Colombia, esa nación envuelta en un paradigma social politizado, cimentado entre el interrogante subjetivo de ¿Quién es el bueno? Y ¿quién es el malo?, atraviesa en este momento un viacrucis trascendental manifestado en la intención de voto de cada uno de los 50 millones de colombianos, que analizan diariamente variables de “cambio” y/o de resultados para otorgar la confianza en el próximo mandatario de estado que tendrá retos sin precedentes en materia económica, social, de justicia y en la recuperación de la confianza de la ciudadanía hacia el gobierno y sus instituciones, cosa que el Gobierno Duque nunca entendió, reprobando el examen de quien sería el presidente más joven en la historia de Colombia.
Las discusiones se mantienen en su punto más acalorado (álgido), plazas, parques, trabajadores de toda índole en empresas a lo largo y ancho del país y sus preocupados jefes, jóvenes de universidades públicas y privadas, limpiavidrios, excombatientes, corruptos condenados y los que andan por las calles aún, cristianos y ateos entre otras colonias sociales que representan realmente la realidad colombiana se debaten hoy cual si fuera una decisión de vida o muerte entre quien sería la mejor opción para dirigir el rumbo del país y sus intereses, ya que desafortunadamente en una sociedad o en un ecosistema político marcado como factor dominante de las oportunidades de la gente, escasean cada vez más la objetividad y los valores humanos implícitos en decisiones que salvaguarden el presente y futuro colectivo más que el status quo particular en todas las clases sociales.
La democracia es definida como el sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho del pueblo a elegir y controlar sus gobernantes, por su parte el concepto de control es directamente proporcional a la verificación del rendimiento mediante la comparación de estándares establecidos, en este caso por la misma ciudadanía.
La afirmación anterior nos permite efectuar analogías a partir de las acciones de candidatos presidenciales en función de las variables de “cambio” y “resultados” donde claramente desde sus acciones adyacentes a labrar el camino del poder hacia la casa de Nariño, ya nos dan muestras de ser opciones nefastas para la dirección de nuestro país haciendo exactamente lo mismo que dicen aborrecer a través de su narrativa politiquera.
Tal es el caso de uno de los actuales candidatos a la presidencia, cuyo discurso casi que mesiánico no es coherente con las acciones o mandados recientes realizados por sus familiares, y ni hablar de los casos de corrupción y oscuro prontuario que desdibuja su discurso al enlodar primeramente a sus alfiles, Roy Barreras y Armando Benedetti siendo este último investigado por la corte suprema de justicia por enriquecimiento ilícito.
¿Será que Benedetti también busca eso del perdón social, con la manipulación de las instituciones del Estado y la utópica llegada de un candidato apoyado por subversivos, corruptos y hasta paramilitares al poder? ¿será que la ciudadanía está dispuesta bajo esa narrativa impuesta de “pacto para sumar” a depositar su voto de confianza en una persona que de forma cínica y mirando a la gente dice perseguir el sueño de cambio, pero justamente al dar la espalda no alcanza el agua, jabón y colgate para limpiar sus manos y boca de toldas corruptas que lo apoyan descaradamente?
En la historia de nuestro país hubo un hombre ético, de gran proceder y entendimiento de cómo se desenvuelven las mafias alternativas y tradicionales (las cuales no tienen estrato) y se defienden entre sí, ostentando espacios de poder y propiciando coyunturas y contiendas de narrativas distintas pero de fines similares embriagados de hambre y sed de poder y corrupción, dejando de lado lo que de verdad importa, el bienestar de los colombianos, la seguridad de los mismos, y el derecho de libertad a soñar y a crecer (lo cual tampoco tiene estrato).
Este gran caudillo dejó un legado vivo, el cual, aunque perdura en la memoria de cientos y miles de colombianos desafortunadamente aún en la práctica no se ha materializado; muy por el contrario, ha sido víctima de un oportunismo desmedido impregnado en cada discurso populista direccionado a las clases sociales menos favorecidas acrecentando sólo aquella brecha hiriente del odio de clases en lugar de preservar el sentido crítico objetivo que preserve el sentido social de la democracia.
Y sí, fue Jorge Eliecer Gaitán quien logró desenmascarar desde la década de los 40 a prospectos baratos de caudillos contemporáneos que se escudan en un ensordecedor discurso popular de cambio utilizando la insatisfacción social como insumo principal de sus líneas decadentes de razones técnicas y aterrizadas del por qué, debería ser el presidente de los colombianos y cómo pretende hacer realidad algunas de sus propuestas más contradictorias pues nunca explica el cómo, y si lo hace como en el caso de las pensiones genera alertas para millones de colombianos.
Gaitán logró explicar en su tesis de grado hacia el año 1924 las marcadas diferencias entre un revolucionario y un revolucionarista, siendo el revolucionario un sujeto (a) con capacidad de determinar qué es lo perjudicial y lo enfrenta de manera seria y consciente que los cambios no son de un día para otro debido a que las pirámides no se comienzan por el vértice; en cambio el/la revolucionarista no tiene la capacidad de mirar el fondo de las cosas y por ende se sostienen en una utopía sin fundamento actuando de forma desorientada e impertinente hacia las verdaderas realidades sociales.
“Yo no creo en el destino mesiánico o providencial de los hombres” expresó Gaitán en su discurso de campaña hacia el año 1946, frase que hoy retumba en la consciencia de millones de colombianos que empiezan a darse cuenta de aquellos adagios populares que hoy empiezan a ser protagonistas de una campaña presidencial abrumadora, “no todo lo que brilla es oro” y “de eso tan bueno no dan tanto” así como descubren lo degradante de una vulgar comparativa entre lo que hace y representa Gustavo Petro y la esperanza de verdadero cambio que representaba Gaitán, el cual por cierto nunca tuvo la osadía de escudarse en una frase como “perdón social” la cual insulta la inteligencia de los colombianos de a pie y de los que van en carro al tiempo que brinda toda la confianza a los corruptos que han desangrado con su accionar nuestro erario.
Resulta imperativo en este momento de la historia para nosotros los colombianos, no casarnos con dogmas, con sectarismos, con mentiras, con populismo, con perdón social, con democratización del derecho a soñar y a ser libre, con una falsa esperanza disfrazada entre odios y señalamientos, resulta imperativo proteger nuestra democracia la cual aún golpeada, triste, desdibujada entre oportunistas se encuentra latiendo pasivamente esperando por un oxígeno que Colombia pueda brindarle en las urnas el próximo veintinueve de mayo.
Elegir entre el menos malo y el que haya entregado resultados desde la oportunidad de ejecutar y transformar en sus roles pasados las necesidades en oportunidades, es una realidad que enfrentamos y será de vital importancia para preservar el poder de los colombianos en defender la soberanía del pueblo y el derecho del pueblo a elegir y controlar sus gobernantes, antes que premiar las mentiras de oportunistas disfrazados de cambio.
Esto es por Colombia.