La sostenibilidad entendida como el desarrollo que satisface las necesidades del presente, sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones, se ha integrado en la cultura mundial. Lo que permitirá la creación de un nuevo acuerdo en la próxima Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático — COP26 (Glasgow, Escocia, noviembre de 2021), para "lograr un clima global propicio para el equilibrio entre las distintas posturas y las realidades políticas" en el marco del mecanismo para un desarrollo limpio. Mecanismo en el que todos los países deberán tener un plan de desarrollo nacional que tenga en cuenta los riesgos climáticos, lo que redundara en su propio beneficio, al tener una repercusión directa en su economía. Porque "siempre que se produce una catástrofe se genera una enorme pérdida de riqueza y, por supuesto, de vidas y de medios de subsistencia".
Preocupación por el medio ambiente que en Europa como líder en transición sostenible ya no es suficiente, pues sus empresas deben construir buenos argumentos sobre el valor comercial que genera la sostenibilidad, y, posteriormente, desarrollar ese valor a través de la tecnología. Pues los hechos sugieren que, en inversión en sostenibilidad combinada con transformación digital, las compañías de Norteamérica y la zona Asia-Pacífico siguen por delante. Más aun teniendo en cuenta que gobiernos como Alemania, Francia o Irlanda, han sido declarados culpables por "inacción climática", y que las demandas relacionadas con altas tasas de emisión contra administraciones y corporaciones se han duplicado en los últimos tres años. Pasando de 884 en 2017 a 1.550 casos en 2020, en los que la mayoría han sido registrados en Estados Unidos (1.200), Australia (97), Reino Unido (58) y la Unión Europea (55).
Transición sostenible que es una alternativa atractiva que busca redefinir qué es el crecimiento, con énfasis en los beneficios para toda la sociedad, disociando la actividad económica del consumo de recursos finitos y eliminando residuos del sistema desde el diseño de los productos. Que como economía circular es una transformación que debe afectar a todas las fases de la cadena de producción –incluido el consumidor– y, por ende, a todas las capas de la sociedad, debate que los expertos centran con mayor urgencia en los residuos plásticos. Residuos que en todo el mundo representan el 75% del total de lo que se consume, con más de ocho millones de toneladas vertidas al mar y 240 especies animales en peligro de extinción por su ingesta.
Por lo que es necesario hacer converger la transición sostenible hacia el uso de materiales renovables y «poner fin al plástico tal y como hoy lo conocemos», pasando de un modelo extractivo lineal a un modelo circular, a fin de evitar que los residuos plásticos terminen en el mar. Gestión inteligente de residuos, que no solo supone un acto responsable en aras de la sostenibilidad, sino también que promueve la creación de empleo de calidad y de crecimiento inclusivo como condiciones necesarias para compatibilizar el desarrollo, la sostenibilidad medioambiental y garantizar la salud del propio sistema económico mundial. Nuevo paradigma económico, en el que la riqueza material no se ha de obtener forzosamente a expensas del incremento de los riesgos ambientales, la escasez ecológica o las disparidades sociales.
Materiales plásticos que garantizan condiciones de seguridad óptimas para la conservación de la mayoría de productos, siendo casi imposible prescindir totalmente de ellos. Pero sí el estudiar cómo modificar el producto contenido y sus embalajes, con el fin de incorporar sustratos elaborados a base de materiales orgánicos que faciliten el reciclaje y reduzcan el consumo, haciendo a su vez desaparecer el concepto de residuo, ya que "en la naturaleza no existen desechos". Transición eficiente que tendrá impacto en el entorno, siendo el primer paso a una transición ecológica regulada que contribuirá a prevenir la contaminación, ayudando a la naturaleza a regenerarse por sí misma de un modo integral.
Ya que se estima que la población mundial alcanzará los 9.100 millones de personas para el año 2050, con lo que la producción de alimentos aumentará en un 70% (según datos de la FAO). Al tiempo, que más de la mitad de la población mundial estará por ese entonces en la franja de la clase media, con patrones de consumo que apuntaran hacia productos de mayor calidad y precio, como la carne y los lácteos. Incremento de la actividad del sector agroalimentario que actualmente está entre los de mayor huella de carbono (26% del total), con aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero de un 200% en los últimos 50 años (procedentes de la ganadería, agricultura, silvicultura y pesca), estimando la FAO un aumento del 30% adicional para el año 2050.
Camino a seguir que no favorece a una u otra corriente política, ya que es pertinente para todas las economías (tanto las controladas por el estado como las de mercado), porque no influye solo en un producto, una empresa o un sector, sino en un modelo económico en su conjunto. Modelo que debe impulsar la descarbonización mediante la utilización de indicadores apropiados, que permitan calcular los valores de los servicios de los ecosistemas, como parte fundamental de un "capital" compuesto por todos los activos originados por la naturaleza. Cuyo uso adecuado tiene la capacidad de potenciar el crecimiento económico de los países, mediante una estructura de producción global baja en emisiones que garantice la neutralidad climática.