Resulta que en la coalición de la derecha “hay escasez de candidatos”. Al parecer, el círculo se va cerrando en dos frentes; por un lado, en el reciclaje de politiqueros en franca decadencia como Vargas Lleras y Oscar Iván Zuluaga, el primero víctima del mayor fracaso electoral en la historia del país (tras encabezar la campaña más costosa desde que se tienen registros) y el segundo devenido en la única “alternativa viable” del uribismo; y por el otro, entre los candidatos de origen regional, los exalcaldes: Federico Gutiérrez, Alex Char y Peñalosa. De alguno de esos dos frentes saldrá el candidato que asumirá las bandereas del uribismo y el resto de la clase política tradicional. Esa “escasez” se debe a bajas sensibles como la del fallecido Holmes Trujillo, la continuidad en el gobierno de Martha Lucia Ramírez (conservadora) y la entrada en el gobierno del Juan Carlos Pinzón.
Habrá escasez frente al tema presidencial, pero en las apuestas al Congreso el panorama es diferente.
Con el control total en la Cámara y el Senado
En un primer momento hay que aclarar que se entiende por clase política tradicional. Con esa categoría se engloban dos tipos de partidos políticos con representación en el Congreso. Los tradicionales y sus derivaciones: Liberal, Conservador, la U, ASI (al menos mientras Jonathan Tamayo sea su único senador) Cambio Radical y el Centro Democrático; y las minorías cristianas: Colombia Justa Libres y MIRA. En mayor medida, se caracterizan por defender una agenda conservadora, estar inmersos en actos de corrupción y legislar de espaldas al país.
Además, tienen líneas integradoras con los poderes políticos locales y regionales, al punto, que responden a estructuras que arrancan desde la base con un grupo de concejales o alcaldes, pasan por las asambleas departamentales (un poder intermedio de la clase política tradicional) y coronan la Cámara y el Senado. Así, funciona el grupo de Los Paolos, el grupo Renovación Liberal del cuestionado Julián Bedoya y otros muchos.
Con este impulso desde los poderes locales, baterías de contratistas, clientelismo y compra de votos, los congresistas se convierten en la última expresión de la politiquería y asumen el compromiso de “gestionar” cupos indicativos o mermelada para alcaldes o amigos. De esa forma se perpetúan en el Congreso (así nunca hablen en el capitolio); estabilizan un caudal electoral y hasta pueden crear las famosas “curules familiares”, las mismas que heredan hijos o esposos como si se tratase de una empresa familiar (por ejemplo, las curules en el Senado de los Zuccardi y los Cristo).
Esa es la clase política tradicional, infortunadamente, mayoritaria tanto en la Cámara como en el Senado.
En las elecciones legislativas del 2018, esos partidos tradicionales se hicieron con el 80% del Senado y el 85% de la Cámara. Una mayoría abrumadora, suficiente para elegir en los entes de control a sus aliados (como Camargo en la Defensoría y Cabello en la Procuraduría); dilatar procesos que cursan en la Comisión de Acusaciones de la Cámara (como la ñeñepolítica) y aprobar la reforma tributaria de 2019.
Es la aplanadora legislativa de la clase política tradicional, la misma que legisla para los grandes poderes económicos y las transnacionales, indiferente con la ciudadanía (no han querido aprobar una renta básica) y dependiente del manejo de la burocracia del aparato institucional. A esa aplanadora es a la que ha resistido la oposición, ocasionalmente cohesionada y muy valiente, pero minoritaria en todos los sentidos.
Del desprestigio a la renovación
Para el ciudadano de a pie el Congreso es una de las instituciones más corruptas y desprestigiadas. Hace algunos años el entonces senador Camilo Romero promovió su revocatoria y no dudo que si se hiciera un referendo consultivo una amplia mayoría de colombianos votaría por su disolución. Inclusive, muchos activistas devenidos en políticos han hecho carrera atacando sistemáticamente al Congreso. El lío con esa percepción es que considera que el problema es el capitolio y no se enfoca en los partidos que conforman las mayorías.
Sin duda, el desprestigio de los partidos se arrastra la imagen del Congreso. Total, la Cámara y el Senado se integran por partidos políticos; sin embargo, cada cuatro años esos desprestigiados partidos tienen la capacidad de sacar millones de votos. En 2018 alcanzaron cerca de 11 millones (la misma cantidad que le otorgó la victoria a Duque en segunda vuelta).
Hasta en muchas personas se presenta una bipolaridad extraña, a la presidencia votan por candidatos alternativos o antipolíticos, pero al Congreso respaldan a candidatos tradicionales. ¿A qué se debe ese comportamiento?
Creería que los incentivos en ambas elecciones son diferenciados, no obstante, es muy importante que la ciudadanía entienda que saber votar al Congreso es muy importante, es decisivo y fundamental, pues un presidente alternativo no podría gobernar con un Congreso controlado mayoritariamente por partidos tradicionales. A lo sumo, le podrían estancar su agenda legislativa, auspiciar un golpe de estado institucional o generar una crisis política crónica, como la que vivió Perú entre 2016 y 2020.
Los incentivos para votar por un candidato presidencial y una lista a Cámara y Senado deben ser similares, no tiene sentido votar por Petro y a la vez por un candidato avalado por los Char, son dos proyectos políticos antagónicos. Por eso, el mayor reto que tenemos en 2022 será generar una conciencia ciudadana sobre la importancia de renovar el Congreso y saber votar.
¿Renovación en el 2022?
Aunque percibo que hay una mayor conciencia sobre la necesidad de renovar el Congreso y que se vienen creando una poderosa corriente de opinión en ese sentido, me preocupa que solo sea una burbuja de redes sociales y no trascienda a los circuitos urbanos o suburbanos donde la clase política tradicional concentra sus nichos electorales. Donde se acostumbra a comprar votos o extender redes clientelares.
No hay que olvidar que son más los colombianos que no tienen Twitter; sin embargo, espero que las campañas de los sectores alternativos si pongan énfasis en la necesidad de avanzar en esa renovación, algo que no se hizo en el 2018. Pues el uribismo y el resto de partidos tradicionales buscarán hacerse de nuevo con el control de ambas Cámara, creería que de una forma más agresiva al considerar que podrían perder la presidencia y que necesitaran hacer un contrapeso desde el Congreso. Si lo logran, seguro se vendrán años de mucha incertidumbre.
De ahí que en 2022 debamos meterle toda la ficha para promover candidatos y listas que realmente quieran trabajar por la ciudadana e impulsen las grandes transformaciones que necesita el país. Algo que la clase política tradicional no quiere hacer y que impediría si vuelven a tener mayorías.
Las condiciones están dadas para que los derrotemos y los saquemos de su zona de confort. ¿Se le miden?