Recientemente me preguntaba qué motiva a una persona a mandarse lanza en ristre contra una región de un país, aún más se me hacía difícil de digerir cómo un coterráneo se le pierden los papeles y pierde por completo la noción de gallardía. Leer unas líneas de un bogotano que se atrevía a llamar a la ciudad como una “cloaca” sin ningún reparo, a pesar de los esfuerzos conjuntos que hacemos lugareños y emigrantes de todas las regiones del país (sin contar con los de otros lugares del planeta) por construir identidad y homogeneidad de amor nacional y que nuestros corazones latan al unísono por una sociedad diferente, plural y tolerante.
Es fácil dejarse llevar por apasionamientos, cuando se leen unas líneas tan severas, mezquinas y que no permiten la construcción de un debate sano que permita no solo resaltar la belleza multiétnica, multicultural y diversa de nuestra ciudad, sino también todos esos conflictos irresueltos. Sin embargo, no soy nadie para juzgar los motivos de tal despropósito.
Como nacido y criado en la selva de cemento, me siento herido en lo más profundo por la cantidad de improperios lanzados sin justificación a la tierra que me vio nacer, la misma que me ha visto crecer, llorar, reír, amar y aprender. Esto más que convertirse en una oda en contra de este personaje o un discurso chauvinista (como él mismo menciona que somos los “rolitos arribistas”) que promueva la xenofobia, es una invitación a la reconciliación.
Bogotá, una ciudad que desde su construcción cultural y arquitectónica, se ha desarrollado a retazos, es un lugar que acoge a propios y foráneos, que le da oportunidad de crecimiento a todos y aunque coincido con lo que dice ese artículo, que ha sido saqueada, denigrada y maltratada, también me remito a lo que alguna vez mi abuelo me dijo “Bogotá le ha dado no solo a la familia orgullo, sino que también a la nación” (palabras de un italo-colombiano que amó profundamente esta sabana y estas colinas). De aquí se desprenden muchos de los procesos que afectan directamente el fluir normal de la cotidianidad en las regiones, que tiene tantos demonios que exorcizar, pero que a la vez tiene tantos ángeles de los cuales enorgullecerse y sentirse como “la fértil madre de altiva progenie… del mundo variado al que animas eres brazo y cerebro a la vez” como lo menciona nuestro himno. Soy un fiel convencido de que la construcción de una ciudad o mejor aún de un país no se hace desde un visión sesgada y populista, que incentiva al regionalismo. Se hace desde el sentir como nación de somos uno solo.
Cada región tiene su luz y su oscuridad, he tenido la fortuna de conocer en gran medida la geografía nacional y con juicio de vivencia propia me atrevo a decir que: es admirable el tesón y verraquera que le imprimen los paisas a innovar y dejar atrás el imaginario del sicariato y los carteles; en Cali y en todo el Valle del Cauca se respira ese olor a caña y guarapo (sin contar con la belleza de sus mujeres); el eje cafetero es ejemplo de pujanza y generosidad; en Boyacá el paisajismo sencillamente es llevado a otro nivel; la alegría y entusiasmo de los costeños es contagiosa; el amor de la gente del Pacífico por sus orígenes afro y su pluralidad de sabores y olores es sencillamente loable; a los llanos orientales les debemos más que sus centauros indomables; al Amazonas, Putumayo, Guainía, Vaupés y Caquetá le debemos la mayor riqueza hídrica y biodiversidad del país; al siempre olvidado San Andrés Islas y Santa Catalina le tenemos que agradecer ese mar de azules maravillosos; cómo dejar atrás al Tolima grande con sus tamales, lechonas y parque arqueológicos; los Santanderes y su realismo cautivador y salvaje; a mi Cundinamarca amada la variedad de sabores y la despensa más grande, de la ciudad de las mil y una culturas, de los mil y un climas, la apacible, la fría y cautivadora Bogotá.
Mi invitación es a usted, autor de Bogotá, ese asqueroso hueco que los rolitos arribistas aman, a que utilice las premisas de que si no va decir algo que aporte, mejor no diga nada. Como un comentario final, quien denigra de sus orígenes se avergüenza invariablemente de su mamá.