El Gatopardo?, ¿es que no saben que es el gatopardismo?
Pues parece que no han pasado de las historietas de Condorito, explicadas, obvio, con anotaciones a pie de página.
Con lo fácil que les hubiera resultado aprobar por unanimidad aplastante el incómodo proyecto de ley, incluyendo como lo saben bien cuatro o cinco micos y orangutanes bien escondidos, para después el presidente del Senado y ponente de la norma y hasta el líder de la oposición pavonearse en La W con Julito sobre el avance democrático logrado castigando con la guillotina el ausentismo para esperar al día siguiente el editorial de El Tiempo que aplaudiría hasta el cansancio la hidalguía de nuestros hombres de la patria que solo velan por el bien público en respeto por el dinero de todos.
Sería una ley llena de artículos en donde habrá
un parágrafo de un inciso que diga que el ausente queda perdonado
si su ausencia se debe a los infernales trancones de Bogotá
Sería una ley llena de artículos en donde habrá un parágrafo de un inciso que diga que el ausente queda perdonado si su ausencia se debe a los infernales trancones de Bogotá.
Y santo remedio. Todos pensando que ellos se han clavado la soga, que al fin los congresistas acuden al trabajo, que todo ha cambiado y cada vez nos parecemos más a las democracias escandinavas, cuando ellos están tranquilamente tomando un café en el Valdés a la espera que les lleguen las tres narcotoyotas con los dieciséis policías motorizados que serán su guía espiritual en los rigores del trancón. Y llegarán tarde “al trabajo”, pero sacarán a relucir el parágrafo del inciso.
Si hubieran leído El Gatopardo sabrían que esa sería una ley más de las miles de leyes que habrá en donde se promete que todo cambia. Precisamente para que nada cambie.
Pero no, esta vez no contamos con su astucia y dejaron ver, por enésima vez, de qué tela están cortados.
Y hablando de…
Y hablando de astucias, solo aplaudir (después de saber que jugamos contra Perú y no contra el temible Brasil) la jugada de Pékerman de jugar con toda la suplencia esperando pacientemente a que las cosas tomen su rumbo.