La economía no va tan mal como quiere hacer creer la oposición, ni tan bien como pretende hacer creer el gobierno. Fue la premisa con la que arrancó Fernando Quijano, director del diario La República, la moderación del diálogo entre José Antonio Ocampo, exministro de Hacienda y docente de la Universidad de Columbia, y Diego Hernández Losada, rector de la Universidad Autónoma de Occidente en Cali. Se lanzaba el libro Historia Económica de Colombia 1954-2024, con motivo de los 70 años del mencionado periódico, y preciso traer a colación la frase inicial porque la del final, la de la conclusión del conversatorio ¡Hay País! Prospectiva Económica 2050, fue tan contundente como elemental: se puede hablar con tranquilidad de otros temas en Colombia, no solo de política.
Fue un recorrido ameno por la historia económica del país en donde el exministro caleño hizo gala de su trayectoria pública y de su buen humor cachaquizado; y el rector dictó cátedra, de su proceso formativo como docente y de sus investigaciones, con datos concretos y análisis puntuales sobre la Educación.
Por supuesto que en algún momento emergió la frase que hizo carrera en Colombia y que ha sido atribuida a tantos, que ya nadie sabe a ciencia cierta quién fue el autor intelectual, pero todos quieren materializarla: “la economía va bien, pero el país va mal”. Pero la charla trascendió y es también lo que espero suceda con esta reflexión, para centrarla en su título: Lo que nos espera.
¿Y que nos espera después de la movilización del 18 de marzo y el hundimiento de la reforma laboral ese mismo día, sin siquiera debatirla? Lo primero, una arremetida mediática de los medios tradicionales para ‘defender’ a los ocho próceres de la Comisión Séptima del Senado que ‘honraron la independencia y defienden al país de la soberbia del tirano’. Y por supuesto, vendrá con más vehemencia de la habitual, la respuesta en redes sociales (o antisociales) del presidente, de los miembros del gobierno, de sus congresistas afines, de bodegueros y de seguidores acérrimos, que ventilarán todo el pasado oscuro, corrupto y politiquero de la octava aciaga, que ratifique la condena social en la picota pública a la que están siendo sometidos. El tiempo es paciente. Hoy son ganadores, pero permanecer en el Congreso les costará muchísimo, y todos sabemos que será dinero.
En Colombia, como en el mundo, las redes sociales socavaron la esfera de influencia de los medios y ello condujo a una conversación pública más abierta pero también más anárquica. Antes los medios imponían sus discursos y sus miradas, sus análisis y sus perspectivas, mientras informaban con cierto misticismo. Es decir, había una capacidad de maniobra para el ejercer el verdadero periodismo, pero esa capacidad se ha perdido. Nadie puede desconocer, por ejemplo, los aportes históricos de la revista Semana en Colombia, sus investigaciones y denuncias, la calidad de sus informes y columnistas, su influencia en la opinión pública, etc. o del periódico El País de Cali, a la región, en los mismos términos. Pero tampoco nadie puede desconocer, en los vergonzantes pasquines, en lo que han terminado convertidos.
En Colombia hemos retrocedido como sociedad. Sí, es cierto, ya no nos matamos por un trapo rojo o uno azul, pero ya no hay una conversación social civilizada. Insultos van y vienen. Acusaciones y recusaciones. Ollas podridas se destapan cada que alguien emerge en la esfera pública. Es el reino de las contradicciones. Todos tienen rabo de paja. Lo que es señalado en otro, se devuelve como un bumerang. Se caen las caretas. Brota pus por todos lados. Ya no hay coherencia entre el decir y el hacer. El pasado no perdona cantaba Blades: “¡Ay! Ya tú ves, cómo el que nada sabe, conoce más, que aquel que cree que sabe”. Se procede a conveniencia. Una democracia es insostenible si los rivales políticos se ven como enemigos. Si las personas no pueden hablar con argumentos. Si demostrar el error ajeno es visto como afrenta. Y de aquí hasta la consulta popular, viviremos más de los mismo.
Todo lo anterior no pasa con los líderes, sino sobre todo con los seguidores. Porque Petro estrechará de nuevo la mano de Gilinski y le dará otro premio; y éste muy seguramente donará recursos para los candidatos con más opciones cuando vengan las elecciones. Y la lucha enconada por los votantes será feroz. Y tal vez la consulta se pierda, porque este país ignorante políticamente e inmaduro, democráticamente votará de nuevo en contra de sí mismo, movido por pasiones sembradas y no por razones estudiadas. Y perderá como perdió el sí a la paz o el estatuto anticorrupción, porque en contra de todo pronóstico, de toda lógica, de todo sentido común, en Colombia hay gente que no quiere la paz porque su negocio es la guerra y hay gente que no quiere que se acabe la corrupción porque este es un país corrupto hasta los tuétanos, que la tiene incubada y no le incomoda.
El país seguirá avanzando en términos económicos. No se "venezolanizó", Castro y Chávez pueden descansar en paz porque el embeleco del Castrochavismo está tan muerto como ellos y solo sirve para asustar incautos. El país no está en el abismo y Petra no es la versión femenina del presidente, sino una ciudad en Jordania y un teatro fundado en Bogotá hace 38 años. Vicky Dávila seguirá destilando odio y babas por todo el país, nombrándolo en cada frase, sin una sola propuesta, pero haciéndole el mandado a su patrón, Gabriel Gilinski, que intentará que su hermano, Jaime Gilinski, no sea destronado del podio del más rico de Colombia; y jugando a dos, tres, cuatro o a las bandas que necesiten, para no perder sus emporios y amoldar el ejercicio de sus políticos y periodistas a sueldo en beneficio de sus intereses.
Decía Alfredo Molano que la atención es una forma de amar y se me ocurre a mí que la confianza es el amor dos veces. Hay una buena parte de Colombia que no les cree a los medios tradicionales, que no atiende sus titulares manoseados, sus enfoques tergiversados, sus analistas sesgados y sus contenidos mentirosos. Ya no se confía ni en medios, ni en redes, allí solo se fomenta el odio y la confusión, la desinformación. Alguien alegará que siempre ha sido así, pero no, hubo un momento de la historia en dónde en medio de sus intereses particulares los medios informaban, pero la atención y la confianza están socavadas y ahora dan vergüenza. Si se pierde alguna de las dos, ya se acabó en un dos por tres, con su aporte a la democracia, que hace rato se resume en el derecho y acto de votar. Nada más. La consulta popular es uno de sus últimos refugios, pero casi nadie lo sabe. Ni mis estudiantes, que se enteraron ayer de que ellos son el constituyente primario.
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