Ser hombre es un reto, uno que la naturaleza nos colocó y que asumirlo representa en nuestra sociedad sometimiento y vilipendio desde cualquier flanco por el que se le mire. No somos varones porque lo decidimos, la naturaleza así lo determinó. Sin embargo, no conviene serlo, pero no en el sentido en que lo ha dispuesto natura, sino en el de las normas que nos imponen, que parecen traídas de los cabellos, nacidas en el interés por hacer nuestra sociedad más sumisa y moldeable.
Me refiero a los patrones de comportamiento que el mundo impone a través de la coacción y el miedo, y que cierran con cortapisas, amarran lenguas y hacen que la opinión se deba circunscribir a los cánones de lo que está de moda. ¿Acaso no es un buen ejemplo el hecho de que crecimos viendo en la caja tonta cómics en donde el padre es siempre estúpido, criminal y bobalicón, cuya tara confundimos con ternura? Abundan los ejemplos pero los que más resaltan son: Homero Simpson, American Dad, Pedro Picapiedra, Pablo Mármol y el oso Yogui. Ellos, en apariencia ingenuos, si se mira con seriedad, no hacen otra cosa que enviar el mensaje de cuál debe ser el rol de padre.
Muchos jurarían que no hay influencia y hasta lo verían como una aseveración falta de juicio, tendenciosa, incoherente y delirante, pero ¿quién impone los modelos de comportamiento en nuestros hogares?, ¿quiénes son el objetivo de los comerciales? Con toda seguridad no son los padres. Nuestros padres se opusieron y ahora como padres nos oponemos. Sin embargo, parece una lucha contracorriente casi imposible de vencer, peor aún cuando salen a la vanguardia ''sabios'' congresistas, psicólogos y científicos de bolsillo a dar fe de lo irrefutable de tal parecer, seguido de la fanfarria de los medios, cuya melosería cursi hace llorar, y en masa salimos todos a defender.
Pero entonces, ¿cuál es el interés? Vender. Al fin y al cabo esta es una masa sin autoridad y sin derroteros, que consume sin medida, al igual que un pollo al que le han colocado luces para que se olvide de dormir y solo piense en comer. Engordamos con inutilidad el ego, nuestro cuerpo y nuestra mente en general. Trabajamos para consumir inservibles, para que el hartazgo nos obligue a vomitar para volver a consumir.
Además, estamos en una sociedad que menosprecia la figura paterna, es franqueable, dócil y crédula, sin que ello signifique menosprecio hacia su contraparte, cuya relevancia es innegable en la misma medida. No obstante, este no es el tema que aquí compete. Ser hombre no implica ser violento, pero sí recio. Nuestro cuerpo lo manifiesta. No somos ausentes de afecto, por el contrario, lo necesitamos como impulso para defender cuando las circunstancias así lo requieran. Una sociedad con una figura paterna disminuida consume al garete y crece a voluntad de los que producen.
Por otro lado, se enseña por todas partes que la violencia proviene en mayor medida de la figura masculina cuando en realidad nadie, ni nosotros mismos, se atreve a referirse hasta dónde es capaz el ser humano, independiente de ser hombre o mujer, de llevar la maldad hacia nuestros congéneres. Somos seres que nos adaptamos al contexto y ello lleva consigo una carga de mecanismos, que todos somos capaces de esgrimir dadas las circunstancias.
Ahora el boom es "ni una menos", cuando los criminales somos nosotros y cuando en realidad debería ser ''nadie más''. Para cerrar hay que decir que hombres y mujeres nos necesitamos —eso sí, cada quien en su papel—, que no somos andróginos, que la naturaleza así nos creó, que muy profundamente sabemos que queremos mujeres femeninas y hombres masculinos, y que los que elijan estar por fuera de esos principios también son seres humanos que merecen al igual que todos a vivir en paz.