No tengo el bagaje ni las fuentes periodísticas de Iván Gallo, ni mucho menos el impacto mediático de sus publicaciones, las cuales leo cada vez que saca alguna de estas. Solo soy un asiduo lector de todo lo que en las redes sociales y medios escritos me topo a diario, y en este caso la nota reflexiva que hizo sobre nuestra leyenda María Eugenia Dávila.
Ella es una mujer que solo vi en la televisión en mi época de adolescente después de mis labores y tareas cumplidas, es decir, el plan de novelero y crítico ignorante del arte de la dramaturgia. No podría decir nada de ella que usted que no haya investigado o escrito, pero sí me dejó un sinsabor el título de su columna, el cual considero está incompleto.
Aquí ser actor, campesino, docente, empleado, soldado, bombero, médico e infinidad de profesiones y oficios es vivir en la miseria, pero no solo económica como podríamos asociarla, también de valores, respeto y dignidad.
Como colombiano no puedo dejar de sentirme miserable cuando veo inmersos en la droga a personas que tuvieron dinero, y una mediocre y garrafal estigmatización de estratos y poder que fruto de su baja autoestima llegaron a ese mundo.
No puedo evitar sentirme impotente al ver como humildes campesinos salen de sus tierras espantados por las balas de esos que no luchan por ellos sino por llegar al poder a seguir pisoteándolos desde la casa de la democracia.
Tampoco puedo no sentirme vulnerable al ver médicos, docentes y militares que arriesgan sus vidas, cuidan de ella o las tratan, recibir insultos, malos salarios, viéndose obligados a trabajar con las uñas, cuando allá en la cúspide de la democracia se indignan porque les exigimos leyes que los protejan y nos los acaben de victimizar.
Así mismo, no puedo sentirme confundido cuando al llegar las imágenes y comentarios de una actriz que vivió en carne propia el machismo reflejado en golpes e insultos todo mi país salta en apoyo, pero se les olvida que esta violencia lleva años entre nuestras mujeres que sin fama ni gloria ruegan a la institucionalidad justicia y que su verdugo no sea invitado a una obligatoria conciliación porque así está escrito.
Ser alguien en nuestro país es tener la zozobra de la miseria tatuada en la espalda.