El 9 de septiembre se conmemora el Día Nacional de los Derechos Humanos en Colombia, conforme a la Ley 95 de 1985, que fue ampliada con el decreto 1974 de 1999 como homenaje a Pedro Claver, quien no vivió en la época de los pactos que dieron origen a los derechos humanos, ni su tiempo corresponde al de las grandes movilizaciones de hace doscientos años por el reconocimiento de igualdades y libertades. La dedicatoria puede ser más bien resultado del calculado afán por invisibilidad prácticas emancipatorias colectivas, al otorgarle a la conmemoración un carácter de validación del esfuerzo y meritorio compromiso personal. La fecha fue producto de las sucesivas reivindicaciones de colectivos sociales y políticos (todavía no académicos) que trataban de convencer al Estado de la urgencia de ofrecer garantías a quienes promovían y defendían derechos, y la mejor forma era incorporándolos en la agenda pública en perspectiva de desestigmatizarlos en momentos en los que se adelantaban conversaciones de paz.
Valga igualmente tratar el momento de Pedro Claver, que fue el de la esclavitud en la que ofició como misionero y sacerdote jesuita, que trató de aliviar el sufrimiento de los esclavos que después de ser raptados del continente africano quedaban convertidos en nada, simples desaparecidos forzosos y torturados de esa época. Se calcula en 90 millones la cifra de humanos extraídos del África convertidos en esclavos, en cosas, objetos, piezas de ébano, que viajaban hacinados, hambrientos y enjaulados por varios meses. Fue la primera e inhumana gran tragedia provocada por el capital, el mismo que hoy arrasa pueblos enteros, y en su codicia desplaza y mata a millones de ascendientes sociales de los esclavos de entonces y se apresta a destruir, ya no a un continente sino a un planeta.
Fueron 355 años de comercio ininterrumpido de esclavos (1518- 1873), de los que llegaba un botín de al menos mil al mes al gran mercado de Cartagena de Indias, donde permanecía Pedro Claver. Al bajar del barco tenían un precio de compra de dos escudos y rápidamente pasaban a valer doscientos. Así se formaba el capital que antes se apoderaba de los cuerpos, y hoy se apodera de las mentes y exprime lo útil al capital y desecha lo demás, lo destierra, lo mata en vida. En cada cargamento se perdía para el negocio casi la mitad del contenido en el camino, pero eso no disminuía la rentabilidad del negocio, como ocurre con la cocaína o la guerra. La mina de explotación de la riqueza era un continente entero que fue desocupado y trasladado a otro, en el que sus habitantes no lograban entender el funcionamiento de las reglas con las que se producía y legitimaba cada crimen.
De Pedro Claver se dice que siguió la práctica de sufrir junto a los sufrientes intercediendo por ellos en su defensa y velando por su cuidado, que incluso compró a los que pudo para evangelizarlos y así salvarlos de ser tratados como mercancías e infundirles un sentido de dignidad humana y de valor de la vida, que resultaba opuesto y subversivo para los principios del comercio de esclavos. Esto hoy se repite de manera actualizada con cargamentos de inmigrantes que viajan débiles, hambrientos, expuestos a la humillación, arreados por los medios de comunicación que les trazan las rutas para que por cuenta propia caigan en las redes de los explotadores dueños del mercado de una nueva esclavitud, que la sociedad se niega a entender y más bien busca leyes de emergencia y justificaciones.
Pero valga recordar que fueron los esclavos los que conquistaron su propia libertad, nadie se la dio, ninguna ley de liberación se la otorgó. Lograron ser reconocidos como seres humanos, no por las tardías leyes de abolición de los gobernantes de la época, que presurosos ante la pérdida de sus mercancías decretaron la abolición y se prepararon para convertirlos en siervos al mando de ellos mismos, convertidos en señores. Tampoco fue producto del cambio de valores de los esclavistas, ni del aumento de protectores de esclavos, fueron ellos mismos en su lucha contra la dominación y la explotación salvaje, quienes se quitaron las ataduras del miedo, del horror por el trato recibido como objetos que se compraban, usaban y tiraban, los que le dieron sentido a su condición de seres humanos. “Los esclavos haitianos, mezclando en sus mentes y en sus antorchas las antiguas tradiciones traídas de África con los ideales y valores de la Revolución Francesa, comenzaron a empujar fluidos y a exigir lo que poco a poco, a lo largo de innumerables luchas y sufrimientos, fue denominándose los derechos humanos de las mayorías populares (J. Herrera, proceso cultural).
Los derechos humanos son eso, un fluido que si no se empuja para que irrumpa se quedará quieto, porque el poder global y local se encarga todo el tiempo de poner barreras, obstáculos e impedimentos para su realización universal, es decir para que todos los iguales en dignidad y derechos logren vivir con dignidad, alejados del temor y las humillaciones. Los derechos humanos son herramientas de lucha de hombres, mujeres, minorías, oprimidos, excluidos, que siguen los ejemplos de los cimarrones de Colombia o de los haitianos que en el mismo siglo XVI se enfrentaron a las normas jurídicas electorales que solo permitían a los hombres propietarios votar y elegir, impidiéndoles participar de la producción y reproducción de condiciones políticas del momento en que vivían y fue gracias a que se rebelaron que pudieron empujar el sistema de relaciones y exigieron y ganaron su derecho al voto.
En el día nacional de derechos humanos, que ya cuenta desde hace un par de décadas con una semana de conmemoración coordinada por ONG y organizaciones sociales, se hacen los balances, se analizan políticas, se recuperan e intercambian prácticas y experiencias para impedir que los poderosos se conviertan en dueños de los derechos y traten a las mayorías como esclavas o siervas al servicio de los patrones y clientelas del poder, que han segado la vida de miles y miles de defensores y promotores de derechos. El cumplimiento del mandato de la misma declaración de derechos humanos llama a reafirmar la dignidad y el valor de la persona humana en igualdad de derechos, y a reclamar que sean protegidos por un régimen de derecho, a fin de que ningún ser humano se “vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”.
El 9 de septiembre de 2018 tiene una mancha de luto por los más de 400 líderes y lideresas sociales y defensores de derechos asesinados en el último año, y 30 justamente en los 30 días del nuevo gobierno, que tiene la oportunidad de mostrar que el mejor homenaje a los derechos y en reconocimiento del día nacional es sobreponer la paz y el diálogo entre adversarios o enemigos a los afanes guerreristas de los ascendientes de los esclavistas que hacen de la muerte su mejor negocio convirtiendo la vida humana en otra devaluada mercancía que solo vale dos centavos.