La situación de la minga indígena alrededor de la vía Panamericana y la vía alternativa de transporte en sentido norte-sur de Colombia hacia Ecuador generó eco en el gobierno nacional y demás compatriotas que no tenían ni idea de esta población. Se podría hasta llegar a pensar que la gente apática luego de este alboroto mediático consultó tan siquiera dónde se encuentra Cauca geográficamente en nuestro Estado. La existencia de tales problemáticas como la restitución de tierras, el asesinato de líderes sociales y la sistemática invisibilización de las actividades indígenas, su comercio, su educación y sus actividades culturales fueron visibilizadas gracias al mecanismo de presión de la protesta, el cual es derecho constitucional consagrado en nuestra carta magna de 1991.
En tal sentido, ¿por qué existe una visión nefasta de la protesta?, ¿por qué se reprime y hasta se ha llegado a cobrar una vida de este honorable pueblo?, ¿acaso es pecado en este país reclamar el derecho a trabajar en condiciones óptimas como lo consagra el Código Sustantivo del Trabajo en los deberes del empleador, el cual debe suministrar las herramientas y todos los objetos de aseo en el que hacer del trabajador?, ¿es pecado reclamar al gobierno que cada día se amanece con la triste noticia de un líder social asesinado más, el cual abogaba por la restitución de tierras y la vida digna de su comunidad?, ¿debemos quedarnos resignados en casa sin que nuestras necesidades sean resueltas? El presidente expresó recientemente “no a las vías de hecho”, pero ¿por qué renunciar a ellas si por las vías de hecho es que se ha podido llamar la atención de todo un país y comunicarle qué necesitan los pueblos abandonados por el Estado?
Por ende, hacerle oposición a este gobierno dirigido por terceros no es cuestión de simple proselitismo político, es cuestión de dignidad. Los indígenas caucanos nos están dando una muestra de que la vida del ser humano es menester, que no podemos seguir observando cómo nos vulneran nuestros derechos más vitales, que la vida decae sin sustento diario, sin educación, sin apoyo para proyectos comunitarios, sin oportunidades de empleo bien remunerado, sin oportunidad de que las voces de las minorías (gais, transexuales, afros, indígenas y clase baja económicamente hablando) sean escuchadas en las esferas más grandes de la gestión pública. Sin marcos legales en donde estas comunidades puedan expresar sus inconformidades, ¿qué se puede hacer? La libre expresión y el libre desarrollo de la personalidad debe tomar vida y no ser un simple escrito.
Tal manifestación ha sido tan determinante que se han sumado indígenas de otras latitudes de Colombia, también varios líderes afrodescendientes de Chocó que viven problemáticas similares, líderes llaneros y líderes políticos. De hecho, por primera vez en muchos años se ven políticos legislando en pro de estas problemáticas y llegando a estos sitios de necesidad primero que el presidente. ¿Por qué el presidente de la nación no puede dialogar con los indígenas? ¿No es aquel que representa todas las personas de una nación tan diversa? ¿O es que los indígenas son menos que los empresarios?
La dignidad no se vende. Luego de intentos de dispersión y difamaciones de los medios nacionales, los indígenas resisten y dan ejemplo a toda Colombia. El mensaje es la unión hace la fuerza y el constituyente primario es el pueblo, no los dirigentes que abrazan en campaña y se olvidan en gobierno de que como decía Gaitán “el pueblo es superior a sus dirigentes”. Su clamor por el diálogo ha sido escuchado, se han elaborado mesas de trabajo para dar respuesta conjunta ante esta problemática, vital en la existencia de estos grupos étnicos. Colombia en su diversidad está unida, ya sea en mente, cuerpo o espíritu, por esta justa causa, entonces ante tal logro que emana destellos de democracia participativa, ¿debemos decirle no a las vías de hecho?, ¿acaso usted hubiera tenido conocimiento de tal problemática si no se hacen protestas?, ¿si usted no tuviera las condiciones mínimas de existencia no saldría a marchar?