Fotos: @lediplo11
¡Marica! Una palabra como muchas, pero también una palabra como ninguna, única, muy distinta a las demás. Para muchos, no es más que un adjetivo de uso cotidiano y jovial; ‘huy marica perdí el examen’. Para otros, representa algo mucho más profundo, y hasta doloroso. Además de ser usada como una burla o un insulto, entre quienes hemos sido llamado así, es un detonante de traumas, malos recuerdos y marginación.
Casi todo homosexual costeño (posiblemente casi todo homosexual, sin más) recuerda con claridad la primera vez que lo llamaron Marica. El contexto es usualmente el mismo; el colegio, el barrio, o incluso en la propia casa. Ser un niño gay y ser llamado marica, independientemente del entendimiento que tenga el menor de esta palabra, es un indicio de que hay algo que lo hace a uno diferente a los demás. Que, si el niño es más femenino que otros niños, que si prefiere las muñecas al fútbol. Que, si habla de tal manera o camina distinto. no importa que tipo comportamiento muestre ‘lo diferente’, uno es consciente de que, une vez llamado marica, hay algo de sí que no encaja y que por ende se tiene que cambiar, corregir o reprimir.
Es así como desde temprano uno comienza a comerse el cuento de que hay algo de sí mismo que ‘no está bien’, que no es ‘normal’, pues independientemente de la edad, uno es consciente de no ser igual a los demás niños, uno sabe que hay algo en el comportamiento que no se amolda a lo que la sociedad considera aceptable en un hombre. Bienvenido sean los años de matoneo y discriminación!
Aunque muchos no lo vean así, ser llamado marica es un acto violento, pues quienes hemos sido llamados así, sabemos que esta palabra usualmente va acompañada de rechazo, burla y actitudes que producen miedo, rabia y marginación. Y sin la existencia de referentes sociales que le indiquen uno que no hay nada anormal en sí, nada que corregir, optar por la auto represión y monitoreo del comportamiento propio se convierte no solo en un mecanismo de defensa sino también en un acto de sobrevivencia. Eso, a pesar de las nefastas consecuencias que esto puede en la salud mental propia y el desarrollo personal.
Si el menor se niega a reprimir su comportamiento corre el riesgo de llevar una infancia, e incluso la adolescencia, siendo el blanco constante de cuestionamientos, insultos, rechazo y hasta violencia física, no solo por parte de otros niños y niñas, sino también por parte de personas adultas, fuera y dentro de la familia. En esta realidad, negarse a la auto represión, puede parecer un acto masoquista, considerando lo que ello acarrea. Pero no lo es, es más, negarse a la auto represión es un acto de valentía, que no cualquier marica está dispuesto a elegir.
Precisamente, este es el caso de Francisco, Miguel, mejor conocidx como ‘La Katzu’, Jose Miguel, Abrahán y Yohan, cinco jóvenes monterianos, quienes, reconociéndose como homosexuales, desde niños han confrontados la constante homofobia que aun reina en la ciudad. Han experimentado el rechazo familiar, violencia verbal, constante discriminación y burla, no solo en sus barrios, sino en cada entorno en el que se mueven. A pesar de la constante presión que han recibido para ‘que corrijan’ aquello que no necesita correcciones, no solo han aceptado con vehemencia su condición de maricas, sino que se han negado a deslegitimar o reprimir, esa parte femenina que en la sociedad costeña causa que causa tanta molestia y desprecio. Es misma sociedad en la que reina la idea de que lo femenino en un hombre no es más que un signo de debilidad, una aberración.
A pesar de compartir experiencias similares, cada uno de estos jóvenes tiene su propia historia de rechazo y marginación. Por ejemplo, Francisco ya ha perdido la cuenta de cuantas veces lo han echado de la casa o gritado marica en la calle. Su gusto por el maquillaje, más que ser visto como una forma de expresión, es algo que genera miradas raras y fricción con su mama. De su padre poco sabe, pues hijo no lo considera mientras marica sea. A Abrahán, el ser afeminado le causó más de una pela por parte de sus papás. Su rostro evidencia la tristeza de un pasado reciente en el que su mamá lo llevo donde un brujo para que lo ‘curaran’. Creyéndose enfermo, aceptó tomar ‘la cura’ que el brujo le prescribió.
Aún recuerda el fuerte olor y sabor a fango de esas pociones que de nada sirvieron pues quien ha dicho que ser gay es algo que necesite ser tratado. Fue allí donde reconoció que era mejor aceptarse a sí mismo como gay, que vivir una farsa cuya única opción era la represión de su propia condición. Sino fuera porque tuvo un episodio cercano a la muerte, su familia estaría aun insistiendo en ‘curarlo’. En el caso de José Miguel, aún recuerda como en el comienzo de su adolescencia la psicóloga del colegio le convenció de que tenía que cambiar y acoplar su comportamiento pues este no era apropiado para un jovencito. Si eso hace un profesional que ha estudiado y debería saber que no hay nada malo con ser gay, ¿qué se puede esperar de la misma familia? Aun su hermano le grita marica cada vez que discuten, como si esta fuera su arma principal para ganar la discusión.
En el caso de La Katsu, sucedió lo más común cuando alguien decide salir del closet sin pedirle excusas a nadie, le echaron de su casa antes de cumplir los 15 años y perdió la relación con su mamá. Sus propios hermanos le recuerdan que no le han mandado a asesinar puesto que son cristianos y Dios prohíbe matar. Yohan, por su parte, enfatiza que el problema de la homofobia también se siente en la población LGBTI de la ciudad, puesto que muchos gais rechazan y discriminan a todo aquel que muestre algo femenino en su comportamiento, bajo la excusa de que son gais por que le gustan los hombres ‘bien hombres’, sin saber que están siendo víctimas de su propia homofobia internalizada.
A pesar de las dificultades que han vivido en sus cortas vidas, estos jóvenes se han encontrado no solo como amigos, sino como familia fuera de la familia. En sus propias palabras, se apoyan y auto denominan ‘Maricas regias y putas’, marginales y empoderadas. Los sustantivos femeninos con los que muchos intentaron violentarlos se han convertido en una arma poderosa de aceptación, una herramienta que usan para causar tanto incomodidad como admiración. Si en la calle maricas la gente los llama, antes que sentirse insultados, se enorgullecen, sonríen y reconocen que lo son. Es más, antes de que alguien les grite maricas, ellos ya los han vociferado, con su forma de vestir, hablar, su comportamiento y presentación. A la ciudad le gritan que maricas son, y maricas siempre serán. Sin avergonzarse por existir, saben que no son ellos los que se tienen que adaptar a la heteronormatividad social. Saben que lo único que tiene que cambiar es la actitud de la gente, la actitud de la ciudad.
Es por ello, que son parte activa de la ciudad, y aunque ante los ojos extraños no son nada más que unos ‘maricas de barrio’, se han apropiado del activismo LGTBI en Montería, convirtiéndose en agentes de cambio y transformación. Bajo su propia iniciativa han organizado la marcha gay por varios años, han participado en colectivos de género y hasta puesto en escena performances en sitios emblemáticos de la ciudad, tal como las puertas de la catedral. Se han apropiado de la ronda del Sinú y la han convertido en su punto de encuentro. Atrás, han quedado aquellos días en los que los gais de la ciudad se reunían clandestinamente con el fin de evitar ser estigmatizados. Estos jóvenes no creen en la clandestinidad, aunque marginales por su condición de homosexuales, se niegan a la invisibilidad, pues la invisibilidad representa el ocaso, y para ellos, el nuevo amanecer apenas comienza.
Aunque estos son logros importantes, lo más digno de resaltar en estos jóvenes es que sin proponérselo se han convertido en referentes importantes para otros jóvenes en la ciudad, quienes pueden ver que no están solos, que ser gay en Montería no tiene que ser un acto de represión, que no hay que esconderse, ni sentir vergüenza por existir. Su caso no es único en el mundo, pues en Europa es común ver chicos usando maquillaje o abrazando cada vez más lo femenino. Pero en una ciudad como Montería, su caso es excepcional, puesto que como en toda sociedad marcada por el machismo, Monteria es de esas ciudades donde lo normal para las personas LGBTI la autonegación del libre desarrollo de la personalidad para satisfacer esquemas sociales y evitar así la discriminación.
Estos jóvenes saben lo que es crecer marginal, no solo por su condición de homosexuales, sino por crecer en barrios del sur donde la pobreza y falta de oportunidades son el común denominador. Ellos representan un futuro optimista, han sido capaces de abrirse a un espacio seguro que les permite ser ellos mismos y desarrollar su identidad y junto a otros jóvenes, han creado espacios seguros de expresión e inclusión, que se expanden más y más en la ciudad. No le temen a la homofobia. A ellos, a cada uno de ellos, Jose Miguel, Abrahan, Francisco, ‘La Katsu’, Yohan, y a todos aquellos amigos y aliados que hacen parte de su colectivo les dedico este proyecto fotográfico. En Montería, el ahora es diverso!