El asunto peliagudo de los mercenarios en Haití es uno de esos fenómenos durante los cuales uno espera que, mientras siga siendo noticia, haya desplazamientos estratégicos que aseguren, más allá de toda duda o imprevisión, que jamás se sabrá la verdad. Es como si, de golpe, todo se volviera oscuro, como si todas las palabras que busquen alguna precisión sean puestas en duda a sabiendas de que no son las palabras mismas sino los hechos que pretenden acercarse con ellas a una definición concreta del fenómeno.
Esto de alguna manera lo significó bien alguien que conocía mucho el manejo de las palabras: Federico Nietzsche. Armado de la proverbial agudeza que se le reconoce al lenguaje alemán. Nietzsche era más filólogo que filósofo y es evidente que usó la literatura para significar, mucho más que el discurso filosófico propiamente dicho.
En gran síntesis Nietzsche dijo que todos los discursos por más encumbrados que sean, incluso el de la ciencia, son mayormente literatura. Incluso lo dijo de la filosofía alemana cuando criticó que no eran más que la síntesis literaria del comportamiento del pueblo alemán, envuelto en un lenguaje rimbombante que más que aclararlo lo confundía, precisamente para pasas como filosófico. La ética alemana provenía de sus cuentos, dijo. Y exponía tanto los casos de Kant y de Hegel como filósofos abstrusos a los que obviamente su filología lograba descuadernar y hacerles pelar el cobre.
Y esa es la táctica. Se estaría usando una y otra vez: volver literario el asunto. Disolverlo en palabras para barnizar la negrura y espanto de los hechos. Esto está basado en el hecho que la literatura trivializa. La literatura acepta y proclama los tonos grises que desdibujan el abordaje de la contradicción principal.
Por ello no entraré en el debate de qué fue lo que pasó. Voy a por qué podría seguir pasando. Sería necesario establecer varias hipótesis que ya he encontrado en los periódicos. Una de ellas dice que los militares colombianos se llevan casi la mitad del presupuesto de la nación y lo manejan como si fuera el Ministerio de Hacienda.
Esta expresión tiene dos partes. Una es el monto de ese presupuesto. Es apenas natural que ocurran dos cosas. Que ese dinero de una manera u otra se dedique a capacitar a sus componentes en todas las ramas, tanto como en las dotaciones, cualquiera sea el grado de sofisticación, que tengan que ver con su desenvolvimiento. Es decir, los militares podrían estar capacitándose a nivel de doctorados, sin que necesariamente haya titulación, en sus respectivas carreras. Eso mientras ni siquiera en la ley de carrera administrativa nacional se acoge personal más allá de la simple especialización. Ni siquiera se acoge allí el masterado pues éste se acepta como derivado de la experiencia de la especialización.
Esto a un nivel más crítico y de fundamentación teórica debería ser mucho más investigado, pues es una clave de la inteligencia del manejo geoestratégico del país.
Es posible que estos personajes infieran en algún momento, incluso cuando escuchan el lenguaje deschavetado y floripondio de nuestros políticos, que ellos están más allá de la comprensión y de tales visiones de país. No hay que olvidar que, además, estos profesionales se conocen el territorio palmo a palmo mediante sus gestas militares que resultan ser aplicaciones de lo que han estado aprendiendo en las aulas. Entonces adquieren una suficiencia que por vía de la alimentación de la soberbia del uso y tenencia de las armas los convierte en insoportables.
Entonces, concretando, estos tipos se sienten sobrados y sus conexiones sociales y favores hechos a muchas oligarquías locales, su eficiencia en el churubito del poder, les dan un estatus de prestancia e inviolabilidad del que hacen uso apropiado para su ambicioso confort.
Ojo. No hay que negar que trabajen duro para ello y expongan el pellejo.
Lo que cabe preguntarse aquí es cómo la situación de Colombia ha llegado a tal grado de realzar este ámbito de la educación y capacitación de sus profesionales bélicos más que encumbrar el científico social. Y eso, tal como se ha mostrado recientemente con las movilizaciones, que hay una juventud absolutamente desprotegida a la cual no se provee de similares o más altas, como debería ser, oportunidades.
Ojo. Estos tipos están armados y saben cómo hacerte caer en trampas y cómo utilizar sutiles estratagemas para reducirte, anularte, y si les das batalla, matarte. Son expertos en guerra psicológica y en desvirtuarte a través de sus ligazones con la prensa que también les debe favores.
No se debe olvidar que profesan el espíritu de cuerpo pues hace parte del máximo secreto, que todos conocemos, de su formación militar.
Y vamos al otro contexto: manejan su presupuesto como si fuera el Ministerio de Hacienda. Léase: No están obligados a rendirle cuentas a nadie. Es apenas obvio que aquí se incube una extrema soberbia. Están acostumbrados a manejar el dinero como si fuera manga por hombro. En realidad se comportan como hijos únicos: engreídos y prepotentes. Y eso deja de ser un gesto para convertirse en artimaña que sustenta el poder. No hay ninguna otra instancia hija del Estado que maneje tal situación de soberbia institucional. Parece que la consigna es: si nos estamos jugando la vida por mantenerlos en un poder que no se merecen, tal como nosotros lo detectamos cada día en sus niveles de corrupción que conocemos, entonces no nos vengan con trabas.
Que obren como si fuera el Ministerio de Hacienda, no es más que la comprensión de que existe un altísimo grado de confabulación política, y con los políticos, alrededor de la corrupción del régimen. Obsérvese por ejemplo cómo, casi siempre que los militares o la policía la embarran en grado sumo surge la gallada de políticos que defiende la institución como si el desaguisado siempre fuera de simples manzanas podridas. Obviamente nunca se investiga cuál es la plaga que pudre las manzanas con tan sin igual asiduidad. Incluso cuando tiene ribetes tragicómicos: ¿qué pasó con la investigación de la célebre Sociedad del Anillo?
Eso cuando no es la oscuridad total. Para allá va, por ejemplo, lo ocurrido en el tratamiento de las recientes manifestaciones tan denunciadas como innegables, acogido en el reciente informe de la Corte Internacional de Derechos Humanos. Obsérvese la sevicia con la que el gobierno niega lo de su brazo armado de alta inteligencia y gran dotación, contra una población inerme a lo sumo armada de piedras y bastones de mando indígena, osan blandir.
Para allá va la oscuridad que se pretenderá en el caso de Haití.
Esto que se habla de Colombia no es ajeno a ninguna de las situaciones institucionales de la fuerza armada en todo el mundo, incluso de Haití. Mírese el caso de Venezuela. Estúdiese el caso de Stalin en la Rusia soviética. Véase por ejemplo la serie El Pantano, que pasa por Netflix a propósito de Polonia. Esto no se cita para que obremos bajo aquella consigna de: mal de muchos consuelos de tontos.
A esto hay que agregar algo muy sutil que corrobora todo lo aquí debatido y que hace ya al caso. Se dice que los mercenarios colombianos tuvieron acceso rápido a la residencia del presidente haitiano luego de mencionar que llegaban de parte de la DEA. Esa sigla les abrió las puertas.
Ellos debían saberlo. Debieron estudiar y concluir qué palabra, como si fuera un santo y seña acordado, paralizaría la acción de defensa. Fue una palabra mágica y subliminal. No a todo el mundo se le ocurre que era la palabra precisa. Si además esa defensa se percata de las armas que ellos portaban. Si adelante iban gringos haitianos que manejaban el lenguaje raizal aquella débil defensa se tragó el cuento. Incluso si consultaron, el mismo mandatario pudo tragarse el cuento. En ese preciso momento ya el presidente Moise estaba muerto.
Lo que resalto es que en el imaginario tanto de la defensa policial del presidente como, incluso, del propio presidente se basaba en un soporte literario: lo que las palabras te llevan a inducir y a aceptar. Ocurre a una velocidad bestial. Las palabras serían una orden.
Dudo que este bagaje ofrecido sea suficiente. Además, es archiconocido. De todas maneras desentrañar esta madeja nunca será una pretensión ni siquiera si tuviera más datos.
Hay una moraleja. Para algunos militares colombianos ver cómo a sus propios compañeros se les trata cuando son arrestados no dejará de ser una muestra dolorosa de un ejemplo que, ojalá, no sigan, ni porque les ofrezcan toda la plata del mundo. En alguna parte de su alta educación han debido decirles y su experiencia demostrarles, que esa ruta demasiado fácil no es el camino. Si han trabajado tanto y ofrendado sus vidas, es el momento de pensar que el espíritu de cuerpo no siempre es amigo del propio cuerpo.
¿Qué pasaría si una fuerza haitiana hiciera lo mismo con la residencia de nuestro propio presidente? Dar muestra de estos ejercicios nunca será un buen ejemplo.
¿Qué palabrita abriría las puertas de la residencia del presidente a mercenarios haitianos apoyados por gringos colombianos?