Soy Jazmín Romero Epiayu, integrante del Movimiento Feminista de Niñas y Mujeres Wayuu. Soy una mujer wayuu, activista y feminista, que a lo largo de mi existencia he dedicado buena parte de vida a las luchas y resistencias en defensa de los derechos humanos y en defensa del territorio.
“Lo seres humanos evolucionan, si no evolucionaran, no existirían tecnologías, smartphone, ni la robótica, etc. Porqué si no hubiese evolución estuviéramos aún en la era primitiva y los hombres wayuu, en su mayoría, se vestirían con sus trajes tradicionales, sirra’a, en cualquier territorio”.
Escribo estas líneas en respuesta a su escrito intitulado “La opinión pública y el arraigo de los discursos racistas y sexistas sobre el pueblo wayuu”, que recientemente fuera difundido por algunas redes sociales por el antropólogo wayuu Weildler Guerra Curvelo. Mis reflexiones pretenden ir un poco más allá tanto de los planteamientos esbozados por usted como de los que retoma del referido antropólogo wayuu, en la medida en que parten de mi punto de vista como mujer wayuu empoderada sobre los derechos de las niñas y mujeres indígenas, desde la mirada de las mujeres feministas indígenas.
Parto diciendo que respeto todo el trabajo que usted ha realizado entre los wayuu desde su experticia académica y desde su trabajo investigativo de campo realizado durante algunos años en La Guajira colombiana.
Ahora bien, dicho lo anterior, advierto desde el comienzo algunos vacíos en su escrito, dado que arranca posicionando las miradas o abordajes de los hombres antropólogos, un wayuu y un alijuna, lo cual ya de por si marca un sesgo con el que no puedo estar de acuerdo, porque si realmente pretende hallar una realidad integral sobre los hechos, se debe ampliar el espectro de testimonios e incluir el de las propias mujeres wayuu, teniendo en cuenta que al estar en el siglo XXI, las versiones de diferentes voces van cambiando y lo que ayer fue una buena explicación hoy ya no lo es tanto.
Si nos referimos a las voces de las mujeres wayuu que salieron de defensa del maltrato de que fuimos objeto las mujeres wayuu en el vídeo del humorista Fabio Zuleta, se identificó con claridad que sus argumentos giraron alrededor de la defensa de los derechos colectivos como pueblo, pero invisibilizaron los derechos individuales de las mujeres y, como si fuera poco, esta defensa se hizo exclusivamente desde una matriz patriarcal del lugar que las mujeres wayuu ocupamos en la sociedad tradicional según las miradas de los hombres wayuu, especialmente la del ya mencionado antropólogo wayuu.
Es por ello que las diversas versiones recogidas desde diferentes posturas del liderazgo wayuu, a propósito de la polémica suscitada por el grotesco y misógino vídeo del humorista Fabio Zuleta, no han posibilitado abordar un problema de fondo como es el de las violencias basadas en género que históricamente se han ocultado apelando a la tradición. Esto, por ejemplo, se ve muy marcado en la mirada del antropólogo wayuu que evade estos asuntos, poniendo siempre por delante el mantra de la tradición sobre la importancia del rol de la mujer y la esencia y uso de la dote, mirada con la cual no puedo estar de acuerdo porque siento que las esencializaciones impiden ver algunas cuestiones que son relevantes para las mujeres. Algunos de estos asuntos fueron puestos al desnudo, ciertamente de una manera totalmente inadecuada y reprochable, por el vídeo del que se viene hablando, relacionados con las violencias contra las mujeres y su discriminación en el seno de la actual sociedad wayuu.
En ese contexto siento que su escrito, en todo caso bienintencionado, no logra llevar la reflexión hacia un terreno deseable como sería el de analizar el uso que de algunas prácticas tradicionales se hace para mantener subordinadas a las mujeres wayuu, mientras simultáneamente se habla de su valor y dignidad. Infortunadamente esta postura es compartida por la gran mayoría de los hombres wayuu, siendo interiorizada también por las propias mujeres. Como una evidencia de estas posturas se encuentra el comunicado suscrito por la Junta Mayor de Palabreros en donde, en la perspectiva de procurar remediar una afrenta y agravio tan graves a los derechos de las mujeres wayuu, enarbolan la compensación, dando como ejemplo de ello la dote, que debe pagar el humorista Fabio Zuleta, ocultando así deliberadamente la responsabilidad que le cabe al wayuu Roberto Barroso, que por ningún lado es mencionado, con lo que da la impresión que queda eximido de responsabilidades.
Y es preciso aquí en dónde, nosotras como mujeres wayuu feministas y empoderadas en nuestros derechos, preguntamos: ¿no se supone, entonces, que los palabreros cumplen el rol de impartir justicia propia?, ¿es que acaso las convenciones internacionales suscritas por Colombia relacionadas con la lucha contra la trata de personas, o contra todas las formas de racismo, discriminación racial y xenofobia, o contra todas las formas de violencia contra las mujeres, o que protegen los derechos de los niños, niñas y adolescentes, no pueden ser tenidas en cuenta dentro del sistema normativo propio por ser exógenos a nuestro mundo cultural? Que se sepa, la justicia propia no puede pasar por encima de dichas convenciones y tratados internacionales.
Así las cosas, debo decir con todo respeto, que la antropología en su propósito de defender la diversidad y riqueza cultural de los pueblos indígenas, no puede pasar por alto que la cultura wayuu, más allá de una vacía retórica sobre la importancia de la matrilinealidad, descansa sobre el predomino del patriarcado, algunos de cuyos aspectos podrían provenir de los contactos desiguales con la sociedad mayoritaria, pero otros definitivamente se hallan arraigados en algunas tradiciones que se suelen anteponer como signo distintivo del valor e importancia que se le otorga a las mujeres. El linaje se construye a partir de la descendencia materna, pero ello no impide que, adentrándonos con mayor profundidad en las aguas de nuestra cultura, encontremos que históricamente las mujeres hemos estado sometidas, hemos sido obligadas a ser sumisas como signo distintivo de lo que se espera de nosotras, por los hombres wayuu, llámense tíos maternos, autoridades tradicionales, palabreros u hombres comunes y corrientes.
Esto se puede apreciar muy bien en el espejo producido por el vídeo, donde la conducta irresponsable y machista del wayuu Roberto Barroso sale a flote, pero sin merecer ningún comentario por parte de quienes se han pronunciado al respecto. Aquí me distancio también del intento que usted hace en su escrito por excusar el comportamiento de este wayuu, el cual según usted afirma “se reveló [que] no estaba preparado”, abordaje que lleva implícito una mirada condescendiente del occidental hacia el arquetipo del “buen salvaje” inocente e ingenuo que no sabía bien lo que hacía. Para mí, tanto el humorista Fabio Zuleta, como su invitado wayuu Roberto Barroso, cada uno desde su orilla, eran muy conscientes de lo que hacían y del tratamiento peyorativo y grotesco, en fin, racista y misógino, con que en el vergonzoso vídeo se estaban abordando aspectos de la cultura wayuu. Bajo ningún pretexto puede justificarse la manera como fueron tratados esos temas.
Si bien pueden ser objeto de debate y de discusión aspectos de nuestra cultura, ya que pienso que la tradición debe interpelarse, se reconoce que no era el momento, no eran las personas idóneas para darlo y mucho menos era el lenguaje, cargado de tópicos racistas, patriarcales y misóginos, para hacerlo. Es claro, y usted lo debe saber perfectamente, que tanto el entrevistador Fabio Zuleta, como el entrevistado Roberto Barroso, cometieron una grave afrenta al hacer apología a las violencias basadas en género, a la explotación sexual, a la trata de personas, a los abusos y maltratos hacia las mujeres, a la esclavitud sexual y un largo etcétera y perfectamente podrían haber incurrido en delitos tipificados por las leyes antirracistas y antidiscriminación existentes en el país.
De otro lado, respecto del análisis interpretativo que en su escrito usted hace sobre los dispositivos culturales como la dote o paunaa, y también el kojutü, buscando diferenciarlos y marcarlos positivamente como parte del juego de las compensaciones, es bastante confuso y no logra, aunque tal vez ese no era su propósito, explicarlos desembarazados de sus prácticas justificatorias de las atávicas subordinación y sumisión de las mujeres wayuu y, de contera, de la violencia, tanto simbólica como física, ejercida contra ellas.
Sobre el kojutü, vale la pena resaltar algo que es fundamental y es que hoy en día, en la práctica y en la realidad, se ha quedado simplemente como un alegoría simbólica y romántica de la cultura wayuu. No obstante, lo anterior, en el comunicado emitido por la Junta Mayor de Palabreros ni siquiera tienen en cuenta lo referido al kojutü, como un valor importante desde el derecho individual de las niñas y mujeres wayuu. Una como mujer lo que sigue observando es que las interpretaciones que se realizan ocultan los derechos individuales de las niñas y mujeres bajo el espeso manto de los derechos colectivos, de manera tal que para garantizar los segundos se niegan los primeros.
Ahora bien, en el contexto de un intercambio matrimonial, la paunaa como compensación fruto de lo que recogen entre los grupos claniles los familiares del futuro esposo para entregarle como dote a la familia de la futura esposa, es lo que se interpreta a partir del tainala´a y este valor se supone que es asumido como la forma de afianzar unos lazos de unidad, de amistad y de alianza en el largo plazo entre las familias claniles, aspecto sobre lo cual no tengo mayor discusión. Mi perspectiva es mucho más amplia y va en la dirección de señalar que hay muchas prácticas y realidades que permanecen ocultas y que comportan violencias contra las mujeres. Voy a referirme a lo que parece una ecuación: la dote y el matrimonio infantil: ¿es necesario seguir disfrazando o justificando nuestras formas de pensar y nuestros comportamientos?
Sabiendo que existen muchos casos y hechos concretos sobre las repetitivas formas de violencia sexual contra las niñas, adolescentes y mujeres wayuu, que se mantienen invisibles y encubiertos por el tabú que prescribe, supuestamente según la tradición, que es prohibido hablar de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, asuntos que dadas las dimensiones que podría tener actualmente ameritan un debate serio y riguroso, en la perspectiva que este tipo de situaciones no sigan pasando desapercibidas bajo investigaciones periféricas y superficiales.
Finalmente, cabe señalar que el argumento de la conservación de las tradiciones no puede, desde ninguna perspectiva, seguir justificando las violencias contra las mujeres, contrariamente si algunas tradiciones comportan este tipo de violencias deben ser dejadas de lado y, de ser necesario, reinventar otras.
Colaboración de: @Notiwayuu