En medio de la tragedia se celebró el día del padre en varias partes del mundo, con alegría para aquellos que han sobrevivido y con tristeza para los que lo han perdido.
Ser padre es una bendición y una responsabilidad mayor en esta sociedad y en este mundo.
Desafortunadamente, no todos cumplen con la misión encomendada, que se queda en lo biológico. Y son muchos los hijos abandonados.
Abandono que va mas allá del físico y económico. Es el abandono afectivo y moral.
En ese sentido, las sociedades son representaciones de la calidad de padres que han tenido y del cumplimento de sus distintas obligaciones económicas, afectivas y morales.
En un mundo que vive tantas incertidumbres en materia económica, laboral, política y climática, sin contar con el trastrocamiento de los valores, la decisión de ser padre es definitiva tanto del ser que está por procrearse como del proyecto de vida del hombre que toma la decisión o el riesgo.
Situación que es mas difícil y compleja en los países del hemisferio sur, donde las condiciones de desarrollo y la calidad de sus democracias no garantiza una buena calidad de vida.
En nuestro país tenemos sentimientos encontrados con las marchas protagonizadas por nuestros hijos.
Son sentimientos de alegría y esperanza ver a estos jóvenes entre los 20 y 30 años sacudiendo a la sociedad por la situación del país y sus gobernantes. Por la incredulidad en una democracia que no los representa y menos los interpreta. Y por unos gobiernos corruptos e ilegítimos y una clase política divorciada de la sociedad. Reclaman un país mas justo, equitativo, e incluyente.
Pero también son sentimientos de preocupación y escepticismo porque como se va desarrollando la solución de esta histórica movilización no se vislumbran verdaderas soluciones estructurales a las necesidades de los jóvenes, es decir cambios que provoquen reformas sustanciales a la democracia y la aplicación integral de la constitución. Solo asoman soluciones coyunturales para apagar incendios.
Ser padre hoy es una responsabilidad que debe ser asumida seriamente por la sociedad y sus instituciones, incluyendo las iglesias, para de esta manera concientizar a las presentes y futuras generaciones de que el destino del planeta está en sus manos.