Partamos del punto de que en periodismo una de las normas más básicas es darle voz a todas las partes en cualquier historia. No está mal mostrar la historia de Aída Merlano, contar su origen humilde en el barrio Buenos Aires de Barranquilla, ni decir cómo fue su ascenso de mano de poderosos políticos de la región hasta el Congreso de la República. Que Aída Merlano es una mujer venida de abajo que logró ascender socialmente es algo que no se puede negar, como tampoco el hecho de que es normal que en su barrio y entre sus conocidos haya gente que aún la aprecia.
Sin embargo, el capítulo de Séptimo Día el pasado 6 de octubre fue mucho más allá. Básicamente pintaron a la polémica ex congresista como si fuera una Juana De Arco. Se aplaudieron las virtudes de Merlano; belleza, inteligencia y carisma. Y al dejar tantas voces en favor suyo se le pinta como una víctima de un gobierno corrupto que la está juzgando únicamente por no ser de apellido rimbombante ni familia prestante de Barranquilla.
Es verdad que en Colombia la compra de votos es una práctica tan antigua como la misma democracia y que especialmente en la Costa Caribe esto es pan de cada día. Pero no por eso puede normalizarse esta conducta. Aunque hayan más políticos haciendo lo mismo, Aída Merlano merece todo el peso de la ley. Si tiene información sobre poderosos clanes de la costa involucrados en lo mismo, pues que la entregue. Pero decir que no vuelva a la cárcel hasta que no cojan a todos los políticos que hacen lo mismo es aceptar estas conductas como si fueran cosa normal. Con seguridad después del escándalo de Aída habrá más de uno que lo piense dos veces antes de lanzarse a comprar votos.