Comparto la tusa nacional por la eliminación de un Mundial de fútbol frente a Inglaterra. Por un instante parecía que todos "éramos colombianos", que acariciábamos la gloria internacional y que existía la esperanza de unidad y nuevos triunfos. Lamentablemente, hemos vuelto al país fragmentado, al de las profundas divisiones políticas y socioeconómicas, al de la intolerancia, la exclusión, el narcotráfico, el exterminio sistemático.
Aterra ver el conteo de líderes sociales asesinados de portales como ¡Pacifista! Desde el inicio de la implementación de los acuerdos de paz en diciembre de 2016, el portal recoge que 99 líderes sociales han sido asesinados. La última víctima, Luis Barrios, líder comunal del Atlántico, asesinada este 3 de julio. Todo ello bajo el cruento trasfondo de una masacre de siete personas en Argelia.
El Estado colombiano y los gobiernos de turno han sido incapaces de construir estatalidad en el territorio que supuestamente controlan. Sus instituciones han sido incompetentes para atender las amenazas de grupos como las Águilas Negras y aplicar una estrategia efectiva de protección, y mientras barajan hipótesis particulares para resolver cada caso, solo se acercan tibiamente al patrón de sistematicidad que hay en estos asesinatos, sin ninguna solución de fondo a la vista.
Pero algo todavía más triste es la falta de unidad nacional para repudiar estos crímenes. No nos duele que asesinen a un colombiano independientemente de su posición política, sino que la indignación misma se ha politizado. Para algunos sectores poblacionales es aceptable que asesinen a sectores de izquierda o simplemente enmudecen y no les interesa el asunto si ello llega a minar la credibilidad de su proyecto político. El silencio es aterrador e incuba la impunidad. Entre tanto, la gran prensa centra su atención en los intríngulis de la derrota del seleccionado nacional y desborda agradecimientos al proceso Pékerman. No obstante, nada puede tapar la existencia de un país invisible, sin garantías de expresión y participación políticas, que ve impotentemente cómo el Estado los ha abandonado o ni siquiera llega. Un país que no importa, o que solo importa parcialmente cuando sus deportistas, pese a todas las dificultades, logran triunfos nacionales. El Estado real en esos territorios ha pasado a ser las bandas criminales, las disidencias de Farc, los grupos armados guerrilleros, todos ellos en disputa por el lucrativo negocio del narcotráfico.
De parte del presidente electo hasta ahora solo se ha visto un tibio rechazo a la masacre de Argelia, Cauca. Un tuit. Nada sobre los recientes asesinatos a líderes sociales. Y no parece vislumbrarse una solución a la vista. El panorama es profundamente desalentador. Desde la guerra constitucional de la Patria Boba que enfrentó a las Provincias Unidas de la Nueva Granada contra el Estado de Cundinamarca nos hemos acostumbrado a resolver las diferencias políticas a través de la violencia. Así ha sido desde 1811. Y todavía el silencio, el olvido, la impunidad, el país fragmentado nos siguen condenando. Haber sido eliminados del Mundial fue lo mejor que nos pudo pasar, pues #NosEstánMatando.