Que existe un rechazo a la clase política y a los políticos es algo evidente.
Que la descalificación a muchos de los políticos no es justa, es aceptado.
Lo que no es tan claro es que sea justo o acertado descalificar y descartar la conveniencia de estar sometidos a un sistema donde el orden y el poder que maneja el Estado éste en manos de los sectores políticos. Es algo sobre lo cual, vale la pena discurrir.
Que nuestra clase política ha fallado es indudable; también que esto es explicable porque nuestra estructura institucional ha permitido y hasta propiciado esto. Por ejemplo, acabar la confrontación ideológica y de programas en el Frente Nacional y reemplazarlo por el acuerdo para repartirse los puestos y no debatir sobre alternativas de gobierno fue parte de lo que creó el clientelismo. O el sistema electoral en el cual los candidatos al Senado por ser nacionales tenían que destinar infinitas sumas a sus campañas propició la corrupción de los contratos y contratistas. O algo similar pasaba con las listas abiertas que hacían enfrentar a los miembros de un Partido con sus propios copartidarios.
También influyó que la prensa o los medios en general se convirtieron en competencia de los políticos para ver cuál representaba más la opinión y los intereses de la ciudadanía. La campaña de desprestigio divulgada a través de ellos contribuyó a multiplicar y magnificar los defectos del accionar de los políticos profesionales (que ya de por sí eran muchos).
Es decir que como sistema regido y administrado por políticos el nuestro estaba lejos de ser el modelo teórico que manejan las democracias avanzadas como las europeas o la americana o incluso algunas latinoamericanas como la chilena.
Estamos ahora ensayando un gobierno de los gremios. El presidente Duque fue elegido como representante del statu quo en contraste con la alternativa de izquierda que representaba Petro, pero quienes encarnan -como es inevitable- ese statu quo son los poderes organizados dentro de él. En particular los que se asocian alrededor de los intereses económicos, o sea los gremios. Por eso rompieron el principio de ser neutrales en las elecciones -cuándo era importante evitar divisiones internas- y se convirtieron en actores políticos apoyando una de las fuerzas en contienda.
Como consecuencia lógica los elegidos para los ministerios son quienes representan esas agremiaciones y/o quienes comparten esa visión y orientación o concepción de cómo y quién debe manejar el Estado; coincide con ellos la extrema derecha seguidora de Uribe aunque no tenga más motivación que ‘seguir al führer’.
El nuevo gobierno – o mejor el nuevo modelo de gobierno- se ha conformado por dirigentes de los gremios, por unos tecnócratas que no representan fuerzas políticas, y por miembros cercanos al presidente o a su mentor, siempre y cuando no tengan imagen de ‘políticos’.
Lo que se debe tener en cuenta es que ese modelo de gobierno corporativo -o sea el fascismo como lo dice su nombre- fue el adelantado por Mussolini, que copiado en su orientación -si no en su concepto estructural- despertó y respaldo el nazismo.
Se abandona el principio de representatividad de la ciudadanía
y con el pretexto de escoger a los más capaces se sube al gobierno
a quienes representan los sectores poderosos
Cuando no se gobierna a través de los políticos de profesión se abandona el principio de la representatividad de la ciudadanía y con el pretexto de escoger a los más capaces se sube al gobierno a quienes representan los sectores poderosos, lo cual no lleva a modelos consensuales sino a modelos represivos de gobierno.
Una expresión o ejemplo ilustrativo es el que el Dr. Botero está en un Ministerio no solo por su cercanía con el Dr. Duque sino por darle reconocimiento a lo que representa. Pero su actitud y propuestas respecto a la protesta social no muestran únicamente el enfoque represivo de la derecha sino la visión de los comerciantes que siempre han sido víctimas del vandalismo que frecuentemente acompaña esas manifestaciones.
Por supuesto no es necesariamente este el principio de una cadena que debe llegar a los mismos resultados, ni quienes hoy ocupan los cargos tienen ese propósito. Pero, al igual que en Italia o en Alemania -o en nuestro caso bajo Laureano Gómez-, la retórica paralela de que es peligroso quien represente un grupo que no coincida con los intereses a esos grupos, termina motivando acciones criminales como lo estamos viendo con los asesinatos de líderes sociales.