Después de ver Los Informantes y el caso de la niña con paraparesia fláccida, misma dolencia que tengo, el alma se me vuelve memoria y denuncia.
A mi edad con un solo año de cotización al sistema de pensión, demuestro cómo he sido aislado de la sociedad laboral con ops y trabajos freelance. Tener 36 años y una paraparesia fláccida de orden distal que no tan severa como el caso de la TV, me afecta otros órganos cotidianamente.
La sociedad lo hace ver a uno como culpable de su discapacidad, recuerdo varias veces en Bucaramanga, ciudad indolente, que me tocó caminar con bastón dañado sin ayuda de nadie, Bogotá en cambio es más humana y la Costa ni se diga.
La discapacidad no es cuestión de accesos y de salud, es de inclusión laboral. Soy funcionario público de la Secretaría de Educación de Boyacá de donde vivo agradecido, pero el matoneo se vive, hace cuatro años en otro departamento por mis problemas renales, hace unos meses corría el rumor de qué fingía para no trabajar.
Hoy una de mis heridas ha vuelto a sangrar, de manera no debida, pero debo cumplir con mi carga laboral.
Porque la familia no existe, en mi caso ha sido la Universidad Nacional de Colombia y el departamento de literatura, porque la biológica le he perdido el rastro a Cecilia García y a mi padre Rodolfo, ingeniero de Bucaramanga; mi familia legal por todos los medios intentó que me declarara interdicto y ser un despojo más.
La familia se convierte a veces en el peor enemigo. No es fácil sobrevivir al matoneo y a la murmuración cuando se es discapacitado físico.
Por eso creo que se debe apoyar la Teletón.