El sueño de todo niño, por encima de ser bombero, era ser policía. Era tal la sublimación, la admiración, el misticismo y el respeto que se profesaba por el policía de barrio, hoy llamado cuadrante, que cuando se le preguntaba a un pequeño qué quería ser cuando fuera grande, este no lo dudaba y automáticamente contestaba: policía.
También dentro de esta fantástica concepción se encontraba querer ser bombero, maquinista de tren, chófer de tractomula, piloto, Superman o Batman. Los niños anhelaban estas profesiones, unas llenas de ficción, otras claramente alejadas de una estricta formación académica. Eran oficios igualmente respetables, que se encontraban comprometidos con un uniforme, la fuerza física, la fantasía, la intrepidez o la osadía; además, los que los ejercían eran considerados superhéroes y eran modelos a seguir por los infantes.
Así pues, la decisión tomada de querer ser policía iba íntimamente relacionada con los juguetes con los cuales el niño interactuaba todo el tiempo y los juegos que se practicaban en aquella época, que eran distintos al hoy obsesivo apego al celular. La lleva, el cojín de guerra, el escondite a la Correa y el cocli no solo eran juegos, eran un impresionante derroche de energía. Además, nos deleitábamos también con un juego llamado policías y ladrones, donde por supuesto los buenos eran los primeros. Lo anterior era explicable desde la óptica del mundo de la fantasía, la felicidad, la ficción y la irrealidad, que son cosas connaturales a la niñez.
Sin embargo, aquel niño que una vez quiso ser policía, crece y se convierte en ciudadano. El otrora niño ya adulto inexplicablemente desconfía de la policía que admiraba cuando era niño. ¿Qué diablos pasó? Una crisis de confianza sobrevino con los años. La fantasía que se tenía de niño se convirtió en desconfianza y hoy choca con la cruda y triste realidad que lo circunda. Es la confianza lo que se perdió. Y si bien la palabra confianza tiene muchos significados, aplicada a este caso sería la firme esperanza de que en mi trato con la policía se derivará la seguridad y la adecuada protección para mí como ciudadano. Eso es lo que anda medio envolatado o envolatado del todo.
La desconfianza no es gratuita, es ganada con acciones que llevan años posicionándose de manera negativa en el inconsciente colectivo. Ganarse la confianza no es un acto ipso facto, es algo que toma su tiempo, porque es de origen químico e involucra necesariamente dos partes y además es de doble vía (el que da y el que recibe), todo basado en la empatía y el carisma de las partes involucradas en la relación. Con la policía de hoy no existe confianza, no existe empatía.
Básicamente, el problema radica en que el ciudadano no ve en el policía un amigo o alguien que lo protege. Por el contrario, ve en él un enemigo que lo va a esquilmar y abusar de él. ¿Quién no ha vivido la amarga experiencia y el infaltable juego del policía bueno y el policía malo? Es la manida estrategia establecida para negociar impasses urbanos, que conlleva a una conciliación, donde el policía bueno por lo regular es el afro.
En esa línea, las normas que eclosionan de los nuevos códigos de policía no ofrecen la oportunidad de proteger, aunque esa sea su esencia. Algunos miembros de la institución ven en este la oportunidad de profundizar en la corrupción y esquilmar al inerme ciudadano. Nunca se piensa en la prevención, esto no existe y no se practica. La necesaria prevención es un obstáculo que actúa como palo en la rueda y que impide cumplir con los venales propósitos. En este orden, solo les sirve la acción y la acción deriva en corrupción.
La institución policial es muy grande, aquí solo se trata de la policía encargada de la seguridad ciudadana, puesto que existen otras ramas cuyas actividades son desarrolladas idóneamente. Existe la policía aduanera, de turismo, de infancia, de inmigración, etc. En fin, regresar al policía bueno de barrio es imposible, así como volver al policía que se ofrecía llevarte a la casa porque cometías la irresponsabilidad de embriagarte, que columpiaba los niños en el parque, y que ante la falta te reconvenía y te hacía jurar que no lo volverías hacer. Eso caducó, son otros tiempos, pero si hablamos de recuperar el intangible de la confianza, ese sería el primer tema a tratar dentro de una eventual reforma, incluyendo otros factores como la estricta formación en derechos humanos y una draconiana selección para la vinculación.
Cuando en la prestación de un servicio a la comunidad, como es el que presta la policía encargada de la seguridad ciudadana, solo se ve la oportunidad de enriquecerse y ser venal, con el falaz argumento que hay aprovechar "el cuarto de hora", no hay nada que hacer: ¡¡apague y vámonos!!