No sé cuándo me decidí por ser docente, lo que sí sé es que mi familia tuvo mucha culpa en mi decisión. Hoy 24 de abril de 2015 más de diez años después de tomar este camino me doy cuenta, como lo hago todos los días, que no me equivoqué y me levantaré todos los días feliz por mí decisión, pese a todo lo que pueda suceder y las injusticias que se presentan a diario contra todos y todas las docentes, pese a las declaraciones de la Ministra. Me levantaré feliz al pensar en mis estudiantes, quienes alguna vez lo fueron y quienes hoy lo son, a todos y todas ellas, mil gracias por permitirme descubrir el mundo y soñar junto a ustedes.
Ser docente, ante todo es un acto de amor por la vida, por el ser humano, por la paz (palabra que está de moda, pero eso no le quita su importancia), es una constante lucha por la dignidad de las personas. Ser docente implica a la vez, ser padre, madre, amigo, amiga; ser “el malo” y el “bueno”, ser guía y apoyo, ser confiable, ser guerrero, guerrera, ser un alguien que se cansa pero no claudica , alguien que siempre estará ahí por el motor que impulsa su vida, los y las estudiantes. Ser docente implica a su vez aprender a leer las cosas más pequeñas del mundo y darse cuenta con una mirada que tu estudiante ese día no comió, o no durmió, o que fue agredido en su casa, ruta, bus, colegio, etc.; ser docente implica a su vez compartir los sueños y alegrías de niños, niñas y jóvenes, que empiezan a descubrir el mundo. Pero a su vez implica ser testigo y compañía de las tristezas, decepciones, inseguridades de esos mismos niños, niñas y jóvenes, y estar ahí para aconsejarlos, brindarles una mano amiga y un hombro para llorar.
Cómo me ha dolido cada una de las lágrimas de mis estudiantes, cuántas veces no he sentido como propias sus derrotas y caídas. Somos docentes, soy docente, he ahí mi labor, esa que duele y gratifica, esa que me ha sacado lágrimas de dolor y de alegría. He ahí mi labor y la de miles de colombianos y colombianas que se dedican a hacer posibles los sueños de sus estudiantes. Una labor, al igual que todas, que merece ser reconocida.
La labor docente la entiendo como un ejercicio subversivo y revolucionario en sí misma; subversiva en tanto busca, desde su propia práctica transformar las estructuras sociales que lo sustentan y que reproduce -no sin las debidas precauciones que la ética y la responsabilidad le obligan- las bases fundamentales de la sociedad.
Pero es revolucionaria a la vez, pese a que la reproducción de las estructuras sociales pueda hacer parecer lo contrario. Es revolucionaria en el sentido más bello posible; porque entiende al ser humano como sujeto histórico, como agente transformador de su realidad, porque encuentra en el amor por el otro y por el mundo el sustento de su práctica. Porque ve al estudiante como ser humano y no como fría estadística de cobertura o calidad; porque comprendemos la diferencia que existe entre una persona y otra, y no podemos ignorarla pues en ella radica la riqueza de este mundo, la diversidad. Es revolucionaria al fin y al cabo, porque busca crear las condiciones posibles para que los sueños de nuestras estudiantes se puedan hacer realidad.
Es claro también que no todos pensamos así, hay docentes que piensan sólo en los resultados académicos de sus estudiantes. Docentes que no han superado el concepto de educación bancaria, esa educación tradicional que ve en el estudiante un receptáculo de conocimientos, un individuo incompleto y carente de inteligencia que se va a salvar aprendiéndose la tabla periódica, los presidentes del país y las normas ortográficas.
Hay otros docentes que ven en sus estudiantes, por el contrario, casos perdidos, personas que ya no tienen salvación y están calentando el puesto en el salón mientras los gradúan rápido y se deshacen de ellos. El caso perdido es ese docente. Pero hay de otros, hay unos que nunca quisieron estar en la posición de educadores, que se encuentran allí porque no encontraron trabajo en nada más, porque les pareció lo más fácil. A estos dos últimos tipos de docentes, les pido y ruego, no les destruyan la vida a sus estudiantes, no trunquen sus sueños. Ser docente requiere, como ya se dijo amor por la educación y si no lo tenemos es mejor que no lo hagamos.
Digo esto por una sencilla razón, no voy a pretender que somos un gremio perfecto y totalmente altruista, no. Existen problemas entre los docentes, cosas que debemos mejorar. Preparación que nunca se debe dejar de buscar, no es posible que les enseñemos a nuestros estudiantes el amor por el estudio si nosotros no lo amamos. Pero lo digo también como reconocimiento a los cientos de miles de docentes que aman su labor, a esas personas que después de muchos años recordamos con cariño y agrado.
Que el sistema educativo colombiano requiere grandes cambios no es un secreto para nadie, mucho menos para nosotros como docentes, pero esos cambios son más profundos de lo que nos han hecho creer las últimas Ministras y Ministros que hemos padecido junto a los gobiernos de turno que han impuesto estos funcionarios. Es preciso abrir un debate en este sentido, ¿Cuáles son los cambios que requiere la educación en el país?, ¿cuál es el objetivo de nuestro sistema educativo? Colombia necesita que todos y todas, pero principalmente los docentes de cara al país, estamos obligados a generar estos cambios.
Necesitamos una educación que sea incluyente, que forme seres humanos responsables y comprometidos con la sociedad y el medioambiente; una educación donde no exista ni se permita la discriminación de ningún tipo y fomente escenarios en donde la diversidad sea respetada. Una educación que se piense desde diálogo y no la imposición, que enseñe a argumentar y no a callar. Necesitamos una educación pensada desde la diversidad sexual y el respeto por la vida del otro, por sus elecciones y decisiones. En definitiva, necesitamos una educación para la paz, el respeto y amor; no para la guerra y el odio.
En ese sentido como docentes debemos afirmarnos y luchar por la dignidad de nuestra labor, porque la paz no se logra si no hay justicia social, y la justicia social no se logra si existe desigualdad; porque la ignorancia no debe ocupar los ministerios, porque en Colombia preferimos financiar con créditos la educación superior y no ampliar las bases presupuestales de las universidades. Porque la investigación en este país sólo es útil en tanto sea rentable. Por estas y muchas razones más apoyo a mis profes y a mis colegas que en las calles están dándonos la más importante lección que este país necesita. Una lección de dignidad, una lección en defensa de nuestros derechos, los de todos y todas las colombianas.
A esos docentes que tuve Laksmi Latorre, Aleida Navarro, Vasken Stephanian, mi profe de español de quinto de primaria del cual no recuerdo su nombre pero lo recuerdo a él, al docente y sus clases; a Luis Eduardo Fonseca, Cesar Ayala, Mauricio Archila, Sebastián Páramo, Noel Olaya, y demás que guardo en mi corazón. A mis colegas, todos y todas. A quienes hoy se preparan como futuros docentes.
Luis Oswaldo Aristizábal Clavijo
Licenciado en Español y Filología Clásica
Universidad Nacional de Colombia
Estudiante Maestría en Historia
Universidad Nacional de Colombia