Etiopía es la cuna del Homo Sapiens y del café, y la tumba para mucha gente. Tristemente célebre por sus hambrunas desde los años ochentas, la tierra llamada en la Biblia ‘Abisinia’, hoy enfrenta otro escándalo, esta vez por la captura de varios blogueros y periodistas.
Adis Abeba, la capital, no refleja precisamente ni democracia ni justicia social. Aunque es la sede de la Unión Africana y se precia de nunca haber sido colonia (fue ocupada pero no colonizada por los italianos en la Segunda Guerra Mundial), ninguna de estas dos cosas le ha garantizado ni un mayor apoyo a los derechos humanos ni una situación social más próspera que la de sus vecinos.
A la hambruna de 1984, le siguió el gobierno de Meles Zenawi, quien tomó el poder por las armas en 1991 y en el que se quedó hasta su muerte en 2012. Muy al comienzo de su gobierno abrazó las políticas neoliberales, y la exclusión política y social.
En 1995, Zenawi decidió reorganizar el país creando regiones para cada etnia y desplazando a la fuerza a comunidades de un lado para otro hasta que el mapa de su Etiopía coincidiera con el mapa de las regiones para luego gobernar bajo una lógica de clientelas locales. Creó decenas de partidos políticos de bolsillo para cumplir con el requisito del “multi-partidismo” y gobernó como otro de los tantos déspotas que ha dado África.
En ese contexto se explica la persecución a organizaciones de derechos humanos, activistas políticos y periodistas. La verdad que muestran las redes sociales molesta a los poderosos y por esto recurren a la práctica de torturas y detenciones arbitrarias, como ha sido denunciado por Human Rights Watchs y otras organizaciones internacionales. Es mejor hablar del posible escondite de los tesoros del Rey Salomón y de la Reina de Saba que de la injusticia en Etiopía.
De mi estadía en Etiopia, recuerdo los graves controles por parte del ejército al flujo de alimentos hacia la “Región Somalí” contribuyendo a la desnutrición y su absoluto irrespeto total por la población, en una ausencia total de derechos civiles y políticos.
En la región a Abdurrafi vi las consecuencias de las graves políticas agrícolas neoliberales que convirtieron, a campesinos pobres en siervos feudales sin tierras y dedicados al cultivo extensivo de ajonjolí porque así lo recomendó el Banco Mundial, viviendo bajo una negación de los derechos económicos y sociales.
Miles de trabajadores temporales se desplazaban (ayer y hoy) en el país, especialmente en las regiones de Tigray y Amhara, para la cosecha de ajonjolí, uno de los principales productos de exportación camino a China. Estos trabajadores viven en condiciones precarias; en barracas expuestos a enfermedades como la malaria y el Kala-azar, consumen agua no tratada y los terratenientes tienen el monopolio hasta de la venta de comida: el mercado sobre la dignidad.
Pero en el plano internacional goza del apoyo de los Estados Unidos que lo ha usado como punta de lanza para resolver la guerra de Somalia con la estrategia más simple y equivocada posible: guerra a la guerra, sin ninguna otra agenda.
Abisinia es la tierra del Ras (rey) Tafari, más conocido como Haile Selassie y quien se creía último descendiente de Salomón para fungir como monarca desde 1931 hasta 1974, y quien jugó al mesías negro dando origen al movimiento Ras-Tafari en la lejana Jamaica; esa Etiopia hoy persigue periodistas. Su tendencia parece repetirse: vivir más del mito y de la mentira que de la realidad de sus calles polvorientas que no huelen para nada a justicia social.
Víctor de Currea-Lugo, PhD
Pontificia Universidad Javeriana
@DeCurreaLugo