Ser ladrón, traficante o asesino no es cuestión de nacionalidad

Ser ladrón, traficante o asesino no es cuestión de nacionalidad

"De ser así, colombiano debería ser el nombre de una gran parte de los criminales del mundo, pues algunos le han hecho la vida cuadritos a otros fuera de acá"

Por: Esteban Duque Restrepo
octubre 30, 2020
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Ser ladrón, traficante o asesino no es cuestión de nacionalidad
Foto: Piqsels

En Chile, los colombianos se han hecho famosos por implementar allí el "gota a gota". De hecho, han salido reportes de asesinatos y amenazas hacía quienes no pagan sus deudas. A usted, el que lee eso, ¿esa situación lo convierte en un gota a gota?

En Estados Unidos, la mayor parte de la droga tiene origen colombiano y es ingresada por mulas o traficantes de proveniencia de estas tierras. A usted, el que lee esto, ¿esa situación lo convierte en mula o narcotraficante?

En México, los capos colombianos tienen una gran responsabilidad en el crecimiento y fortalecimiento de los actuales cárteles de la droga. Usted, el que está leyendo esto, ¿es un capo de la droga?

Para nadie es un misterio que la migración forzada impulsada por motivos como la violencia, el hambre y la pobreza regularmente va a tener consecuencias "negativas" en los países receptores.

No obstante, es fundamental tener siempre presente que ser ladrón, traficante o asesino no es una cuestión de nacionalidad porque, si fuera así, ¿es usted —el que lee esto— cualquiera de las profesiones a las que asocian a los colombianos en el exterior?

Los venezolanos llevan migrando masivamente aproximadamente desde el año 2015. Desde esa fecha, es cierto, la percepción (ojo con esta palabra) de inseguridad en varias ciudades ha aumentado. ¿Pero por qué nadie se pone a la tarea de hablar de que son las bandas y los grupos armados colombianos quienes reclutan jóvenes venezolanos para algunos de esos fines?, ¿o por qué nadie habla de los colombianos que se benefician más de esas acciones cometidas por venezolanos?

Por su parte, los colombianos han estado escapando de Colombia, incluso desde antes de los años 80 (tal vez una de las épocas más duras de violencia). Desde esos tiempos, el colombiano ha sido visto por fuera de sus fronteras como un peligro.

Basta con ver programas como Alerta Aeropuerto o las famosas "narcoseries" para ser testigos de cómo retratan al nacido acá. Así pues, resulta curioso que cuando esa imagen se esparce por el mundo, uno vea a los mismos que hoy generalizan y tratan de plaga a los venezolanos, pegando el grito en el cielo porque "no todos los colombianos somos así".

A eso le sumamos el típico personaje que en público habla de "una plaga", pero que a escondidas se beneficia constantemente con sus amigos de la explotación sexual de muchas de las mujeres que llegan acá. De ese que "come venecas" y lo expresa como una clase de victoria personal.

Peor aún, hablemos de aquel empleador que, aprovechándose de la necesidad, le ofrece a los venezolanos condiciones paupérrimas de trabajo para ahorrarse unos pesos, pero que grito afuera reclama por los trabajos que están "llevándose" los extranjeros.

La xenofobia cuando menos es estúpida, más en un país que sigue siendo expulsor de personas. Es un pensamiento miope que no permite dimensionar los matices de lo que sucede, pues parte de la generalización y deshumaniza al otro como resultado de las acciones de unos pocos.

Adicionalmente, a eso se le suma la condición ridícula de ser aporofóbico. No se rechaza al venezolano por ser venezolano, sino por llegar en la más absoluta pobreza y tenerse que dedicar a trabajos de "clase baja, sin honor o deshonestos". Ser aporofóbico en un país con nuestros índices de pobreza también es, cuando menos ridículo, pues implicaría tener que rechazarnos a nosotros mismos también.

A pesar de que al menos el 53% de los venezolanos se encuentran en situación regular, es decir con algún documento vigente (cifra de migración Colombia), no se puede negar que, muy contrario a la creencia popular, el Estado aún se ha quedado corto en una política amplía de reconocimiento a la condición de refugiado para muchos de los migrantes.

Así mismo, vale aclarar que la posibilidad de regularización ha estado condicionada, mayoritariamente, a tener un pasaporte sellado: por lo que quienes no lo tienen quedan en un limbo en el que no pueden tener un goce efectivo de derechos (sin salud, empleo o educación).

Una verdadera política de erradicación de las consecuencias negativas de la migración (percepción inseguridad principalmente) inicia por cambiar el chip de que esa problemática se soluciona con la expulsión. Pues finalmente esas personas vuelven al país que los sacó al encontrar las mismas condiciones que los hizo salir de su país de origen.

Ahora bien, el chip necesario es el de implementar una política migratoria amplía que permita el reconocimiento universal de la condición de refugiado, así como una regularización enfocada al goce universal de derechos. De puertas para afuera, el Estado colombiano ha firmado muchos compromisos internacionales para la acogida de migrantes. No obstante, su política interna se ha quedado a medias a la hora de integrar adecuadamente a su jurisprudencia esos convenios.

No hace muchos años un número importante de colombianos mejoraron sus condiciones de vida como consecuencia de la bonanza venezolana. Carros, viviendas, dinero... todo posibilitado por el diferencial cambiario, el contrabando y otras actividades cuestionables en las zonas de frontera. Allá muchos colombianos obtuvieron fácilmente ciudadanía y trabajaron fácilmente sin problemas.

Esa situación se repitió por casi dos décadas, tiempo en el que muchos nacionales que salieron de Colombia bebieron de las mieles del Estado venezolano. Hoy, cuando toca devolver el favor la respuesta es agresiva y violenta, incluso por autoridades locales, como quedó en evidencia en las recientes declaraciones de la alcaldesa de Bogotá.

Finalmente, y a manera de conclusión, con esto no quiero negar que sea válida la indignación por el vil asesinato de un padre, y más cuando su motivación fue un robo: lo material no justifica la perdida de una vida. Lo que no es válido es generalizar esos hechos y asumirlos como parte intrínseca de una nacionalidad.

De ser así, colombiano debería ser el nombre de una gran parte de los criminales del mundo, pues algunos le han hecho la vida cuadritos a otros fuera de este país expulsor.

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