Por el camino hacia el centro de la ciudad o en los parques veo hombres y mujeres con perros de distintos tamaños, colores y pelambres. Bien se puede pensar que se ejercen técnicas de amaestramiento, procedimientos de dominación y sistemas para obtener obediencia. Y pensando desde la perspectiva de Foucault se puede explicar que el ejercicio de poder tiene su causa en la vida cotidiana, en la cual se vive bajo la dominación y que una de las mejores estrategias es ejercer la sujeción sin que el otro sea consciente de ello. Y qué mejor que un perro o una perra aferrada al amo o al ama por medio del cariño y el afecto.
En esta época de catástrofe humana —cuya sombra se capta cada día en la radio, la televisión o el internet— se ejerce la dominación que pesa sobre el amo y que este cultiva en el perro. Desde años hacen el mismo itinerario. Parecen de la misma raza y se necesitan. Se ve al perro, en la calle tirando al hombre y el dueño a veces se tropieza. Apego fanático, fidelidad inteligente, calmante al atormentado dueño por el dolor que, le causa el estar sometido a la aspereza del otro. Y el animal no tiene la dureza del roce cotidiano. El perro vierte el bálsamo de afecto al señor. Y así como en la religión existe el señor y, se le acepta como autoridad y se le obedece, a la mascota se le impone la autoridad y se le mantiene en obediencia.
Y la dominación se pasea por las correrías a través del bosque o de la selva de cemento. Y la relación con el perro no está contaminada por la civilización. Sin embargo, al perro se le pone chaleco y collar, y se busca que no ladre, en el feliz abandono de la dominación y en la sarnosa relación señorial sobre el animal.
Por una parte, apego fanático, fidelidad inteligente, por la otra, una benevolencia conmovida. Ante el tormento por el dolor del «mundo», la ciudad, el trabajo al perro se le trata como el compañero y muchas veces como a un hijo. Y por momentos, el perro arrastra al amo o bien cuando el amo arrastra al perro. Y al perro se le pega y se le insulta, pero luego viene el arrepentimiento. Entonces, se le prodiga el más puro amor que no se ejerce en los seres humanos. Mas no falta el ama o el amo, inclinado sobre el perro, examinando la sarna, quitándole las pulgas. Y se le habla con palabras dulces y tiernas, como le gustaría que se le tratara al dueño. El canchoso bate la cola cuando se le abandona, pues se le echa a la calle o bien va a la guardería al encuentro con otros perros.