Queda claro, la derecha y la extrema derecha saben lo que quieren, cómo echar sus cartas, mover sus alfiles y jugar a ganar o en todo caso a no perder. El uribismo, el pastranismo, el ordoñismo y todo lo que venga detrás y se les siga sumando, como el voto religioso, por ejemplo, van unidos a la contienda electoral y dejan más clara su estrategia ganadora.
Si pasan a segunda vuelta, por supuesto que ganan, pero si no, también ganan, porque al final serán un solo cuerpo con Vargas Lleras y todo seguirá su curso; nada habrá cambiado a menos que sea para retroceder.
Adiós proceso de paz, adiós implementación de los acuerdos, bienvenida la nueva reforma tributaria y la alud de nuevos impuestos, bienvenida la reforma que aumentará la edad de jubilación y el valor de las cotizaciones, olvídense de reforma agraria, de reforma sistema de salud que debe seguir siendo un negocio; olvídese de la de reforma política y la ampliación de la democracia, esos son asuntos de “mamertos” vagos que no estudian y nada que le interese al establecimiento.
También queda claro que tenemos una izquierda torpe, miope, retórica y nada más; que no sabe pensar a largo plazo y a la que le queda grande asumirse en serio como alternativa para esa otra parte del país, distante de la derecha, que no se ve y no se siente representada y que de verdad sueña con una opción de cambio; que espera que se le convoque con una fórmula optimista, convincente, que a sí misma se crea ganadora y sepa alistarse para vencer los obstáculos, que muchas veces están más en su propia cancha que en la de sus contrarios.
Esa izquierda es hoy una diáspora, una realidad inasible, amarilla, amarilla con verde de todos los colores, blanca o roja desteñida; todo lo más alejado posible de un tonalidad que sintetice por lo menos la esperanza de quienes desde las bases y con poco contacto con sus dirigencias, de pronto por eso, sí saben lo que significa aprender a sumar, tal cual lo hacen los que siempre han sabido tener el saldo a su favor.
Si así seguimos, tendremos un Congreso con la misma composición mayoritaria, ejerciendo con sus mismas triquiñuelas y legislando para los que siempre han legislado. Tendremos igualmente un Presidente de la República que seguirá preservando la estela de apellidos de la que, eso sí, siempre hemos sabido quejarnos aunque con nuestras actitudes les tendamos la alfombra roja que sin problema alguno los llevará al Palacio.
Vamos bien señores dirigentes de la izquierda. No cambien.